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Servirse de los ciudadanos

Las elecciones al Parlamento de Cataluña que se acaban de celebrar son un claro ejemplo de cómo un determinado grupo de políticos ha intentado poner a los ciudadanos al servicio de su proyecto

Foto: El líder de ERC, Oriol Junqueras; el candidato de Junts pel Sí, Raül Romeva, y el presidente catalán en funciones, Artur Mas (CDC), durante una conferencia de prensa. (EFE)
El líder de ERC, Oriol Junqueras; el candidato de Junts pel Sí, Raül Romeva, y el presidente catalán en funciones, Artur Mas (CDC), durante una conferencia de prensa. (EFE)

Partamos de la base de que el Estado y sus instituciones -entre las que, por supuesto, se cuentan los partidos políticos- están para servir a los ciudadanos y no para servirse de ellos. Si aceptamos este principio esencial, tendremos que considerar una de las aberraciones políticas más censurables cualquier intento de poner a los ciudadanos al servicio de los intereses particulares de un determinado grupo o partido.

Pues bien, las elecciones al Parlamento de Cataluña que se acaban de celebrar son un magnífico ejemplo de cómo un determinado grupo de políticos -esa confusa amalgama de independentistas incluidos en Junts Pel Sí- ha intentado poner a los ciudadanos al servicio de su proyecto.

Todos sabíamos -y los promotores de estas elecciones los primeros- que eran unas elecciones autonómicas, que se convocaban para elegir un Parlamento regional, de acuerdo con el mandato que dimana de la Constitución de todos los españoles.

Todos sabíamos -y los convocantes los primeros- que intentar dotarlas de un carácter plebiscitario era un fraude de Ley y un engaño a los ciudadanos.

Todos sabíamos -y, por supuesto, los dirigentes independentistas los primeros- que, fuera cual fuera el resultado de estas elecciones, ningún país del mundo reconocería una declaración unilateral de independencia fundada en esos resultados.

¿Por qué entonces se han convocado y por qué se ha intentado dotarlas de ese carácter plebiscitario?

Si esa pregunta tenía difícil contestación antes de celebrarse los comicios, a la vista de los resultados de ayer, la respuesta se convierte en imposible.

Mas ha cometido dos pecados: utilizar a los catalanes para alcanzar su proyecto particular y el de enfrentar a los catalanes entre sí y con el resto de los españoles

No hace falta entrar en sesudos análisis porque se ve a simple vista. Junts Pel Sí -la coalición de Convergència, ERC y unas cuantas asociaciones independentistas- ha sacado menos votos, menos porcentaje y menos escaños de los que consiguieron la suma de CiU y ERC en las elecciones de 2012.

Haber metido a toda la sociedad catalana en este colosal embrollo para obtener un resultado peor del que tenían es un fracaso político sin precedentes, que hay que adjudicar a Artur Mas.

Si utilizar a los ciudadanos para alcanzar objetivos partidistas es un pecado político imperdonable, también es imperdonable crearles a esos mismos ciudadanos un problema donde no lo había. Porque es un problema de enorme calado la división que el desafío secesionista ha creado en la sociedad catalana, la crispación que ha introducido en la vida cotidiana de los catalanes y, quizá lo más grave de todo, la semilla de odio hacia el resto de los españoles que se ha dejado caer.

Artur Mas y sus compañeros de aventura fallida han cometido los dos pecados: el de utilizar a los catalanes para alcanzar su proyecto particular de crear una república independiente y el de enfrentar a los catalanes entre sí y con el resto de los españoles.

Por eso, estaban condenados a fracasar. Pero es que, además, las urnas han sido inmisericordes con ellos.

Ya he señalado el fracaso objetivo de su candidatura, pero es que, además, con estas innecesarias elecciones, planteadas tal y como se han planteado, el gran beneficiario ha sido un partido explícitamente antisistema, la CUP, que ha triplicado sus votos y sus escaños. Y cuando decimos antisistema estamos diciendo que la CUP está en contra de la Constitución española (¡por supuesto!), pero también en contra de la UE, de la OTAN, del capitalismo, de la economía libre de mercado y de los valores que han hecho progresar a Occidente.

Ahora, gracias a Mas, la CUP se convierte en árbitro de la política catalana. Porque la torpeza del planteamiento de Mas le lleva, con los resultados obtenidos, a depender de la CUP. Solo por eso, Mas debería dimitir.

Ya se sabe que, después de cualquier elección, aparecen los malabaristas de las cifras de cualquier partido dispuestos a demostrar que el resultado obtenido por su formación ha sido bueno o muy bueno.

La CUP se convierte en árbitro de la política catalana. Porque la torpeza del planteamiento de Mas le lleva a depender de la CUP. Sólo por eso, debería dimitir

En estas elecciones, por el contrario, se sabía de antemano que el resultado iba a ser malo para todos. Pero no me refiero a todos los partidos (también Ciudadanos, como la CUP, ha multiplicado por tres sus votos y sus escaños), sino para todos los ciudadanos catalanes y, de rebote, para todos los españoles. Porque es malo cultivar el odio, la confrontación, los agravios o las querellas antiguas y, en muchos casos, ya olvidadas. Y eso es lo que han hecho los nacionalistas.

El capricho de los nacionalistas ha puesto a los catalanes al borde de un precipicio. Y, si contamos los votos, nos encontramos con que solo 1.600.000 ciudadanos han votado a Junts Pel Sí, de un censo electoral de 5.500.000 catalanes. Es decir, apenas el 29% del cuerpo electoral catalán. Con este apoyo, es evidente que no se justifican ni el desafío independentista ni sus innumerables manifestaciones de los últimos meses.

La mayor utilidad que le encuentro a estas elecciones es que podrán ser utilizadas por los profesores de Ciencia Política como un buen ejemplo de cómo unos políticos irresponsables intentaron utilizar a los ciudadanos para alcanzar su objetivo y no para servir y ayudar a esos ciudadanos.

Partamos de la base de que el Estado y sus instituciones -entre las que, por supuesto, se cuentan los partidos políticos- están para servir a los ciudadanos y no para servirse de ellos. Si aceptamos este principio esencial, tendremos que considerar una de las aberraciones políticas más censurables cualquier intento de poner a los ciudadanos al servicio de los intereses particulares de un determinado grupo o partido.

Elecciones 27S Parlamento de Cataluña