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La peste negra tuvo que ser terrible, pero al menos no había grupos de WhatsApp
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Héctor G. Barnés

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La peste negra tuvo que ser terrible, pero al menos no había grupos de WhatsApp

Son un reflejo de nuestra sociedad, y como tal, los grupos de amigos se están convirtiendo en círculos viciosos de miedo, incertidumbre y paranoia

Foto: Foto: Reuters/Miguel Vidal.
Foto: Reuters/Miguel Vidal.

Vaya a un manicomio, coja al tipo que se cree Napoleón, el que piensa que hay una conspiración para asesinarlo, el aficionado a memorizar guías telefónicas y al coleccionista de vello corporal. Los mete en una habitación, les pone tapones en los oídos y los anima a que cuenten lo que quieran. Enhorabuena: acaba de crear un grupo de WhatsApp. Una jaula de grillos donde cada cual viene a contar lo suyo y, con un poco de suerte, recibe un pequeño chute de dopamina si alguien le responde.

A veces, solo a veces, los astros se alinean y esa polifonía de monólogos de la vanidad se convierte en un diálogo. Entonces es peor, quitando honrosas excepciones como el confinamiento, cuando todos estábamos tan asustados que nos dio por caer en el buen rollo. En esta "nueva normalidad", los grupos de WhatsApp no son más que la expresión más aguda de los miedos, odios e incertidumbres de la pandemia, que se autorretroalimentan en un círculo vicioso.

Solo hay una cosa peor que el que te lleven la contraria por sistema: pensar que tienes razón porque todos te la dan

Muchas conversaciones suelen transcurrir de la siguiente forma. Alguien publica un "¿habéis oído que mañana ponen el estado de alarma?", otros 20 agotan todas las combinaciones posibles de emoticonos enfadados, cansados y tristes (porque así estamos todos, enfadados, cansados y tristes), alguien salta y dice que eso es un bulo que lleva rulando desde junio y otro le responde que sí, que mucho bulo pero que si el río suena es que agua lleva. Entonces llega el mensaje definitivo: "A ver si es verdad que nos encierran y así aprendemos". En ese momento sí, todos de acuerdo, aplausos y se cierra la sesión. Porque en eso no hay duda. Siempre hay un español (que no somos nosotros) que tiene la culpa de todo.

Suele decirse que los grupos de WhatsApp son un foco de desencuentros. El problema, en realidad, es que es muy fácil ponerse de acuerdo sobre un tema en concreto (generalmente, las infinitas variaciones sobre la idea de que los políticos son muy malos) u otras generalidades que no resistirían un análisis pormenorizado. Es el efecto de la polarización del que habló Cass R. Sunstein, en todo su esplendor. Cuando nos juntamos con personas que piensan más o menos parecido a nosotros, lo más probable es que terminemos más convencidos de nuestra postura, y que esta sea más extremista aún. ¿Los políticos son malos? No, malísimos. Solo hay una cosa peor que el que te lleven la contraria por sistema: que te den la razón como a los tontos.

En el contexto de la pandemia, esta dinámica está generando un círculo de miedo y paranoia del que es difícil salir. Se suele hablar del gran problema que son las 'fake news', pero más dañinas aún son las 'true news', esos globos sonda a los que con tanta irresponsabilidad están recurriendo algunos partidos políticos. Soltar con ligereza que no se ve mal un toque de queda, como hizo el pasado martes el Consejero de Sanidad Enrique Ruiz Escudero, deriva en conversaciones eternas en WhatsApp sobre qué significa, qué va a pasar con nosotros, hiperventilaciones varias y, en definitiva, contribuyendo a que cunda el pánico.

Si la realidad es ya suficientemente oscura, WhatsApp la oscurece aún más. Hace apenas unos días, leía a una conversación en un grupo en la que varios amigos discutían las cifras de incidencia acumulada en sus barrios para saber si iban a poder verse este fin de semana. "Pues yo tengo 423, me libro". "Yo 556, me da que este finde en casita". "Yo ya he llegado a mi límite", les dije. Me niego a gastar aún más energía mental y moral en hacer cálculos para saber si me confinan o no me confinan.

Pero eso no acaba con el gran problema: en un momento de paranoia colectiva, WhatsApp es una casa ardiendo donde todos corremos sin encontrar la salida.

Y tú, ¿quién eres?

Uno de los problemas de WhatsApp es que, aunque en teoría permite a un grupo de gente de lugares muy lejanos comunicarse de manera instantánea, como si estuviesen charlando cara a cara, eso nunca ocurre. Imaginemos un equivalente real, con seis amigos reunidos en una terraza. Dos de ellos charlan animadamente mientras los otros cuatro miran al vacío, o uno pega gritos de "¡gobierno asesino!" mientras el resto bostezan, o un silencio de horas y horas interrumpido tan solo por un chiste extemporáneo. Un grupo de WhatsApp desvirtualizado es una obra de Samuel Beckett.

El titular "Vivo en Torrero, ¿puedo ir al huerto a Casetas?" es el "¿qué pasa con lo mío?" en su mayor esplendor

Más que a una conversación, un grupo de WhatsApp se parece a una obra de teatro en la que todos nos repartimos los mismos papeles. En todo grupo está su confinista, el que se ha echado al monte, el "de lo mío qué" y los desaparecidos. El confinista, como su nombre indica, es el que lleva desde marzo pensando que la única solución posible es encerrarnos en casa durante diez años. Sus frases preferidas son "a ver cuándo nos confinan", "es que la gente no aprende" y "bueno, me voy a dar una vuelta por el jardín de casa". Su némesis es el que se ha echado al monte, que básicamente desconfía de todo, de una cosa y de su contraria, y que está a un paso de que le llamen para 'Cuarto milenio'. A veces tiene razón, pero como los relojes rotos, que dan bien la hora dos veces al día.

El "de lo mío qué" es uno de los personajes más entrañables de este drama, porque en el fondo todos lo somos, solo que la mayoría tenemos el pudor de no mostrarlo. Es el de "bueno, ¿pero voy a poder dar una vuelta por el monte o no?", o el de “si un tren sale de Barcelona a las tres y otro de Madrid a las cuatro, ¿puedo irme al pueblo?" El otro día, el 'Heraldo de Aragón' publicaba un artículo que define perfectamente el espíritu del "de lo mío qué". El titular era: "Vivo en Torrero, ¿puedo ir al huerto a Casetas?".

Foto: Foto: Reuters.

Como decía, si esta tipología resulta cercana, es porque todos en un momento o dado hemos hecho cuentas mentales para poder hacer algún plan en este terrible desorden. Nos solemos cortar, porque nos da pudor mostrar nuestros deseos y anhelos coyunturales en plena pandemia. Por eso, en realidad, la mayoría no somos más que desaparecidos, una silenciosa mayoría que prefiere no decir nada porque está todo dicho.

La gracia de estos roles es que los puede desempeñar casi cualquiera en un momento determinado, gracias a la presión del pensamiento grupal. Es decir, es posible que el maquis se convierta en un confinista si el grupo comienza a insistir en la importancia de no salir de casa, o viceversa, si comienzan a calentarle los cascos con el recorte de libertades. Total, como uno ya no sabe muy bien qué pensar, lo mejor es no meterse en muchos problemas, asentir y encontrar algo de solaz en estar de acuerdo con los demás, que por lo general, no suelen tener razón, pero tampoco están completamente equivocados. A mí que no me busquen. Lo siento, pero por salud mental, tengo todos los grupos silenciados… Menos el del trabajo, faltaría más.

Vaya a un manicomio, coja al tipo que se cree Napoleón, el que piensa que hay una conspiración para asesinarlo, el aficionado a memorizar guías telefónicas y al coleccionista de vello corporal. Los mete en una habitación, les pone tapones en los oídos y los anima a que cuenten lo que quieran. Enhorabuena: acaba de crear un grupo de WhatsApp. Una jaula de grillos donde cada cual viene a contar lo suyo y, con un poco de suerte, recibe un pequeño chute de dopamina si alguien le responde.

Samuel Beckett