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La gente que prefiere comprar a hacer el amor: cómo gastamos dinero en no sufrir
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Héctor G. Barnés

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La gente que prefiere comprar a hacer el amor: cómo gastamos dinero en no sufrir

Comida, higiene o artículos de primera necesidad. Consumir es aburrido, y eso lo saben bien las grandes cadenas 'online', que han sabido aprovechar esa vulnerabilidad para arrasar

Foto: El séptimo círculo del infierno. (EFE/Zipi)
El séptimo círculo del infierno. (EFE/Zipi)

Han instalado uno de esos buzones de Amazon en la puerta del 'parking' de la empresa, y es genial de puro bobo. Uno sale —por fin— del trabajo, coge los cachivaches que ese transportista mal pagado, Rey Mago de adultos de mediana edad, ha dejado en el casillero, los mete en el coche y se marcha a casa. Es una variación sutil de la conocida sonata vespertina de millones de asalariados. Si hace no tanto la ecuación era 'parking', supermercado y casa, gracias a la magia del comercio 'online', hemos podido condensar ese segundo paso en una sencilla visita a ese buzón que, como portal entre un mundo y otro, nos anuncia que ha comenzado el tiempo de ocio. Nuestro tiempo, el que tan duramente hemos ganado.

Lo anuncian los cientos de paquetes que estos días se acumulan en las recepciones de las oficinas, las furgonetas que reparten comida casera en los polígonos empresariales, las cajas de Wetaca que se acumulan en los cubos de basura de los comedores: no es el dinero, es el tiempo, aunque realmente sean lo mismo. Tiempo para no cocinar, tiempo para no ir a comprar. En estas coordenadas se está librando una de las grandes batallas sociolaborales del siglo XXI, el de la encarnizada pelea por el uso del tiempo que enfrenta a asalariados, empresarios, precios, emprendedores, jefes y curritos, en busca de ese minuto de oro perdido.

Acudir con regularidad a tiendas físicas, gastar tiempo en elegir lo que tiene mejor relación calidad-precio o charlar con el dependiente casi son lujos

El consumo suele presentarse, gracias a la publicidad, como un acto hedonista, un ocio que proporciona placer, identidad y algo de sentido vital tras los sinsabores de lunes a viernes. La mayor parte de las compras, no obstante, son una monótona carga cotidiana. Lo saben las amas de casa que dedican horas al día a rastrear entre las ofertas de los supermercados, lo saben los que pueden permitirse contratar a un empleado del hogar para que lo haga en su lugar. Y ahora lo saben la gran masa de compradores que recurren al comercio 'online' como estrategia para huir de esa frustración cotidiana que produce gastar dinero en algo que no deseamos, pero necesitamos.

Hace no mucho tiempo, uno pedía por correo aquello que le resultaba inaccesible en su entorno inmediato. La tortilla se ha dado la vuelta casi por completo, y ahora se solicita a Amazon, o a los servicios de reparto a domicilio de los grandes supermercados, productos del día a día, mientras que uno acude a la tienda como el que va de boda, solo en situaciones marcadas en rojo en el calendario. Si cada vez tenemos menos tiempo —sobre todo los españoles, con sus largas jornadas y baja productividad—, es posible que acudir con cierta regularidad a tiendas físicas, gastar tiempo en elegir aquello que tiene una mejor relación calidad precio o charlar un rato con el dependiente sean lujos que muchos no puedan permitirse.

placeholder Su tiempo, a cambio del tuyo. (Foto: EC)
Su tiempo, a cambio del tuyo. (Foto: EC)

Ahí es donde los gigantes 'online' han sabido ver su gran oportunidad. No solo tiran los precios para ventilarse a la competencia sino que aspiran a convertirse en tu recadero personalizado a expensas del bienestar de sus mal pagados trabajadores, víctimas finales de esa industria de externalización de los marrones. Básicamente, están explotando una de las grandes carencias de la sociedad moderna, que son las crecientes dificultades para conciliar la vida personal con la profesional. Ya conocemos el círculo vicioso: te obligan a trabajar más, así que la salida es cobrar más para poder adquirir con ese dinero extra el tiempo que te han quitado previamente.

Un reciente artículo de 'Slate' recogía el testimonio de algunas personas que habían pensado en boicotear a Amazon eliminando la suscripción 'prime' de sus cuentas pero, simplemente, no podían. Están los padres precarios que trabajan todo el día fuera de casa y no encuentran en ningún otro establecimiento cajas gigantes de pañales con descuento, un ama de casa cuyo marido pasa el año viajando y que pronto será madre, pequeños empresarios que alivian su estrés pidiendo 'online' caramelos de limón y sobres para no tener que ir a la tienda, ancianos que no pueden salir de casa. "Comprar es trabajo, y hacerlo consume tiempo y dinero que podría gastarse en otra cosa", recuerda el artículo. Algo obvio para aquellas mujeres que tienen que hacer cada día la compra del hogar, pero también para todas las familias que dedican sus fines de semana a caminar como zombis por el centro comercial. Un trabajo de mierda, añado.

Un centro comercial en tu retrete

Si alguien lo duda, que pruebe a coger el metro y plantarse en el centro de una gran capital para hacer las compras navideñas. Pronto estará deseando desandar sus pasos, acurrucarse en el sofá de casa y abrir una app de venta a domicilio de caldos caseros. Quizá lo siguiente sea poner alguna serie de Netflix, que explota la misma vulnerabilidad psicológica que Amazon: la plataforma, entre otras cosas, ahorra al usuario la molestia de tener que vestirse, salir de casa, buscar aparcamiento o coger el transporte público; de rodearse de otras personas, charlar con ellas y formar parte de esa comunidad que se generaba alrededor del pequeño comercio, y que los centros comerciales comenzaran a erosionar.

La compra es cada vez menos un acto placentero, se ha convertido en un gesto desesperado, reacción egoísta a la maquinaria devoradora del día a día

Es irreversible. Una reciente encuesta realizada por la agencia Max Borges —juran y perjuran que sin ninguna clase de patrocinio por parte de Amazon— mostraba que el 77% de los jóvenes encuestados preferirían no beber alcohol durante un año y un 44% renunciar al sexo antes que quedarse sin Amazon. Uno se lleva las manos a la cabeza antes de darse cuenta de que los entiende, porque es uno de ellos. Que si ese regalo para un cumpleaños al que ha sido invitado de la noche a la mañana, ese libro que quieres ya porque lo necesitas como documentación para un artículo, esos auriculares que se rompen y que no te apetece pasar la tarde de tienda en tienda buscándolos… Todos encontramos buenas justificaciones para recurrir al comercio 'online', aun conociendo perfectamente la situación de sus trabajadores.

Hay otro dato llamativo en la encuesta. Un 47% de los participantes han realizado una compra mientras estaban en el cuarto de baño, un 23% han hecho lo propio en un atasco de tráfico y un 19% mientras estaban borrachos. Vivimos dentro de un gigantesco supermercado invisible, cuya entrada franqueamos una vez y ya no podemos abandonar. Un centro comercial sin puertas, y una empresa de la que nunca conseguimos salir: tanto el consumo como el trabajo son tan omnipresentes en nuestras vidas que no nos damos cuenta de que nos acompañan allá donde vamos. Antes, uno entraba en una tienda; ahora, Amazon entra en uno, y no sale.

placeholder ¿Y si sacase el iPhone y pidiese un puñado de gambas más baratas por Amazon? (iStock)
¿Y si sacase el iPhone y pidiese un puñado de gambas más baratas por Amazon? (iStock)

Otro porcentaje revelador. Un 24% de los usuarios admitía haber pulsado el "ok" de la confirmación del carrito de la compra mientras estaban en un supermercado. Es la paradoja final: comprar mientras estás comprando es el 'non plus ultra' de la nueva cultura del consumo. Pero también muestra bien esa nueva tendencia entre grandes superficies como Ikea que utilizan sus establecimientos físicos como escaparates de productos que solo pueden ser comprados a través de una aplicación. Si hay algo que tienen en común todos estos comportamientos, es que la compra es cada vez menos un acto placentero y se ha convertido en un gesto desesperado, la reacción egoísta ante la maquinaria devoradora de la jornada laboral.

Han instalado uno de esos buzones de Amazon en la puerta del 'parking' de la empresa, y es genial de puro bobo. Uno sale —por fin— del trabajo, coge los cachivaches que ese transportista mal pagado, Rey Mago de adultos de mediana edad, ha dejado en el casillero, los mete en el coche y se marcha a casa. Es una variación sutil de la conocida sonata vespertina de millones de asalariados. Si hace no tanto la ecuación era 'parking', supermercado y casa, gracias a la magia del comercio 'online', hemos podido condensar ese segundo paso en una sencilla visita a ese buzón que, como portal entre un mundo y otro, nos anuncia que ha comenzado el tiempo de ocio. Nuestro tiempo, el que tan duramente hemos ganado.

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