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Reivindicación de la cordialidad

La experiencia nos enseña que los mejores momentos de la Historia se han alcanzado cuando las relaciones entre los líderes políticos están presididas por el respeto

Foto: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. (EFE)
Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. (EFE)

Después del previsible y previsto fracaso en la investidura de Pedro Sánchez, son muchos los que han utilizado una metáfora sacada del juego de la oca y han declarado que volvemos a la casilla de salida.

Con esa expresión quieren decir que hoy, 11 semanas después de las elecciones generales del 20-D, las cosas están como el primer día: cada partido con el número de votos que ha recibido y con los escaños que ha conseguido. Unas cifras que no conceden, ni con mucho, la mayoría necesaria para formar Gobierno a ninguno de los partidos que concurrieron a las elecciones.

Aún más, unas cifras que, con solo mirarlas, nos indican que, salvo la 'grosse Koalition' (es decir, esa coalición de los dos grandes partidos que tantas veces se ha formado en el primer país de la Unión Europea, Alemania), ni siquiera la unión de otros dos partidos alcanzaría la mayoría imprescindible para sostener un Gobierno mínimamente estable.

En estas condiciones, es evidente que la única solución antes de llegar a la convocatoria de unas nuevas elecciones (con el riesgo previsible de que los resultados sean muy similares a los actuales y que, por lo tanto, las dificultades sean las mismas) es la de empezar cuanto antes los contactos y las conversaciones entre todos para encontrar la fórmula que dé a los españoles un Gobierno que satisfaga, de la mejor manera posible, la voluntad que expresaron en las urnas.

Si reconocemos la buena voluntad de todos, crecen exponencialmente las posibilidades de encontrar puntos en común para lograr ese fin que pretendemos

Pero ¿hemos vuelto a la casilla de salida?, es decir, ¿están las cosas como el 21 de diciembre? No lo tengo yo tan claro. Hay momentos en que pienso que las condiciones para iniciar ese diálogo y esa búsqueda de soluciones son hoy más difíciles que entonces. Porque la impresión que se ha extendido entre los ciudadanos en estos 78 días es que las relaciones entre los líderes políticos, que son los llamados a alcanzar esos acuerdos, se han enconado, se han deteriorado, incluso en lo personal.

Los que nos dedicamos a la política debemos tener interiorizada la profunda convicción de que todos, los que piensan como nosotros y nuestros adversarios, defendemos nuestras ideas porque creemos sinceramente que son las mejores para defender la libertad de los ciudadanos, para lograr que aumente su prosperidad y para ofrecerles más oportunidades de progreso y bienestar.

Si aceptamos esto, si reconocemos la buena voluntad de todos, también de los que propugnan políticas radicalmente opuestas a las nuestras, crecen exponencialmente las posibilidades de encontrar puntos en común para lograr ese fin que todos pretendemos.

No sería raro que ahora cambiaran de postura algunos de los que, desde diciembre, han mantenido posiciones irreconciliables. Sería muy deseable

Eso fue lo que aceptaron de buena fe los políticos de la Transición y por eso pudieron anudar lazos, hasta amistosos, entre ellos, y por eso pudieron llevar a cabo una empresa que, cuanto más la analizamos, más admirable nos parece.

El franquista Fraga presentó al comunista Carrillo en el Siglo XXI, y todos podemos aún contemplar las fotos en las que, en sus sonrisas, se respira afán de cordialidad entre ellos, a pesar de todo lo que les separaba y, sobre todo, de lo que les había separado. Suárez, el ministro del Movimiento, se entrevistó muchas veces con el socialista Felipe González, y se fumaron miles de cigarrillos juntos. Hasta socialistas y comunistas, secularmente enfrentados, fueron capaces de hablar y de entenderse.

A la política no se va para hacer amigos, es verdad, pero tampoco para hacer enemigos. Y la experiencia nos enseña que los mejores momentos de la Historia se han alcanzado cuando las relaciones entre los líderes políticos están presididas por el respeto, por la deportividad y, a ser posible, por la cordialidad. ¡Ah! y yo añadiría, por un cierto sentido del humor, que es la capacidad de reírse un poco de uno mismo.

Por el contrario, cuando entre los políticos triunfan el encono, el resquemor o la desconfianza, las posibilidades de llegar a acuerdos para el bien de todos se desvanecen. Además, esos agrios enfrentamientos entre políticos colaboran a crear un clima de fractura ideológica en toda la sociedad, un clima de enfrentamiento entre los ciudadanos. Y eso, colaborar al enfrentamiento civil, es el peor de los pecados que un político puede cometer. Sobre todo, si es español.

Ya sé que en política nadie debe sorprenderse de cambios muy radicales en las alianzas, desde hace siglos sabemos eso de que “la política hace extraños compañeros de cama”. Por tanto, no sería raro que ahora cambiaran de postura algunos de los que, desde diciembre, han mantenido posiciones irreconciliables. Sería, incluso, muy deseable. Pero lo que sí hay que pedirles a todos es que el respeto, la deportividad y, si es posible, la cordialidad presidan las necesarias conversaciones que van a tener lugar.

Después del previsible y previsto fracaso en la investidura de Pedro Sánchez, son muchos los que han utilizado una metáfora sacada del juego de la oca y han declarado que volvemos a la casilla de salida.

Mariano Rajoy Pedro Sánchez