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Cuando España soñó con ser Vietnam y se olvidó de La Mancha
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Héctor G. Barnés

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Cuando España soñó con ser Vietnam y se olvidó de La Mancha

Pasamos meses obsesionados en saber quién lo había hecho 'bien' y quién lo había hecho 'mal', hasta que nos dimos cuenta de que era inútil. No era la gestión, era la casuística

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Quartell, Falset, Lagartera, Agudo, Villamañán, O Incio, Sant Llorenç Savall, Las Ventas con Peña Aguilera, Escalonilla, Humanes. La mayoría de estos nombres no nos dice mucho. Incluso el que conozca alguna de estas localidades, tendrá serias dificultades para descubrir qué tienen en común. Como explica hoy un reportaje de El Confidencial, se trata de las localidades de más de 1.000 habitantes con una mayor proporción de fallecidos durante la pandemia. Agujeros negros de mortalidad. Excepcionalidades estadísticas, el yang del yin de los 'municipios milagro'.

Cómo no, quién puede abstraerse a la tentación de buscar un hilo conductor. Tal vez fuesen municipios cercanos a los primeros grandes focos de contagio como Madrid. O tuviesen la mala suerte de recibir a finales de febrero la visita de un positivo con demasiadas ganas de socializar. Más probable aún es que albergasen una residencia de ancianos o, simplemente, que su media de edad fuese bastante avanzada, como corresponde a los municipios de este tamaño. Lo que ya es menos probable es que pensemos que si han tenido tantos muertos es porque sus alcaldes lo hicieron 'mal'.

Al fin y al cabo, hay trazos evidentes. Gran parte de la cuenca minera asturiana. Una franja que recorre el Sistema Bético, entre Granada y Córdoba. Una explosión de tinta negra en el corazón de La Mancha. Otra línea que recorre Aragón desde Ejea de los Caballeros hasta Alcañiz. Una dispersión aparentemente caótica que esconde un orden que podríamos pensar es el de la despoblación, el envejecimiento y el nunca-pasa-nada.

Fijémonos en el caso de Castilla-La Mancha, que El Confidencial ha recorrido esta semana. No es casualidad que los pueblos se encuentren en la frontera de la despoblación: mientras que la mitad superior de la provincia, la más próxima a la capital, atrae cada vez más población, Olías del Rey o Escalonilla se encuentran por debajo, desangrándose. Lo suficientemente lejos como para verse enfrentadas a un envejecimiento lento, pero constante, como la marcha de la lava sobre la superficie de La Palma, pero también lo suficientemente cerca como para entrar dentro del radio expansivo de la capital. 'Lose-lose'.

Coleccionamos ejemplos de países que lo habían hecho 'bien' y 'mal'

Después de recorrer estas localidades, parece claro que el ejercicio de buscar explicaciones únicas e identificar culpables es inútil. Por eso, uno de los tabúes que ningún vecino quiere tocar es quién trajo el bicho, cuál fue el paciente cero. Si una lección nos ha dado la pandemia, es que quien salió indemne puede terminar herido pronto, y viceversa. Al principio coleccionamos ejemplos de países y regiones que lo habían hecho 'bien', hasta que nos dimos cuenta de que, simplemente, estaban lejos de todos los centros (y, poco a poco, a medida que la onda expansiva arrasaba con todo como la lava, también cayeron). Nos habría encantado ser Vietnam, ese país que milagrosamente "no había registrado ningún muerto" (y que hace apenas un mes se vio obligado a confinar por completo Ho Chi Minh, la vieja Saigón).

Hacerlo bien o hacer lo que puedas

Explicado con trazo gordo, durante la pandemia se han enfrentado dos cosmovisiones, dos maneras de entender la realidad que nos rodea. El consenso parece haberse desplazado de la primera a la segunda. La primera visión es la que ponía el acento en la gestión. Es la que todos adoptamos en un primer momento, cuando asistimos estupefactos a un tsunami de contagios, a la congestión en las UCI y a unas cifras de muertos que aún hoy siguen impactando. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo hemos podido llegar a este punto? ¿En qué momento se torcieron las cosas? ¿Quién la ha cagado? Una visión que sugiere que escapar de una pandemia es posible, que solo hace falta encontrar el truco.

Foto: Una cola para recibir arroz gratuito en Hanoi. (EFE)

Es la misma que transmitimos en esos artículos en que analizábamos los países que lo habían hecho 'bien' (y por qué) y quiénes lo habían hecho 'mal'. A medida que pasaba el tiempo y todos esos países que tan bien lo habían hecho empezaron a sufrir el mismo o incluso peor impacto que el nuestro, era más difícil defender que de la noche a la mañana habían empezado a hacerlo 'mal'. Aún no nos habíamos dado cuenta de que no se trataba de un esprint, sino de una carrera de fondo; todavía está por ver qué pasará con los países del Zero Covid cuando abran sus fronteras. Mira lo que ha pasado con nuestra querida Vietnam.

Esta primera cosmovisión es la que hace hincapié en la parte política del asunto, la polarizadora. La que defendía que si un país había tenido muchas muertes era porque sus gobernantes eran malos, y si se había salvado, porque eran buenos. Pero para creer en ella hace falta tener una gran fe en que el ser humano tiene el control absoluto ante la naturaleza, y que tan solo necesita encontrar al tecnócrata adecuado que despliegue los mecanismos de salvación idóneos. Es una visión interesada, porque en una pandemia es difícil salir victorioso. Pero en el caso de estas pequeñas localidades citadas, el control de una pandemia así es prácticamente imposible.

No hay peor vicio político que reducir todo a problemas de gestión

La segunda visión, que poco a poco ha terminado ganando la batalla a la primera, es la que podríamos llamar groseramente la 'sociológica'. Es decir, que hay una gran cantidad de determinantes sociales, económicos, demográficos, geográficos y de comportamiento que resultan más útiles de analizar, puesto que es el sustrato en el que arraigan las desgracias (aunque no las expliquen necesariamente). Es decir, es posible que una pandemia sea imparable, pero no lo es que afecte más a las clases sociales más pobres. Esta visión se impuso a medida que la estupidez de 'el virus no entiende de clases sociales' se empezó a venir abajo. Claro que entiende, y entiende de edades, condiciones de vida, paro y pobreza.

No hay peor vicio político que intentar reducir todo a problemas de gestión, obviando las condiciones preexistentes. Es lo que ocurre cuando uno piensa, como decía Margaret Thatcher, que no existe la sociedad, que somos una mera suma de individuos: que obviamos las condiciones que en una pandemia pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte. El enfrentamiento entre estas dos maneras de entender el mundo dice mucho de nuestra época: del sueño sobre el control absoluto sobre la naturaleza ejercido frente a la tragedia como el catalizador que desnuda la realidad en que vivimos. En definitiva, menos mirar a Vietnam y más mirar a Castilla-La Mancha.

El volcán de la unanimidad

En esto que estalla un volcán y, como decía mi compañero José María Olmo en Twitter, hasta nos tranquiliza un poco porque nadie puede echarle la culpa a nadie. Paradójicamente, la erupción de Cumbre Vieja no es un fenómeno tan diferente al de la propagación del coronavirus por el mundo, es decir, acontecimientos naturales ante los que el hombre dispone de pocas armas para reaccionar. Mi padre es palmero, y la sensación que siempre me transmitía la actitud de los isleños ante una posible erupción era la de una estoica resignación.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Es lo que tiene vivir en un volcán. De lo que no nos damos cuenta es de que, de una manera u otra, todos vivimos encima de distintos volcanes, que hay que saber separar lo inesperado de lo imprevisto. Lo que nos ha enseñado el caso de La Palma es la cantidad de tiempo, esfuerzo y moral que hemos perdido buscando culpables, persiguiendo irresponsables, obviando que estábamos en una pandemia. Esta adquirió a partir de la segunda ola un cariz moralizante que nos hizo la vida a todos un poco peor. Con la erupción de Cumbre Vieja, afortunadamente, nadie ha dicho "Puerto Naos lo hizo bien, Todoque mal".

Como La Mancha, La Palma está lejos de todos los focos, abandonada por el relato, llena de paro, incertidumbre, despoblación y envejecimiento. Se ha hablado mucho de volcanes estos días, pero poco de que su nivel de desempleo se encuentra en el 24%, de la gran dependencia económica de la isla de la producción platanera o de que el efecto del covid en la economía ha sido más acentuado en La Palma que en otras islas del archipiélago aunque su incidencia haya sido menor. Es decir, de todo aquello que sí está en nuestra mano cambiar y que olvidaremos en cuanto se acabe lo más espectacular.

Ponemos el foco en el corto plazo y olvidamos las condiciones preexistentes

En 2012, seis sismólogos italianos fueron condenados por no advertir a la población antes del terremoto de L’Aquila, que tres años antes había acabado con la vida de 308 personas. Un caso que sentó un histórico precedente: fueron condenados por equivocarse en sus pronósticos. La dura condena (seis años de cárcel) mostraba la obsesión que existe en nuestra sociedad por la fiabilidad de las predicciones, nuestra nueva religión. Esta ya no es una ayuda ante la incertidumbre del futuro, sino que está obligada a dar en el clavo. Como decía esta semana una tertuliana en televisión, "no me puedo creer que podamos mandar a gente a la Luna y no podamos prever hacia dónde va a ir la lava". Pues no, hay veces que no se puede prever; la predicción tiene sus límites.

La obsesión por encontrar modelos que funcionen, hallar ganadores y perdedores, nos hace adoptar visiones cortoplacistas y perder de vista el sustrato que existía antes de la tragedia y que muy probablemente se agravará después. Esa es la gran enseñanza que hemos recordado con la erupción canaria y que habíamos olvidado durante el covid. Que en ocasiones es inútil poner el foco en el éxito o el fracaso de los casos particulares cuando poco se puede hacer, que es preferible echar la vista atrás y analizar cuáles son las condiciones preexistentes para mejorarlas e impedir que causen más daño en un futuro. Lo que no estamos haciendo ahora.

En otras palabras, para que toda esa gente que se pregunta, "¿pero qué hace la gente viviendo en volcanes?", tenga una respuesta.

Quartell, Falset, Lagartera, Agudo, Villamañán, O Incio, Sant Llorenç Savall, Las Ventas con Peña Aguilera, Escalonilla, Humanes. La mayoría de estos nombres no nos dice mucho. Incluso el que conozca alguna de estas localidades, tendrá serias dificultades para descubrir qué tienen en común. Como explica hoy un reportaje de El Confidencial, se trata de las localidades de más de 1.000 habitantes con una mayor proporción de fallecidos durante la pandemia. Agujeros negros de mortalidad. Excepcionalidades estadísticas, el yang del yin de los 'municipios milagro'.