Mitologías
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¿Un fin de semana de tres días? ¡No, por favor! En España sería un desastre total
El experimento de una empresa neozelandesa que ha acortado la semana laboral nos pone los dientes largos, pero quizá no nos estemos fijando en la letra pequeña
Lo comparte en Facebook un colega que acaba de ser padre y quiere pasar más tiempo con su hija. Lo hace también un amigo que cuando llega a casa, se arroja al sofá y se queda dormido hasta que el despertador suena a la mañana siguiente. También tu hermano, tu madre, tu abuelo y tu sobrina, tu abuelo, tu jefe y tu ex. Lo ha compartido con las palabras "¡por fin!" un ejecutivo del Ibex 35, una limpiadora del hogar, un profesor interino, un amante de la filatelia y un catedrático de Biología. Es obvio. ¿A quién no se le pone el corazón a mil cuando lee que una empresa neozelandesa ha implantado una jornada semanal de cuatro días y, ¡hey!, le ha funcionado?
Yo mismo he acariciado con mi dedo índice el botón izquierdo del ratón, como si pulsando "compartir" fuese a catapultarme a una vida más feliz, con menos estrés y más dinero en el bolsillo. Pero no puedo negar mi naturaleza aguafiestas, así que poco a poco comencé a ver las grietas a ese juego de prestidigitación 'marketingiano'. No niego que en otras sociedades más civilizadas laboralmente —y en algunos sectores concretos, que esa es otra— no sea posible condensar todo el trabajo de la semana en cuatro días, pero sospecho que aquí, una jornada semejante se convertiría en trabajar cinco días (o seis, o siete) y cobrar cuatro.
En un país en el que se hacen más de 6 millones de horas extra a la semana, no veo a la patronal muy por la labor de recortar horarios a la ligera
Uno de los problemas laborales que se han agudizado en la última década, a medida que las empresas recortaban plantillas, es la escasez de personal o, en otras palabras, que se tenga que seguir produciendo lo mismo con menos gente. En ese contexto, es frecuente que el trabajador no tenga tiempo suficiente para terminar lo que tiene que hacer así que, amenazas y objetivos mediante, termina consintiendo con llevarse el trabajo a casa. En un país en el que, según los datos de la Encuesta de Población Activa, se hacen 6,4 millones de horas extra a la semana (casi tres millones de ellas sin remunerar), dudo mucho que la patronal vea la luz y decida, que, efectivamente, un fin de semana de tres días en el que se respetase escrupulosamente el descanso de los trabajadores sería lo mejor para todos.
No niego la capacidad seductora de esa Arcadia laboral en el que el empleado es más productivo porque está más descansado y la empresa ingresa aún más. Es, obviamente, un sueño húmedo en una sociedad enferma de sobreexplotación, sueldos bajos, sobrecualificación y presentismo. Dime con qué fantaseas y te diré cómo eres. La pesadilla con la que nos encontramos al despertar es que es posible que a los políticos no se les caiga el término "conciliación laboral" de la boca mientras ponen gesto serio ante la grave gravedad de este grave asunto, pero la realidad es que a nadie le interesa poner solución a esa estafa al Estado y a los trabajadores. Por lo visto esta semana, el ejecutivo está más por fiscalizar si las bajas de los trabajadores son verdad o no.
Querías derechos, tienes 'perks'
Currar tan solo cuatro días a la semana parece tan atractivo como unas vacaciones de seis meses, pero tengo la sensación de que el verdadero debate no se encuentra tanto en aumentar el tiempo de asueto sino en garantizar que este no es inundado por el trabajo. Leyes como la aprobada en Francia sobre el derecho a la desconexión al salir del trabajo (¿pronto en España?) son reacciones lógicas a esa tendencia. Quizá ahí se encuentre la verdadera guerra y no tanto en castillos en el aire que, sabiendo cómo funcionan las cosas, serán percibidos más como un favor dadivoso de la empresa que como un pacto en el que todos ganan. Y que, en realidad, no es más que parte de la nueva ideología del trabajo, además de una gran herramienta promocional para aparecer en los medios.
La jornada de 4 días de la compañía no es un derecho del trabajador, sino un experimento cuya viabilidad está condicionada a su éxito económico
En ella juegan un papel esencial los 'perks' ("ventajas"), un término muy común en la jerga del 'management' guay, en esos entornos donde los sindicatos son vistos como el diablo y parece que la única posibilidad de progreso es la que se deriva de la oferta y demanda del mercado, no de los derechos del trabajador. Un 'perk' es tu bonus, tu plaza de garaje o tu seguro médico, pero también tener un billar o una diana en el curro, una neverita con cervezas frescas, gimnasio y ducha, viajes pagados (al parecer esto es algo es lo que ocurre en AirBnb, epítome de la compañía 'cool') y —redoble de tambores— flexibilidad de horarios. Es la expresión máxima de este yin y yang laboral que tanto puede garantizarte una vida más fácil como empujarte a unos horarios de 24/7 en los que jamás pares de atender al teléfono.
Los 'perks' les gustan mucho a las empresas, porque no son derechos que les comprometen a nada, sino simples huesitos para el perro negociados individualmente. La jornada de cuatro días de la compañía neozelandesa no es, por lo tanto, un derecho adquirido, sino un experimento cuya viabilidad está condicionada a su éxito económico. No es una idea altruista para que los empleados vivan mejor aun limitando el crecimiento de la compañía, sino una estrategia para aumentar su productividad, que al final sigue siendo el único criterio. Mi parte preferida de la historia es cuando la profesora encargada de supervisar el proyecto descubre asombrada que la gente había dejado de utilizar internet para tareas no relacionadas con el trabajo. Uno puede pensar mal y vomitar que la gente es así de vaga, o darse cuenta de que a lo mejor el problema se encuentra en un 'presentismo' forzado que obliga a realizar gestiones personales en los ratos muertos en el trabajo.
Trabajo en tu casa, trabajo en tu móvil, trabajo en el supermercado y trabajo en la 'ofi'. Trabajo a las 10 de la mañana, trabajo en la madrugada, trabajo mientras comes y trabajo en la cama. La tendencia apunta a la disolución de las barreras entre lo que es trabajo y lo que lo que no, como la presa que se quiebra e inunda pueblos, valles, cosechas y todo lo que se cruza a su paso, y que toma forma en ese móvil que no deja de vibrar con mensajes relacionados con el curro. Ahí está la clave, en comenzar a poner vallas a un campo cada vez más grande y en el que las lindes han desaparecido. Un fin de semana de tres días suena bien, pero me temo que aquí sería ahondar aún más en la gran estafa de la empresa española que es trabajar más aparentando que trabajas menos.
Lo comparte en Facebook un colega que acaba de ser padre y quiere pasar más tiempo con su hija. Lo hace también un amigo que cuando llega a casa, se arroja al sofá y se queda dormido hasta que el despertador suena a la mañana siguiente. También tu hermano, tu madre, tu abuelo y tu sobrina, tu abuelo, tu jefe y tu ex. Lo ha compartido con las palabras "¡por fin!" un ejecutivo del Ibex 35, una limpiadora del hogar, un profesor interino, un amante de la filatelia y un catedrático de Biología. Es obvio. ¿A quién no se le pone el corazón a mil cuando lee que una empresa neozelandesa ha implantado una jornada semanal de cuatro días y, ¡hey!, le ha funcionado?