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¿Y si la única manera de ser feliz es odiando tu trabajo?
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Héctor G. Barnés

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¿Y si la única manera de ser feliz es odiando tu trabajo?

El discurso de "persigue tus sueños" está dejando lugar al de "disfruta tu vida y no dejes que tus sueños se interpongan en ella"

Foto: Foto: Reuters/Christian Hartmann
Foto: Reuters/Christian Hartmann

En 'El año del descubrimiento' de Luis López Carrasco, una de las mejores películas de 2020, los trabajadores de las viejas industrias y astilleros murcianos exponen la paradoja a la que se enfrentaban a comienzos de los 90: la labor que llevaban décadas desempeñando no solo los conducía a sufrir graves accidentes, depresión y muerte, sino que la contaminación que producían amenazaba la salud de sus familias y vecinos. Estaban puteados, y además los señalaban por la calle. No solo no había ni rastro de ese supuesto orgullo estajanovista que tanto admiran aquellos que caricaturizan a la clase obrera desde su torre de marfil, sino que abundaba la conciencia de que su empleo era un cáncer social. No iban a decir al volver a casa "me siento realizado porque siempre soñé con ser fresador".

Pero sí hay otro tipo de orgullo en el testimonio de trabajadores como José Ibarra Bastida. El de haber logrado mejores condiciones laborales, o al menos haber peleado por ello. Mejor que orgullo, lo podemos llamar "amor". No es de extrañar que la película haya conquistado a la generación 'millennial', que asiste a las luchas sindicales como el que observa un asalto a la Estrella de la Muerte o un combate a muerte entre Los Vengadores y Thanos: como algo que resulta lejano, pero que resulta envidiable por su valentía, heroicidad, una aparente épica en la era de tragar con todo. Pero no era épica, era amor.

"Estar quemado es desear que tu cerebro funcione, pero no saber cómo"

Me he acordado de la película de López Carrasco mientras leía reseñas y entrevistas sobre el último libro de la periodista Sarah Jaffe (muy recomendable su reportaje sobre el primer sindicato en una empresa de videojuegos). El título lo dice todo: 'Work Won’t Love You Back: How Devotion to Our Jobs Keeps Us Exploited, Exhausted and Alone', es decir, 'Tu amor al trabajo no es correspondido: cómo la devoción a nuestros empleos nos mantiene explotados, exhaustos y solos'. La tesis se ha repetido tanto en los últimos años que resulta previsible –la vocación es una trampa–, pero la periodista ofrece un puñado de matices que proporcionan profundidad al debate.

Empecemos por este fantástico dibujo de lo que supone estar quemado que ofrecía la autora en 'Dissent Magazine': "Es la sensación de mirar a una pared vacía y desear que tu cerebro funcione pero no saber cómo conseguirlo. O la sensación de intentar sonreír y saber que tus ojos no lo hacen. O quizá el infinito flujo de tareas que solían ser escalones en el camino hacia alguna parte pero que ahora parecen un juego inacabable que no proporciona alegría y en el que no das abasto. Es la brecha entre la promesa y la realidad, la sensación de que tus sentimientos están de huelga. Es estar quemado".

Foto: La sede central de Al Jazeera en Doha. (Reuters/Fadi Al-Assad) Opinión

Pero hay otro tipo de amor envenenado, explica Jaffe, y este año es aún más pertinente hablar de él. Es el amor de las profesiones de cuidados que se ha extendido al sector servicios, el de profesores, sanitarios o dependientes obligados a maquillarse emocionalmente: "Ya sea dando clase, sirviendo café a viajeros de metro gruñones, cuidando a pacientes de covid-19 o entrevistando a desempleados sobre sus problemas; los trabajos que requieren un determinado estado emocional, disfrutar de lo que haces o al menos fingirlo, forman hoy una proporción mucho más grande de la fuerza laboral de EEUU y de otros países occidentales que antes de la revolución neoliberal. Es un cambio generacional, pero sus efectos no se limita a los 'millennials'", explicaba la autora en 'The New Republic'.

Los trabajos esenciales tienen una parte de chantaje emocional. ¿Una enfermera que da la espalda a sus pacientes? ¿Un periodista que deja de interesarse por las personas a las que prometió que daría voz? ¿El profesor que se cansa de responder las mismas preguntas a sus alumnos? Como escribió en 2013 la periodista Bryce Covert en un artículo llamado "Ya todos somos mujeres trabajadoras", "las prácticas sexistas que antes solo sufrían las mujeres ahora abarcan a toda la economía". Su razonamiento es que, debido a que el sector servicios y las profesiones de cuidados que solían identificarse con el empleo femenino están mucho más extendidas; ahora (casi) todos los trabajadores tienen también la exigencia de sonreír, ser simpáticos, mostrarse continuamente interesados y compartir experiencias personales con compañeros o clientes. Como escribe Jaffe, "un trabajo que no puedes desempeñar mientras sollozas tiene una importante carga emocional".

El amor por el trabajo no deja de ser amor por uno mismo

Algo que contrasta con un estado anímico cada vez más bajo, especialmente después de una pandemia que ha desnudado el emperador de la vocación laboral. Son síntomas reveladores de un creciente descontento hacia la centralidad del trabajo, producto de una toma de conciencia acelerada por la pandemia y tan solo aliviada por el miedo económico al paro. Unos se sienten chantajeados y mal pagados. Otros tantos se han dado cuenta de que lo que disfrutaban del trabajo no tenía nada que ver con el trabajo. No estaban enamorados de su empleo, estaban enamorados de sí mismos.

El calor del amor en la oficina

Cantaba Paul McCartney al final de 'The End', la última canción de la discografía de los Beatles, "al final, el amor que das termina siendo igual al amor que recibes". No en el trabajo, explica Jaffe, donde la pasión se convierte en una barrera que nos aísla de las personas que realmente queremos. Resulta revelador, aunque cada vez menos sorprendente, que este razonamiento aparezca cada vez con más frecuencia en el discurso 'mainstream'.

placeholder La epifanía del protagonista de 'Soul'.
La epifanía del protagonista de 'Soul'.

El protagonista de 'Soul', la última película Pixar, descubre que su pasión por el jazz, por conseguir vivir de sus obsesiones, es lo que le está aislando de sus vecinos, familiares y amigos. Y que sus sueños no son más que otro trabajo repetitivo más. La pieza que falta no es la de encontrar tu propósito vital, sino simplemente la de estar listo para vivir. Durante décadas, el discurso (meritocrático, relacionado íntimamente con el discurso del sueño americano) fue el de "persigue tus sueños". La película de Pete Docter aboga por un 'carpe diem' en el que la aspiración vital más noble es ser capaz de disfrutar del roce de la hoja de un árbol en la piel, una idea que no hace tanto tiempo habría parecido sospechosa.

Si el discurso de frase motivacional era "trabaja de lo que te gusta y no tendrás que trabajar un día más en la vida", hoy se ha transformado en el más realista "si trabajas de lo que te apasiona, tu pasión se convertirá en otra carga más". El amor por el trabajo no deja de ser amor por uno mismo, cuyos frutos raramente repercuten de manera positiva en amigos y familia (a los que, por lo general, se les roba tiempo en favor de ese empleo que tanto amamos), sino en las compañías empleadoras. Como explica Jaffe, el problema no es la inversión de tiempo y esfuerzo en el trabajo, sino de amor.

La pasión por sí misma no hace feliz a nadie, lo importante es la conexión personal

La autora razona que muchas personas se han dado cuenta en este periodo de teletrabajo generalizado por la pandemia de que lo que reamente les hacía sentir bien del trabajo no es el trabajo. "Solo tiene importancia como un medio de conexión", expone Jaffe en el libro. "Todos los trabajos por amor, desnudados del impulso capitalista de hacer dinero, fama y poder, no son más que intentos de conectar con los demás".

Yo no sé si echo de menos la oficina, pero desde luego sí echo de menos el compañerismo, tener un mentor o poder aconsejar a los novatos, saludar al nuevo que no sé ni quién es, conocer a gente que tal vez no vuelva a ver en la vida como parte de un sistema de solidaridades que conforman pequeñas sociedades. Hasta echo de menos las banales conversaciones de ascensor, donde se sintetizan en dos monosílabos siglos de cultura, lengua, psicología y protocolo. Cuando uno se queda a solas con su pasión, se da cuenta de que quizá lo que tanto le atraía no era eso, sino todo lo humano que iba unido a ella.

placeholder Oficinistas de Tokio. (Reuters/Kim Kyung-Hoon)
Oficinistas de Tokio. (Reuters/Kim Kyung-Hoon)

Hay, por lo tanto, otra clase de amor que sí puede encontrarse en el trabajo, defiende Jaffe. El amor solidario, hacia los compañeros y hacia esos desconocidos que nos sucederán en la empresa, que es precisamente aquel que sentían los protagonistas de 'El año del descubrimiento' y por lo que resulta tan inspirador 30 años después para una generación que se ha criado en otra clase de amor, más individualista, más egoísta, más vanidoso. Por supuesto, concede la autora, es complicado en un mercado laboral donde se favorece la competitividad, la rotación continua (¿quién se va a preocupar por el bienestar de sus compañeros si en tres meses puedes estar fuera?) y el aislamiento, agudizado por el teletrabajo. Ahora mismo podría haber un becario muerto teletrabajando en su empresa y tardarían horas o días en que alguien se diese cuenta.

"Lo que creo, y quiero que tú también lo creas, es que el amor es demasiado grande y bello e importante y lioso y humano como para malgastarlo en algo contingente de la vida como es el trabajo", concluye en su entrevista en el 'Financial Times'. Amar tu trabajo es amarte a ti mismo, odiarlo es amar al prójimo.

En 'El año del descubrimiento' de Luis López Carrasco, una de las mejores películas de 2020, los trabajadores de las viejas industrias y astilleros murcianos exponen la paradoja a la que se enfrentaban a comienzos de los 90: la labor que llevaban décadas desempeñando no solo los conducía a sufrir graves accidentes, depresión y muerte, sino que la contaminación que producían amenazaba la salud de sus familias y vecinos. Estaban puteados, y además los señalaban por la calle. No solo no había ni rastro de ese supuesto orgullo estajanovista que tanto admiran aquellos que caricaturizan a la clase obrera desde su torre de marfil, sino que abundaba la conciencia de que su empleo era un cáncer social. No iban a decir al volver a casa "me siento realizado porque siempre soñé con ser fresador".

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