Mitologías
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Matar al PP para salvarse ante la historia: la venganza política se sirve en forma de libro
'La educación en España', de Wert, es tanto una reivindicación de la Lomce como una sutil 'vendetta' con el partido que le dejó caer como uno de los peores ministros de la historia
A medida que leía 'La educación en España. Asignatura pendiente' (Almuzara), el libro de José Ignacio Wert, que bien podría haberse llamado 'La Lomce y yo', no podía dejar de recordar una de esas anécdotas que vistas en retrospectiva huelen a actos fallidos. Tuvo lugar el 28 de noviembre de 2013, cuando en pleno fragor de las guerras de la Lomce, el PSOE pidió la reprobación del entonces ministro de Educación, Cultura y Deporte.
La “anécdota de la jornada”, como se la denominó, fue que Soraya Sáenz de Santamaría votó por error a favor de la reprobación de su compañero. Un fuego amigo que terminaría convirtiéndose en bombardeo aliado poco más de año y medio después, cuando fue sacrificado en el altar de la más que probable pérdida de la mayoría absoluta popular a cambio de un billete para dos destino París y la poda forzada de la Lomce, la ley educativa de Wert que terminó convirtiéndose en uno de los grandes quebraderos de cabeza para Rajoy tanto en el Congreso como fuera de él.
'Et tu, Brute?', parece preguntarse ante la premura con la que el PP, imitando al botones de 'Four Rooms', cortó los dedos esenciales de la Lomce
El día en que se anunció la salida por la puerta de atrás de Wert, yo estaba en un sarao educativo y creo que pocas veces he visto tanta unanimidad, más o menos disimulada. Hasta él mismo, el ministro peor valorado, debía desear la estocada final ante una situación casi insostenible. Una de las cosas que quedan claras leyendo entre líneas 'La educación en España' es que Wert se pinta como un 'outsider' en un PP ideologizado, donde apenas contaba con apoyos, y del que intenta desmarcarse para defender una ley que sus excompañeros hicieron que quedase en aborto.
Claro ejemplo, las 'reválidas', uno de estos términos contra los que se rebela. “A estas alturas, cuando la arquitectura de las evaluaciones diseñadas en la LOMCE ha sido descartada o congelada, la explicación que sigue puede parecer […] un ejercicio vindicativo para ajustar cuentas con quienes idearon esa demolición o cooperaron con ella, incluidos los gobiernos del PP que sacrificaron su implementación al señuelo del 'Gran Pacto Social y Político por la Educación' (sic) que, como es sabido, fue más parco en resultados aún que el Pacto de los Montes, pues no quedó de él ni siquiera un humilde ratoncillo”. Como diría Lakoff, ¡intente no pensar en la venganza!
Wert no carga demasiado las tintas contra oposición, sindicatos, Ampas, estudiantes y otros actores sociales, porque sabe que nunca iba a poder contar con ellos. 'Et tu, Brute?', parece preguntarse ante la premura con la que Méndez de Vigo, imitando al botones de 'Four Rooms', cortó los dedos esenciales de la ley educativa más polémica de la democracia (que ya es decir). Porque el libro defiende, ante todo, que la Lomce era una buena ley mal comunicada. Que apenas se aplicó, pero que aun así, mejoró la educación española. Soplar y sorber.
Una carta de amor envenenada
No lo hace por sí mismo, afirma, sino por su esposa, Montserrat Gomendio, secretaria de Estado de Educación, con la que intimó cuando ambos cocinaban la Lomce durante el año 2012, por su equipo y por los otros Wert que han tenido que portar el estigma asociado a su apellido. No se me ocurre peor regalo de San Valentín que citarte en las primeras páginas del libro como “infatigable cocreadora y animadora de la reforma”. ¡Yo hubiese preferido una cenita!
Wert se pinta como un tecnócrata desideologizado un poco soberbio y demasiado culto cuyo principal pecado fue comunicar mal lo que pretendía
Uno escribe un libro no tanto para ajustar cuentas como para pintarse ante la eternidad con buena cara (el otro retrato, el real, el que le muestra medio despachurrado sobre un diván, cuelga en una pared del Ministerio de Educación). El rostro que elige Wert es el del tecnócrata desideologizado un poco soberbio y un poco tímido, demasiado culto para su propio bien, cuyo principal pecado fue ser un mal comunicador. Un optimista que se dio de bruces con el muro de la realidad. Un hombre de fuera del partido al que el partido le dio la espalda en cuanto que vio que su altruista plan para mejorar la calidad de la enseñanza estaba pasándole factura.
La presentadora Ana Pastor repite eso de “estos son los datos, suyas son las conclusiones” y Wert toma el testigo mostrando que los datos también son conclusiones. Antes de sumergirse en un proceloso desgranamiento de las medidas de la Lomce y sus (supuestos) efectos, advierte al lector de que los datos y las interpretaciones son debatibles, pero que no se puede “ignorar que la evidencia sugiere lo contrario”.
Ahí está lo mollar del debate, en las interpretaciones más o menos favorecedoras que los gráficos —hay unos cuantos— ofrecen sobre el ministro. Porque, muy hábilmente, Wert desvía la atención hacia las cifras puras y duras para que olvidemos que las relaciones causa efecto entre la Lomce y muchas de sus supuestas consecuencias son, cuando menos, laxas. Sobre todo si, como él mismo lamenta, muchas de sus medidas estrella —como las evaluaciones externas— no llegaron a entrar en vigor.
Cabe reprocharle a Wert, sobre todo, ser un prestidigitador del espacio-tiempo. El exministro dedica un largo razonamiento para justificar que, al contrario de lo que se suele mantener, es decir, que los efectos de las reformas educativas solo se notan a largo plazo y que es casi imposible distinguir si un cambio de tendencia se debe a una medida política o hay otros factores (económicos, sociales, otras decisiones a nivel local o europeo), en realidad sí es posible que los efectos de una ley aprobada a finales de 2013 e implantada gradualmente se reflejen en los resultados de PISA 2015, cuyos exámenes se hicieron en el segundo semestre de dicho año. A mí las cuentas no me terminan de salir.
Atribuye toda mejora en la educación entre 2011 y 2015 a la Lomce y otras medidas tomadas durante sus exiguos tres años y medio en la cartera
El exministro concede que, bueno, es posible que el descenso del abandono escolar temprano se debiese a que en un contexto de paro juvenil elevadísimo y en crecimiento constante, el coste de oportunidad de dejar de estudiar fuese menor y muchos jóvenes considerasen que era mejor la FP que el paro. Pero acto seguido argumenta que es una interpretación algo simplista y que bien puede achacarse al refuerzo de la Formación Profesional básica que impulsó su ministerio.
Una estructura que extiende a todas y cada unas de sus reformas más técnicas, y que se pueden resumir en que toda mejora aparente entre 2011 y 2015 es atribuible a la Lomce y otras medidas tomadas durante sus exiguos tres años y medios en la cartera. Wert se aprovecha de una de las grandes disputas educativas —de quién es el mérito de la mejora, cuánto tiempo hay que esperar para ver los efectos de una ley y poder juzgarla, cómo podemos traducir una realidad compleja en cifras— para decantar la balanza a su favor una y otra vez.
'Making enemies is good'
Y está en su derecho de hacerlo, de igual manera que lo está el lector de mostrar sus reservas. No es tanto que el libro mienta —y de hecho resulta francamente instructivo siempre y cuando uno considere que la OCDE y la IEA (International Association for the Evaluation of Educational Achievement) son la máxima autoridad en evaluación educativa— como que sus verdades son interesadas. En su selfi, el ministro se ha metido varias capas de Photoshop.
Wert quiere que queden claras varias cosas que no están suficientemente claras. Para empezar, que la Lomce y el Real Decreto 14/2012 de racionalización del gasto educativo, el de los 'recortes', son dos medidas totalmente distintas, cuando no opuestas. En el juicio en que él mismo se llama al estrado, Wert considera que fue una víctima más de la urgencia del PP para afinar financieramente el país, y que fue a pesar de dichas medidas de ahorro y no a causa de ellas como salió adelante una ley cuya dotación fue apenas “nuestro entusiasmo y las migajas europeas que habíamos arrancado”.
Por eso tampoco sorprende que, con esa ironía un poco pedante que él mismo reconoce que le ha granjeado no pocos enemigos, reparta algún sopapo inesperado en los temas más controvertidos. Por ejemplo, a la Conferencia Episcopal, cuando aborda la polémica decisión de convertir la Religión en evaluable. En concreto, a Martínez Camino y Gil Tamayo, de los que dice que fueron siempre respetuosos e incluso cordiales, “pero particularmente insistentes en sus demandas”. Wert lo dice tal cual: en el tema de la Religión es donde sintió más presiones.
Se defiende asegurando que sus salidas de tono eran el dedo al que todos miraban mientras se olvidaban de la luna educativa a la que él señalaba
Mi pullita preferida, no obstante, se encuentra oculta en un pie de página, en el que desvela, haciendo referencia al debate sobre la gratuidad de la universidad pública, que algún diputado del PP se le había quejado “con desenvoltura” de la subida de tasas universitarias , porque entre las clases medias-altas y altas aún “operaba la extendida creencia de que la llegada de los hijos a la universidad debía suponer un alivio para las economías familiares que habían soportado el coste de un colegio privado”. No he visto nunca a nadie llamar pijo a otro de forma tan elegante.
Por lo que pasa un poco más de puntillas es por la soberbia lingüística que caracterizó sus sonadas comparecencias en el Congreso. Despacha el “españolizar a los alumnos catalanes” de octubre de 2012 como una cita desfigurada y una señal anticipatoria de los males que vendrían después. Sus sonadas referencias a la alta tasa de acceso universitario son vistas como errores de comunicación que viciaron el debate sobre medidas necesarias, dedos en los que se quedaron sus detractores mientras él apuntaba a la luna.
Quizás el problema de Wert, antes y ahora, es que le pueden sus ganas de sacar a pasear su sarcasmo, por ejemplo, al ironizar con el retorno de la universalización de la Filosofía, un tema que explica razonablemente bien pero en el que no puede evitar adornarse tirando por tierra el esfuerzo conciliador: “En fin, todo sea por el futuro de nuestros jóvenes, que gracias a esta benéfica iniciativa acabarán tan devotos de Nietzsche como los habitantes del pueblo de 'Amanece que no es poco' lo eran de Faulkner”.
Wert es, en 'La educación en España', juez, jurado, acusado, fiscal, parte y acusación. ¿El veredicto que se reserva a sí mismo? Haber sido “impetuoso, atropellado, imprudente y poco astuto”. Por cada pecado, una virtud: quizás el escollo fueron los prudentes y calculadores que le rodeaban.
Primero como tragedia, después como libro
El libro de Wert forma parte de un nuevo y peculiar subgénero literario, en el que el político de turno vuelve a explicar sus medidas cruzando los dedos para que el tiempo y la distancia alivien la dureza del implacable CIS. O, como le diría la madre de Boabdil al último sultán de Granada, llora como ensayista lo que no supiste defender como ministro. Una tradición cada vez más arraigada en política, hacer el 'politiexplaning' años después a los que no comprendieron una ley. Pero es que la Lomce no la entendió nadie.
La gran ironía es que la Lomce sigue ahí, vivita y coleando, quizá porque es la única que ha puesto de acuerdo a todos en que no debió salir adelante
El propio Wert reconoce nada más empezar que 'La educación en España' es una escisión de un libro de memorias mucho más ambicioso, por lo que es natural que relativice las vivencias personales en favor de los tecnicismos educativos. Pero si yo fuese alguno de sus antiguos compañeros de Gobierno, de esos que se equivocaban al dar al botoncito en el Congreso, a lo mejor me iba preparando para que me empezasen a pitar los oídos. Aunque fuese por un pie de página malintencionado o una referencia sarcástica del que un día fue el ministro peor valorado de España.
¿La gran ironía? Que la Lomce sigue ahí, vivita y coleando, un cadáver legislativo que ha terminado convirtiéndose paradójicamente en una de las leyes educativas más longevas tras ver cómo pasaban a su lado grandes pactos de Estado, cambios de Gobierno y aplazamientos varios. Quizá porque ha sido la única que ha puesto de acuerdo a todos, incluso al partido que la sacó adelante, en que nunca debió salir adelante tal y como se planteó.
A medida que leía 'La educación en España. Asignatura pendiente' (Almuzara), el libro de José Ignacio Wert, que bien podría haberse llamado 'La Lomce y yo', no podía dejar de recordar una de esas anécdotas que vistas en retrospectiva huelen a actos fallidos. Tuvo lugar el 28 de noviembre de 2013, cuando en pleno fragor de las guerras de la Lomce, el PSOE pidió la reprobación del entonces ministro de Educación, Cultura y Deporte.