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Los políticos tenemos que poner sobre la mesa el inventario de problemas, exponer las propuestas de solución y encontrar los puntos de coincidencia para articular la mayoría que necesitamos

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, el pasado 4 de marzo en el Congreso de los Diputados. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, el pasado 4 de marzo en el Congreso de los Diputados. (EFE)

Desde la medianoche del pasado 20 de diciembre, cuando conocimos los resultados definitivos de las elecciones generales, sabíamos que los partidos políticos que habían logrado representación parlamentaria iban a tener que hablar y negociar mucho entre ellos para conseguir que se formara una mayoría suficiente para elegir un presidente del Gobierno.

PSOE y Ciudadanos han protagonizado un intento, bienintencionado, para formar una coalición que fuera aceptada por algún otro grupo más, pero, si bien llegaron a consensuar un programa común, la realidad ha demostrado que no han sabido atraer a ningún otro grupo a su proyecto.

No es muy aventurado afirmar, lo hemos dicho muchos, que esa fragmentación del voto se ha producido porque los partidos clásicos no han respondido adecuadamente a lo que los ciudadanos esperaban de ellos en dos asuntos capitales: la crisis económica y, sobre todo, la corrupción.

Los ciudadanos han expresado su insatisfacción votando a dos partidos nuevos, que han gozado del beneficio de la duda respecto a las medidas económicas que propugnan, y al hecho de estar inéditos en la gestión de la cosa pública.

Hay que procurar no llevar de nuevo a los españoles a las urnas, porque eso significaría que los partidos parecen decirles a los ciudadanos que se equivocaron

De ese estar hartos de corrupción, salen fundamentalmente los cinco millones de votantes del conglomerado de Podemos y los 3,5 millones de votantes que han elegido a Ciudadanos. Son votos de protesta, son votos de hartazgo, son votos contra algo. Y muy legítimos.

Hay que dejarse de juegos y de triquiñuelas tácticas. Incluso hay que procurar no llevar de nuevo a los españoles a las urnas, porque eso significaría que los partidos parecen decirles a los ciudadanos que se equivocaron el 20-D, y que a ver si ahora rectifican. No, los ciudadanos no nos equivocamos.

Los políticos tenemos que poner encima de la mesa el inventario de graves problemas pendientes, exponer las propuestas de solución y encontrar los puntos de coincidencia para articular la mayoría que necesitamos.

Y los dos grandes problemas actuales son la situación económica y la estructura territorial del Estado.

El viernes pasado hemos conocido que estamos perdiendo la batalla contra el déficit. Acabar 2015 con un déficit del 5,16% sobre el PIB, cuando el compromiso era dejarlo en el 4,2%, es muy mala noticia. Significa que hemos gastado 10.000 millones de euros más de lo que podíamos y debíamos gastar, y que en 2016 tenemos que ahorrar 24.000 millones. Eso es así, digan lo que digan algunos políticos. Si no se embrida el déficit, la economía volverá a frenarse, volverá el desempleo, y de ese frenazo los más perjudicados serán los más desfavorecidos.

¿Por qué, en vez de hablar de líneas rojas, no buscamos un acuerdo para articular la lucha contra el déficit y para impulsar la economía?

Si no se embrida el déficit, la economía volverá a frenarse, volverá el desempleo, y de ese frenazo los más perjudicados serán los más desfavorecidos

Es evidente que en este asunto capital, PSOE (que ha sido el partido que más tiempo ha gobernado España en democracia y sabe que la realidad es tozuda y no admite trampas ni demagogias), PP y Ciudadanos pueden ponerse de acuerdo.

Como también pueden llegar a acuerdos en la respuesta al desafío soberanista, que es el otro gran problema que hoy tenemos en España.

Ni el PSOE puede sucumbir a la nostalgia que algunos de sus dirigentes tienen del marxismo, que el partido abandonó, para su provecho y el de toda España, en 1979. Ni el PP puede mostrarse prepotente, aunque haya sido el partido más votado. Ni Ciudadanos puede creer que sus votos valen más que los demás. La formación de una mayoría sobre los votos de estos tres grupos es un deber de sus dirigentes. Cueste los sacrificios personales que cueste.

Fuera quedarían Podemos y los independentistas.

Podemos, porque ni siquiera cree en la economía libre de mercado y nunca estará en proyecto alguno que busque soluciones racionales a los problemas reales de la economía. Ellos están en asaltar el cielo para llevar a España a la situación de ruina de Venezuela. Y los independentistas, con los que, por cierto, coquetea Podemos, por razones obvias.

Aún estamos a tiempo. Aún están a tiempo.

Desde la medianoche del pasado 20 de diciembre, cuando conocimos los resultados definitivos de las elecciones generales, sabíamos que los partidos políticos que habían logrado representación parlamentaria iban a tener que hablar y negociar mucho entre ellos para conseguir que se formara una mayoría suficiente para elegir un presidente del Gobierno.

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