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De la fruta madura a la manzana podrida

Porque la fruta de la democracia estaba madura, todos los protagonistas de la Transición pudieron tener éxito en la empresa de hacer de España una democracia. Eso piensa Tom Burns

Foto: Discurso de coronación de Don Juan Carlos como Rey de España ante las Cortes. (EFE)
Discurso de coronación de Don Juan Carlos como Rey de España ante las Cortes. (EFE)

En 1974 aterrizó en la delegación madrileña de la agencia Reuters un joven aprendiz de periodista que se llamaba Tom Burns. Venía de haber estudiado Historia en Oxford, donde había sido alumno de Raymond Carr. En España empezó a usar también su segundo apellido, Marañón, para remarcar su indiscutible españolidad, heredada de su madre, hija del gran don Gregorio. El joven Tom Burns unía así la esmerada educación británica con la mejor tradición intelectual y liberal española. Era, además, uno de los pocos casos que existen de bilingüismo perfecto. Y era, sobre todo, un apasionado de España y lo español.

Resulta que España en aquellas fechas se encontraba inmersa en la más difícil crisis que pueda imaginarse. Franco estaba ya muy enfermo y su régimen se mostraba incapaz de dar respuestas a una sociedad que llevaba 15 años con unas tasas de crecimiento de alrededor del 7% anual y que aspiraba a una normalidad democrática que la equiparara a los países de nuestro entorno.

En el ambiente, tanto entre los franquistas -divididos en diferentes familias ideológicas- como entre los antifranquistas más o menos clandestinos -también divididos en distintos partidos-, se palpaba la inminencia de la muerte del dictador y la incertidumbre de lo que el futuro podía deparar.

En definitiva, en la España de 1974 todos estaban preocupados por lo que iba a pasar en un futuro cada vez más cercano. Una situación así puede ser muy grave y peligrosa para un país, pero es apasionante para los observadores externos. La España de aquellos años fue una 'perita en dulce' para los corresponsales extranjeros. Eran requeridos sin cesar por los políticos del régimen y de la oposición clandestina para intercambiar información, sus citas con personalidades españolas eran constantes y no tenían el menor problema para encontrar cada día un asunto para sus crónicas, que resultaban interesantes en sus países de origen.

Para Tom Burns, el régimen de Franco en 1975 no tenía nada que ver con la sociedad española, que había evolucionado de manera gigantesca

El joven Tom se encontró metido de lleno en ese mundo madrileño en el que se sucedían las noticias, los rumores, y en el que proliferaban las conversaciones escondidas y las conspiraciones secretas o semisecretas.

Tom Burns estaba en medio del mundo de los corresponsales extranjeros en Madrid, pero tenía una diferencia fundamental con el resto de sus colegas. Y era que, mientras los demás observaban el espectáculo del 'ruedo ibérico' con la distancia que les daba el saber que, al final, lo que pudiera ocurrir en España no iba a cambiar sus vidas en sus respectivos países, Tom Burns se sentía profundamente español, se sentía absolutamente involucrado en lo que estaba pasando. Y a sus 26 años quería, como el español que más, que España saliera bien de la crisis monumental que se avecinaba con la cercana muerte de Franco, quería que España dejara de ser una anomalía entre los países europeos y se convirtiera en una democracia como las occidentales.

Desde entonces hasta ahora, Tom Burns ha seguido al minuto todas las vicisitudes de la política española, ha conocido a todos sus protagonistas, ha publicado miles de artículos y una buena media docena de libros sobre la España de estos años, que él ha conocido como nadie.

Y ahora ha escrito este libro en el que desarrolla una tesis profunda y muy inquietante. Para el autor de 'De la fruta madura a la manzana podrida', el régimen de Franco en 1975 no tenía nada que ver con la sociedad española, que había evolucionado de manera gigantesca en lo económico, en lo social y en lo cultural.

En los españoles, aunque todavía hubiera miles en la cola del Palacio Real para despedir a Franco, había arraigado la voluntad de acabar con la anomalía de vivir en una dictadura, y querían homologarse con las demás democracias europeas.

Por eso, porque la fruta de la democracia estaba madura, todos los protagonistas de la Transición, desde el Rey hasta los políticos del antifranquismo, pasando, claro está, por los aperturistas del régimen, pudieron tener éxito en la empresa de hacer de España una democracia.

Burns conoce muy bien todos los entresijos de la Transición y nos los cuenta en este libro con ese ritmo que los autores anglosajones saben imprimir a su prosa para hacer sus narraciones tremendamente amenas.

Pero este libro no se queda en ser una inteligente, entretenida y documentada crónica de la Transición. La segunda parte de la tesis del autor es que hoy, 40 años después de la muerte de Franco, el sistema político que nació entonces está casi tan alejado de lo que demanda la sociedad española de hoy como lo estaba el franquismo de los españoles de 1975. La fruta que estaba madura hace 40 años ahora es una manzana podrida.

Y para demostrarlo Tom Burns analiza lo que han sido estos casi 40 años de democracia para identificar los errores -y a sus responsables- que han conducido a la situación actual, en la que la insatisfacción de los ciudadanos a propósito de sus políticos es absolutamente palpable.

Este libro está lleno de sugerencias que cualquier político español debería tener en cuenta hoy. Y mucho más si ese político pertenece a cualquiera de los dos partidos que se han alternado en el poder durante estos años.

Cambiar la Ley Electoral, cambiar la Ley de Partidos y su funcionamiento interno, cambiar el reglamento del Congreso, conseguir que la separación de poderes sea una realidad, renunciar a la pretendida superioridad moral de la izquierda y atacar la corrupción con más decisión, son algunas de las medidas urgentes que propone este libro imprescindible de título botánico, de ritmo británico y de espíritu que me atrevo a calificar de patrióticamente español.

En 1974 aterrizó en la delegación madrileña de la agencia Reuters un joven aprendiz de periodista que se llamaba Tom Burns. Venía de haber estudiado Historia en Oxford, donde había sido alumno de Raymond Carr. En España empezó a usar también su segundo apellido, Marañón, para remarcar su indiscutible españolidad, heredada de su madre, hija del gran don Gregorio. El joven Tom Burns unía así la esmerada educación británica con la mejor tradición intelectual y liberal española. Era, además, uno de los pocos casos que existen de bilingüismo perfecto. Y era, sobre todo, un apasionado de España y lo español.

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