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El loco deseo de tener un trabajo basura o qué ocurre cuando tu vida deja de ser tuya
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Héctor G. Barnés

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El loco deseo de tener un trabajo basura o qué ocurre cuando tu vida deja de ser tuya

Las palabras de Díaz Ayuso simplemente desvelan lo que piensa la mayoría: que cualquier empleo, por alienante o explotador que sea, es mejor que no tener ninguno

Foto: Soñando con soñar. (Foto: Reuters/Sergio Pérez)
Soñando con soñar. (Foto: Reuters/Sergio Pérez)

No hay que darle patas muy largas a las polémicas de campaña electoral si tan solo sirven para persignarnos, si no reparamos en que son expresiones explícitas de lo que casi todos piensan (pero no se atreven a decir). Me refiero a las recientes declaraciones de la candidata del Partido Popular a la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, que el pasado jueves dijo que “hablar de empleo basura me parece ofensivo para el que está deseando tener ese empleo basura”. Una sentencia a la que hay que reconocer esa genialidad tan ayusiana de contradecirse a sí misma en una misma frase, un retruécano verbal que se ha convertido en su propio “no pienses en un trabajo basura” lakoffiano.

Quizá el problema de estas erupciones puntuales de indignación es que no atienden al fondo del asunto, que es que la mayoría de gente (gente: empresarios, políticos) sigue pensando que un mal trabajo es preferible a no tener trabajo. A mí me ha resultado tremendamente oportuno: Ayuso ha soltado lo suyo el mismo día que leía una nueva investigación sobre precariedad laboral publicada en el 'Journal of Sociology'. Quizá su conclusión no diga nada que no sepamos –que los jóvenes suelen tener mejor formación pero peores empleos que sus padres, que la precariedad no es la antesala de la seguridad laboral, sino el primer paso de una larga trayectoria de inestabilidad que raramente concluye–, pero sí ofrece una nueva perspectiva para entender lo que está ocurriendo.

Lo que une a los empleos basura, la epidemia de soledad y la brecha entre ricos y pobres es la sensación de haber perdido las riendas de tu vida

Lo que los investigadores australianos señalan de manera sagaz es que los jóvenes están experimentando una nueva versión de la edad adulta caracterizada, frente a la de sus padres, por largos períodos de inseguridad que se intercalan con otros más estables, pero que en general arrojen un saldo negativo. La consecuencia, una permanente sensación de pérdida de control sobre sus propias vidas. El estudio no se limita únicamente al empleo. Muchos de los jóvenes entrevistados reportaban que sentían que su vida no era suya, que vivían a merced de los designios del destino por distintas razones; los más vulnerables eran los solteros que no disponían de estudios superiores.

Quizá esa sea la realidad unificadora que se oculta bajo los empleos basura, la epidemia de soledad o la cada vez más amplia brecha entre la élite postuniversitaria y el resto: la sensación de haber perdido toda la capacidad de llevar las riendas de tu propia vida. Al fin y al cabo, la edad adulta es la época en la que las aspiraciones personales entran en conflicto con los condicionantes del entorno, en la que el individuo intenta reconciliar dichas tensiones para escribir su propia vida. Una guerra que también se libra en otros ámbitos: las enfermedades mentales o de declive cognitivo como el alzhéimer pueden entenderse como la pérdida de control sobre la propia mente o los propios recuerdos. Como cantó Ian Curtis sobre la epilepsia en 'She's Lost Control', las enfermedades físicas son también la pérdida de control sobre el propio cuerpo.

Curas fáciles para problemas sin solución

La sociedad contemporánea se ha convertido en una máquina de vender soluciones para dicha tensión. El emprendimiento, por ejemplo, se presenta como una fórmula para recuperar por completo el control sobre el trabajo. El sueldo, los horarios, el sentido de nuestra labor diaria. Es un espejismo, puesto que tan solo unos pocos priviliegiados pueden controlar por completo su vida. El emprendedor se consuela con una apariencia de control que se esfuma en el momento en el que sus acreedores comienzan a pasarle facturas. ¿Y la política? Recordemos que el famoso lema de la campaña proBrexit era “recuperar el control” ('take back control'). En realidad, a lo máximo que podemos aspirar es a tolerar nuestro propio descontrol.

Hay otra alternativa, y es que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma vaya a la montaña. O, en otras palabras, que si el mundo nos parece incontrolable, dejemos de aspirar a cambiarlo y comencemos a cambiarnos a nosotros mismos. Basta con entrar a una página como 'Wikihow', que entre trucos para cortar el césped o cómo soportar tener un amigo comunista, te enseña a recuperar el control de tu vida. Ninguno de sus consejos pasa por repartir la riqueza de forma más igualitaria o afrontar reformas de leyes laborales, sino por “cambiar tu forma de pensar”, “aceptarte a ti mismo” y “sopesar tus valores”.

Edgar Cabanas, doctor en psicología e investigador en la Universidad Camilo José Cela de Madrid, explica cómo funciona este cambio de paradigma en su libro ' Happycracia', escrito junto a Eva Illouz. “Hay un discurso desde hace décadas que se ha agudizó en la crisis de que debido a que vivimos en una inseguridad que parece caída del cielo (nunca se analizan sus causas), debemos encontrar dentro de cada uno de nosotros las claves para capitalizar las oportunidades y sobrevivir”, explica. La industria de la felicidad que analiza en su libro propone soluciones fáciles a problemas complejos, y sugiere que “es más fácil cambiarse a uno mismo que el entorno”, lo cual, recuerda Cabanas, no es verdad. No devuelve el control; solo genera una ilusión de ello.

Hablar del “deseo” del trabajador deposita en él, y no en las empresas o la administración, la responsabilidad de su situación

Son parches para el paraguas del “yo” personal ante la tormenta de la precariedad creciente. Para Cabanas, las palabras de Ayuso pueden leerse como un 'lapsus linguae' ideológico que muestra el verdadero subconsciente de una perspectiva política que no pretende cambiar unas condiciones materiales aceptadas cual diluvio universal, sino que se refugia en apelar el “deseo” del supuesto trabajador. Una vez más, se obvia la responsabilidad de empresas y administraciones a la hora de proporcionar unas condiciones laborales dignas que permitan desarrollar proyectos personales a largo plazo y se culpabiliza al trabajador por no haber sido capaz de crear las condiciones necesarias para obtener un empleo mejor o, directamente, se le considera un irresponsable por no desear un trabajo basura.

De lo externo a lo interno, lo que ninguna declaración política puede obviar es que uno de los grandes problemas a los que se enfrentan los trabajadores en el futuro inmediato no es tanto el paro masivo por la automatización, como tantas veces se repite, sino los empleos de mala calidad, algo que incluso organizaciones poco sospechosas de sindicalismo como la OCDE han repetido. No estamos tan lejos de una sociedad en la que un amplio sector tenga que conformarse con “trabajos basura”, que dejarán de llamarse así puesto que pasarán a ser la regla, y una pequeña colección de “empleos premium” para los privilegiados. Ahí está, y no en la capacidad de autogestión (puro pensamiento mágico) lo que separará a aquellos que puedan controlar su propia vida y los que vean como esta es dirigida por los demás.

No hay que darle patas muy largas a las polémicas de campaña electoral si tan solo sirven para persignarnos, si no reparamos en que son expresiones explícitas de lo que casi todos piensan (pero no se atreven a decir). Me refiero a las recientes declaraciones de la candidata del Partido Popular a la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, que el pasado jueves dijo que “hablar de empleo basura me parece ofensivo para el que está deseando tener ese empleo basura”. Una sentencia a la que hay que reconocer esa genialidad tan ayusiana de contradecirse a sí misma en una misma frase, un retruécano verbal que se ha convertido en su propio “no pienses en un trabajo basura” lakoffiano.

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