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La pandemia sin vacuna que sobrevivirá cuando acabe el covid: el trabajo mata
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Héctor G. Barnés

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La pandemia sin vacuna que sobrevivirá cuando acabe el covid: el trabajo mata

El nuevo libro del profesor de Stanford Jeffrey Pfeffer proporciona datos contundentes sobre la mortalidad en el trabajo: cientos de miles de personas fallecen por factores relacionados

Foto: ¿Es posible rastrear la mortalidad en el trabajo como si fuese un virus? (Reuters/Sergio Pérez)
¿Es posible rastrear la mortalidad en el trabajo como si fuese un virus? (Reuters/Sergio Pérez)

Resulta que un tal Tom Hart, jefecillo de la delegación local de Waterloo (Iowa) de la cárnica Tyson Foods, organizó a mediados de abril una porra entre otros jefecillos que ganaría el que más se acercase al número de trabajadores contagiados de covid en la compañía. Eso asegura la denuncia de la familia de Isidro Fernández, que falleció el 20 de abril por el virus, una de las cinco bajas en toda la planta. La familia asegura que la empresa obligaba a sus trabajadores a pasar largas jornadas hacinados y sin el equipo de protección necesario, y que uno de los jefes, que calificaba la enfermedad de "gripe venida a más", les obligaba a presentarse en su puesto aun con síntomas.

Respire, que esto no es Iowa. Son historias que nos llegan como ecos de ese lejano oeste laboral que es Estados Unidos, el canario en la mina de los abusos empresariales. Sirven para al menos dos cosas: para sentirse bien insultando al jefecillo abstracto, ya que no podemos insultar al jefecillo concreto que vemos todos los días; y para sentirse aún mejor recordando que Fuenlabrada no es Waterloo. ¿O no?

El proceso judicial al que se va a enfrentar la multinacional probablemente pondrá sobre la mesa una de las grandes paradojas del entorno laboral. Isidro Fernández murió de covid, no cabe duda, pero como es imposible trazar fehacientemente dónde se contagió (aunque parece bastante probable que fuese en su puesto), tampoco se puede considerar una muerte por trabajo. El trabajo mata mucho, mucho más que lo que reflejan las estadísticas de accidentes laborales. El problema es que no podemos contarlo.

En España 695 trabajadores murieron en accidente laboral en 2019, pero ISTAS cifra en 16.000 las muertes anuales relacionadas con el empleo

Es una de las dudas que intenta despejar 'El trabajo nos está matando' del profesor de Comportamiento Organizacional de Stanford Jeffrey Pfeffer, que ha sido editado recientemente en España por LID Editorial. A diferencia de lo que uno esperaría encontrarse con un título así, no es un libro que apele a la indignación de los trabajadores, sino a la diligencia de políticos y empresarios, a los que intenta explicarles por qué les sale más caro que barato torturar a sus empleados.

Lo cual no quita para que Pfeffer, como algún otro antiguo gurú, esté tan de vuelta de todo que se ponga chulito en ocasiones, como en ese momento que recrimina a su propia universidad que trate mejor a los árboles que a las personas. Tras la crisis de 2008, Stanford despidió a entre cuatrocientas y quinientas personas los mismos días que instalaba nuevos árboles en sus instalaciones. A más de uno le sorprenderá que ciertas sentencias del libro salgan de una Escuela de Negocios y no del despacho de un viejo sindicalista.

Los datos que proporciona el profesor en el libro son elocuentes. Según los estudios de Pfeffer, al año se produce un exceso de alrededor de 120.000 muertes ocasionadas por diez factores de riesgo relacionados con el trabajo. 35.000 por el desempleo, 13.000 por los turnos rotativos, 29.000 por la inseguridad laboral y 17.000 por tener poco control sobre tu trabajo. En este momento el contador de muertos en EEUU por covid es de 271.000, una cifra mucho más alta, pero no tan alta como para no considerar las muertes por trabajo como otra pandemia alternativa, para la que, además, no hay por ahora ninguna clase de vacuna.

placeholder El profesor Jeffrey Pfeffer.
El profesor Jeffrey Pfeffer.

Por supuesto, nadie muere por tener la sensación de que no controla su trabajo, pero como recuerda el profesor, sí es posible que esa sensación le lleve a beber demasiado, fumar mucho, dormir poco o, simplemente, a deprimirse y dejarse llevar, esa forma tan habitual de definir el comportamiento del trabajador quemado.

Hay factores que nos quedan muy lejanos, afortunadamente, como la falta de seguro médico a la que Pfeffer le dedica un capítulo entero. Nos queda tan lejos también porque en España no tenemos nada semejante, aunque el autor cite en repetidas ocasiones a su colega Nuria Chinchilla, que desde el IESE ha abordado repetidamente la contaminación social. Sabemos que en España 695 trabajadores murieron en accidente laboral en 2019 y que las distintas estimaciones de ISTAS (Instituto Social de Trabajo, Ambiente y Salud) cifran en alrededor de 16.000 los decesos relacionados cada año con el empleo. Algo menos que la mitad de los fallecidos por covid hasta el momento, una cifra consistente con los datos de EEUU.

La mayor parte de la gente que muere por trabajo se muere por lo que el resto de la sociedad considera malas decisiones

Lo cual no aborda el gran problema. La mayor parte de la gente que muere por trabajo se muere por lo que el resto de la sociedad considera malas decisiones, lo cual provoca que el foco pase de la responsabilidad empresarial a la individual. Pfeffer apunta al estudio realizado por Ralph Keeney en 2000, en el que mostraba que de los 2,4 millones de muertes registradas ese año en su país, un millón (casi la mitad) se debían a decisiones personales. La lógica de Keeney era que ayudando a la gente a tomar mejores decisiones, se morirían mucho menos. Pero la cosa no funciona así, matiza Pfeffer. Las malas decisiones suelen ocasionarse por el estrés, y la mayor parte del estrés nace en el entorno laboral.

El placer de morir como la clase trabajadora

En uno de los mejores momentos de una película llena de grandes momentos como 'El año del descubrimiento', de Luis López Carrasco, el sindicalista José Ibarra Bastida narra el proceso de autodestrucción de su padre. El trabajo en la industria de Bazán/Navantia lo había dejado sordo, y aunque nunca había bebido, se abandonó al alcohol, el tabaco y, en definitiva, se dejó ir. Es terrible ver cómo Ibarra recuerda que de niño un buen día se dio cuenta de que su padre, simplemente, se iba a morir. Y así fue poco después.

placeholder José Ibarra Bastida en 'El año del descubrimiento'.
José Ibarra Bastida en 'El año del descubrimiento'.

Es, también, la ilustración perfecta de todas esas muertes ocasionadas por el trabajo que nunca forman parte de las estadísticas oficiales. Lo previsible, aunque paradójico, es que la mayor parte de ejemplos utilizados en el libro por Pfeffer proceden de las industrias creativas, no del obrerismo tradicional. Desde las historias de los 'karoshi' japoneses hasta la de la joven presentadora japonesa que falleció tras hacer 159 horas extra en un mes pasando por el célebre caso de Moritz Erhardt, que se desplomó muerto en su puesto de trabajo tras trabajar 72 horas seguidas.

Resulta interesante contrastar el relato de Ibarra Bastidas, que ha peleado durante más de tres décadas para que sus compañeros no tuviesen que morir como su padre, y el de los nuevos 'karoshi'. Para el obrero murciano y sus compañeros, el estatus se obtenía a través de unas condiciones dignas de trabajo entre las que se encontraban no trabajar un minuto de más. El estatus para las nuevas clases altas y media-altas proviene de lo absolutamente opuesto. "Cuando empecé aquí, si un día iba diciendo que tan solo había dormido cuatro horas, mi jefe, el vicepresidente financiero, me contestaba que él solo había dormido tres", recoge Pfeffer de boca de un contable de Silicon Valley.

El elitismo es comportarte como un obrero 'dickensiano', lo que genera una selección natural perversa: llega más lejos quien más sufre

Si es probable que las muertes sigan aumentando es porque las nuevas generaciones de profesionales de élite, que son las que dirigen el mundo laboral, han interiorizado que la mejor manera de evolucionar profesionalmente en un entorno en el que las posibilidades de ascenso son cada vez más reducidas es imitar a la clase obrera sin derechos conquistados. El elitismo es comportarte como un obrero 'dickensiano', lo que genera una selección natural perversa: llega más lejos quien más sufre, que a su vez impone el mismo modelo para los que vienen más tarde.

Hay otro problema en estos círculos, que es que tienen un impacto diluido, a largo plazo, difícil de identificar. Es relativamente sencillo identificar las olas de suicidios tras recortes brutales como los de France Télécom, o a los becarios muertos por sobrecarga de trabajo, de igual forma que es más o menos fácil comprobar que alguien ha muerto por un virus contagioso. Pero lo es mucho menos contabilizar el daño que hacen las empresas tóxicas, los entornos laborales asfixiantes, el terror del día a día en la oficina. Sería como contar gotas de agua en el océano.

Resulta que un tal Tom Hart, jefecillo de la delegación local de Waterloo (Iowa) de la cárnica Tyson Foods, organizó a mediados de abril una porra entre otros jefecillos que ganaría el que más se acercase al número de trabajadores contagiados de covid en la compañía. Eso asegura la denuncia de la familia de Isidro Fernández, que falleció el 20 de abril por el virus, una de las cinco bajas en toda la planta. La familia asegura que la empresa obligaba a sus trabajadores a pasar largas jornadas hacinados y sin el equipo de protección necesario, y que uno de los jefes, que calificaba la enfermedad de "gripe venida a más", les obligaba a presentarse en su puesto aun con síntomas.

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