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Las personas que viven mejor que antes del coronavirus
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Héctor G. Barnés

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Las personas que viven mejor que antes del coronavirus

Puede que no lo confiesen, pero no son pocos los que están disfrutando del confinamiento. ¿Quiénes son y qué desvelan acerca de nuestras vidas "normales"?

Foto: Foto: Marzio Tionolo/Reuters
Foto: Marzio Tionolo/Reuters

Conoce a más de uno, aunque no lo sepa. Simplemente ocurre que por una cuestión de educación, no se hayan atrevido a confesarlo, o no tienen la confianza suficiente. Pero existen. En estas cuatro semanas de confinamiento, en la que hemos repasado de arriba abajo la agenda del móvil para escribir a todos los conocidos un cordial "¿qué tal todo? Espero que bien", es muy probable que nos hayamos encontrado con alguien que, tras un rato de charla, lo haya reconocido. "Pues estoy bien. Muy bien. Demasiado bien. Mejor que antes del coronavirus".

¿Quiénes son? Si tiene suerte, quizá usted mismo. Por supuesto, nadie que tenga un familiar enfermo o en alto riesgo. Obvio. Muy probablemente, nadie que esté preocupado por su futuro económico, laboral, vital. Obvio también. Seguramente, nadie que tenga a su cargo niños, ancianos u otras fuentes de preocupación. Los que viven mejor que antes pertenecen a una mayoría primero atemorizada y luego hastiada que se ha topado de bruces con un paréntesis vital que ha puesto de manifiesto que su vida preconfinamiento tal vez no era todo lo feliz que parecía ser.

El confinamiento es el equivalente apocalíptico del 'resort': unos disfrutan de sus ventajas materiales mientras otros malviven por un sueldo nimio

A lo largo de estas últimas dos semanas, me he encontrado con dos perfiles que encajan en esta descripción. El primero, al que volveré más tarde, el del privilegiado que de la noche a la mañana se ha despertado en un mundo nuevo en el que por fin puede sacar rendimiento a sus ventajas materiales. El segundo es un poco más excepcional, y es aquel que ante una circunstancia objetivamente negativa —pongamos, haber sido laminado rápidamente del trabajo que le estresa— ha visto una vía de escape vacacional a su insatisfacción. En definitiva, no deja de ser otro episodio más en su precariedad, por una vez ampliamente compartida.

Privilegiados en el fin del mundo

Esta revolución de la cotidianidad ha propiciado un nuevo escenario en el que, al menos temporalmente, la vida parece más sencilla. Su escala se ha reducido al mínimo común denominador, un oasis vacacional en el que nos hemos visto obligados a redefinir prioridades. Somos como ese niño enfermo pero feliz por faltar a clase, que se queda durmiendo hasta tarde bajo la manta por unas décimas de fiebre, contento por saberse excepcional al haberse bajado del tiovivo del día a día.

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This is fine

Es lo que le ocurre al que necesitaba parar pero no sabía cómo, el estereotipo del confinado feliz por antonomasia. El que ha hecho acopio de botellas de vino, embutido y pelis y se ha juntado con su pareja para ver la vida pasar tras darse cuenta de que han esquivado la bala del coronavirus. El que lleva 10 años esperando sacar el tiempo suficiente para juntar un par de meses de vacaciones para ponerse el día. El que cuando le preguntas qué tal le va, siempre te dice que "bien, pero a tope". El rico en dinero pero pobre en tiempo que de repente se encuentra en un contexto en el que por fin puede disfrutar de sus ventajas materiales.


Lo que esta pandemia les ha facilitado es superar una de las grandes contradicciones de nuestra era, ese imposible equilibrio entre el éxito profesional y el bienestar personal del que nunca puede dejarse ir. Si estar siempre ocupado se ha convertido en el signo de estatus definitivo, y por lo tanto, imposibilita la felicidad completa para aquel que en teoría debería vivir mejor, la hibernación es un limbo en el que por fin puede disfrutar de todo aquello por lo que siempre luchó pero, como el rey Midas, no pudo disfrutar.

Pasar la cuarentena en una finca de 10.000 metros cuadrados es una libertad mayor que moverse libremente el resto del año por trabajos penosos

El confinamiento es el equivalente apocalíptico del 'resort': un contexto en el que unos, los de la pulserita, pueden disfrutar de barra libre de casi todo y otros malviven para conseguir un sueldo nimio. Es decir, un contexto en el que las diferencias sociales se agudizan. Recordemos esos vomitivos vídeos de famosos jugando en jardines más grandes que el bloque de manzanas en el que vive, y que no muestran tanto la desconexión de esas élites exhibicionistas con la realidad como su indolencia. Claro que saben que son unos privilegiados, pero les da igual.

Pasar la cuarentena en una finca de 10.000 metros cuadrados, aun sin poder salir de ella, es una libertad mayor que la de pasar el resto del año moviéndote sin restricciones por metros abarrotados, trabajos penosos y penurias emocionales.

Apocalipsis bajo la mantita

Es posible, no obstante, que no se trate de una mera cuestión de nivel económico. Es decir, que si bien aquellos que tienen un mayor capital pueden hacer frente a la cuarentena con una gama de ventajas de las que no dispondrían clases más bajas, quizá nos haya afectado un poco a muchos. Lo reconozco. Yo también me he sorprendido contándole a algún amigo que estoy bastante mejor lo que pensaba. Reconozco que puede ser un privilegio, reconozco que suena mal, pero mentiría si hasta cierto punto "esto" no me ha permitido reordenar prioridades.

Foto: Vecinos de L'Hospitalet salen a sus balcones como cada día a animar y homenajear a los sanitarios. (EFE)

Una vez superado el miedo por que le pudiese pasar algo a mis padres y allegados, y aceptando que esto va para más o menos largo, es fácil adaptarse a ese "apocalipsis calentito" del que hablaba Jo Walton. Imaginábamos crisis globales en las que tendríamos que salir a la calle a buscar sustento; pero la realidad es que esta se ha adaptado bien al carácter íntimo, pequeñoburgués y tecnológico de nuestra era. No hay que asaltar tiendas porque ya hay repartidores de Glovo que lo hacen (figuradamente) por nosotros.

"Sofá, mantita, peli y coronavirus" podría ser el lema de estos días. Hace 20 años, esto habría sido mucho más duro. Desde entonces hasta ahora, hemos conseguido, tecnología mediante, meter el mundo en un piso de cincuenta metros cuadrados. ¿Amigos? Están al otro lado de WhatsApp o de Zoom. ¿Ocio? Netflix, Steam o el lector digital de libros. ¿Relaciones? Las conversaciones con la pareja son ahora mucho más largas, las llamadas telefónicas se prolongan, ya no sentimos la necesidad de salir corriendo hacia ningún lugar. Con un añadido: salvo excepciones, tenemos más tiempo entre las manos. Cuando no hay nada que hacer, lo podemos hacer todo.

Esta crisis nos ha obligado a un frenazo generalizado en el que nos hemos dado cuenta de que nuestra vida "normal" quizá no lo era tanto

En los últimos días antes de que todo esto empezase, estuve dándole vueltas a un curioso informe de tendencias globales realizado por Ipsos que mostraba que un 71% de españoles desearían poder ralentizar su ritmo de vida. Cuidado con lo que deseas. Esta crisis ha provocado un frenazo en nuestras vidas, por no decir una parada total que nos ha proporcionado aquello que deseábamos íntimamente pero no estábamos dispuestos a confesar. Y, una vez nos hemos quedado quietos, tal vez nos hemos dado cuenta de que nuestra vida normal no lo era tanto.

Conoce a más de uno, aunque no lo sepa. Simplemente ocurre que por una cuestión de educación, no se hayan atrevido a confesarlo, o no tienen la confianza suficiente. Pero existen. En estas cuatro semanas de confinamiento, en la que hemos repasado de arriba abajo la agenda del móvil para escribir a todos los conocidos un cordial "¿qué tal todo? Espero que bien", es muy probable que nos hayamos encontrado con alguien que, tras un rato de charla, lo haya reconocido. "Pues estoy bien. Muy bien. Demasiado bien. Mejor que antes del coronavirus".

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