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Héctor G. Barnés

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Los que sí se van a poder ir de puente

Mientras usted guarda riguroso confinamiento, un grupo de personas siguen viajando por todo el mundo siguiendo unas reglas de salud pública diseñadas solo para ellos

Foto: Kylie Jenner en París, en un remoto pasado prepandemia. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
Kylie Jenner en París, en un remoto pasado prepandemia. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Nunca me han convencido las manoseadas teorías que intentan explicar por qué tiene tanto éxito el subgénero de la prensa rosa "famosos que enseñan su casoplón". ¿Evasión? ¿Envidia? ¿Aspiración? No lo creo. Si uno quiere soñar con lo que podría ser, se compra un catálogo del Ikea, no el 'Hola'. Los sueños de los españoles son de clase media, como mucho de vestidor y cenador, no de aristocracia de tapiz y piscina en el dormitorio.

Yo creo que, en todo caso, uno se compara para hacerse mala sangre, que también es una cosa muy española. Lo he vivido en mis propias carnes esta semana, que he dedicado a zambullirme en el fascinante mundo de los famosos que viajan en plena pandemia. Mientras mi pareja no sabe si va a poder ver a su familia la semana que viene, en Navidad, o si no los verá nunca jamás, practico el arte del sadomasoquismo pandémico descubriendo que mientras la gente se encierra en casa, los famosos siguen viajando como si fuesen a prohibir los aviones.

Hay un mundo alternativo donde la pandemia existe como existen los mendigos, los inmigrantes muertos o los parados de larga duración

Por ejemplo, Kylie Jenner. Resulta que "la pequeña del clan de los Kardashian" (esto siempre lo copio y lo pego, porque me hago un lío) apareció sacando pecho en París a finales de agosto. Algunos envidiosos 'haters', como se llama ahora a la gente que mantiene opiniones fuertes pero razonables, señalaron que era un poco contradictorio que las fronteras europeas estuviesen cerradas para los americanos salvo para que los Kardashian pudiesen alimentar su 'feed' de Instagram. Parecía una imagen sacada de un pasado muy remoto, como de 2019. Ni mascarillas, ni gente pocha. Solo sensualidad de marquesina de autobús y símbolos fálicos.

Hay para todos. El bueno de Tom Hanks, el yerno que toda madre quería tener (hoy, el abuelo que todo nieto querría tener) también la lio un poco en Australia donde se personó para rodar un biopic de Elvis. Cumplió su obligada cuarentena de 14 días, eso sí, en un hotel cinco estrellas y no en los barracones que las autoridades han impuesto a los viajeros para pasar ese tiempo. Una chica australiana con tan mala sangre que cualquiera diría que es de Torrelodones escribió una airada carta en la que recordaba que llevaba meses varada en Londres por el cierre de fronteras mientras Hanks iba y venía.

Hay muchos más. Los Biebers (oh, dios, hay más de uno) se fueron de 'road trip' por EEUU, que es el equivalente americano a subirse a Asturias, Dua Lipa viajó con su novio de entonces a Santa Lucía en el Caribe, Drake se fue a las Barbados y Tom Hanks… ¿un momento, Tom Hanks de nuevo? Pues sí: agarró un vuelo a Grecia tras terminar el rodaje australiano. "Parece que cualquier cosa es posible cuando tu tarjeta de crédito no tiene límite", opina la página de viajes 'Fodors' en plan guiño, guiño.

Estaba en estas cuando de repente llega Kim Kardashian (ejm, ¿la mayor del clan de los Jenner?) y se pasa el juego con su ya célebre e imitado mensaje en redes sociales: "Después de dos semanas de múltiples chequeos de salud y de pedir a todo el mundo que guardase cuarentena, sorprendí a mi círculo más cercano con un viaje a una isla privada donde pudiésemos fingir que las cosas eran normales por un breve momento". Imagínate fingir que todo es normal pegándote un fiestón en una isla privada.

Ahí donde hay alguien que puede vivir como si no existiese la pandemia siempre hay un pesado recordatorio de que tal cosa no es posible

Quizá lo estén sospechando, pero ya se lo digo yo. Hay un mundo alternativo e invisible salvo en esa abstracción que son las redes sociales y los medios de comunicación– donde no es que no exista la pandemia, es que existe pero como existen los mendigos, los inmigrantes muertos en el Mediterráneo o los parados de larga duración, es decir, como una realidad lejana que a ellos no les va a tocar y que no se rige por las mismas reglas de salud pública que ella suya y la mía. Pero es un peaje que estamos dispuestos a pagar. No para disfrutar de un poco de entretenimiento, sino para algo aún mejor: poder hacernos mala sangre y razón.

Proletarios y pijos del mundo, uníos

Observe cualquier fotografía de estos famosos confinados entre las nubes de su complacencia y comprobará cómo, por cada radiante sonrisa y vestido de gala hay un señor con mascarilla y cabizbajo. Allí donde hay un rico disfrutón siempre hay pobre sirviente, y ahí donde hay alguien que puede vivir como si no existiese la pandemia siempre hay un pesado recordatorio de que tal cosa no es posible.

¿Qué une a todas estas celebridades? Lo mostraba a la perfección una cita recogida en un artículo de 'The Washington Post' que animo a leer en voz alta en inglés porque suena como un poema de William Blake. "Vuelos privados, villas, hoteles cerrados, yates, todo lo que puede ser privatizado está funcionando a la perfección", señalaba una portavoz de Virtuoso, una agencia de viajes de alto 'standing'. Al parecer, el único sector turístico que va mal es el de los pobres, es decir, el de todos; el de lujo va mejor que nunca porque y cito textualmente– "los viajeros de lujo son más intrépidos y tienen menos miedo". Como para tenerlo. El miedo es cosa de pobres.

Foto: Pedro Sánchez tomándose un vino. (EFE) Opinión

El artículo detallaba el mecanismo por el que estos famosos pueden viajar a otros países, que es el mismo por el que usted, si vive en un barrio popular de Madrid, no puede salir a ver a su familia pero sí a trabajar. O casi. La Unión Europa refleja excepciones para los "trabajadores de terceros países altamente cualificados si su empleo es necesario desde una perspectiva económica y este no puede ser pospuesto o llevado a cabo en otro país".

Así que aquí solo pueden moverse las élites y los sirvientes de las élites, capitel y basa de un sistema económico en el que el trabajo es el salvoconducto definitivo para matizar cualquier regla de salud pública o de sentido común. ‘Show must go on’ y Ambrosio, póngame otro daikiri.

Nunca me han convencido las manoseadas teorías que intentan explicar por qué tiene tanto éxito el subgénero de la prensa rosa "famosos que enseñan su casoplón". ¿Evasión? ¿Envidia? ¿Aspiración? No lo creo. Si uno quiere soñar con lo que podría ser, se compra un catálogo del Ikea, no el 'Hola'. Los sueños de los españoles son de clase media, como mucho de vestidor y cenador, no de aristocracia de tapiz y piscina en el dormitorio.

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