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El año que nos robaron el futuro
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Héctor G. Barnés

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El año que nos robaron el futuro

La mascarilla no es un trozo de tela que no nos importa llevar, sino el símbolo de una época que creíamos haber dejado atrás, el recuerdo de que esto no se va a acabar nunca

Foto: Foto: EFE/Biel Aliño.
Foto: EFE/Biel Aliño.

A finales del inocente 2019, le grabé un disco a mi pareja con una canción por cada uno de los años que llevábamos juntos. En ese momento, una década. Cada una representaba algo que habíamos vivido juntos, por lo general, un concierto. La última canción de la lista era 'There Is a Kingdom' de Nick Cave, a quien íbamos a ver el año siguiente. No lo vimos en 2020, no lo vimos en 2021 y tal vez no lo veamos en 2022. Al lado de la canción había escrito, muy optimista yo, "el futuro".

Este miércoles, cuando celebrábamos otro aniversario, nos reímos cuando vimos lo de "el futuro", mientras el presidente Pedro Sánchez intentaba confirmar sin confirmarlo el retorno de la obligatoriedad del uso de la mascarilla. "El futuro que nunca llegó", dijimos mirando el disco. Así es. No sabría qué canción utilizar para resumir 2020, ni tampoco sabría cuál emplear para 2021. No ha habido futuro, no hemos tenido presente y nos hemos quedado sin pasado, sin recuerdos memorables, sin vida.

La mascarilla es un símbolo de una época pasada: de sacrificios inútiles, de ansiedad

Lo del miércoles fue la puntilla después de unos meses de relativo optimismo, una representación del fin del futuro cuya carga simbólica se les escapa a sus promotores, atrapados entre encuestas de intención de voto y batallas con líderes autonómicos. Es sobre la mascarilla, pero no se trata de la mascarilla como trozo de tela, que total, ya llevamos todos por la calle porque hace fresquito, sino como símbolo de una época que ya pensábamos que habíamos dejado atrás.

La época de los sacrificios inútiles, de las medidas cosméticas, de la vigilancia hacia los que no la llevan, de la culpabilización individual, de la ansiedad, de tener siempre presente que no puedes relajarte (veo en una marquesina del metro el mensaje "no te relajes": pretender que una sociedad no pueda relajarse desde hace dos años solo se le puede ocurrir a un psicópata).

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Foto: EFE/Biel Aliño.

Lo que el retorno de la mascarilla representa, en fin, es que se ha acabado el retorno a la normalidad, se ha acabado el futuro. El mensaje que ofrece, y que hemos entendido todos, aunque sea falso, es que esto no se va a acabar nunca. En el rato que pasó entre que se filtró la noticia y se confirmó, nunca había visto tal cantidad de mensajes de desánimo, tristeza o desesperación. No es la mascarilla, es lo que representa: hagamos lo que hagamos, podemos volver a la casilla de salida y, además, los costes los vas a asumir tú, como es patente atendiendo al estado deplorable de la atención primaria, con todo el tiempo que ha pasado.

Lo más trágico es que probablemente la pandemia sí se acabará, y probablemente pronto, pero la mejor manera de aparentar que se hace algo es refugiándonos en ese pasado, el de que llevar mascarillas por la calle supuestamente salvaba miles de vidas. En realidad, salvo en la burbuja de Twitter, donde todo el mundo se puso de acuerdo en una unanimidad nunca antes vista, no creo que sea una medida impopular. El receptor está bastante claro: esa persona que lleva año y medio escuchando día tras día en la televisión historias aleccionadoras sobre malvadas personas sin mascarilla. No es que la gente esté aterrorizada, es que el marco que se ha impuesto es el del miedo, el del antifuturo.

Solo basta con echar un vistazo por la calle para comprobar que la mascarilla, a pesar de que está más que demostrado que no solo es inútil, sino probablemente contraproducente, triunfa. Triunfa como símbolo, como expliqué en un artículo publicado hace un par de meses y que ya parece lejano. Es tranquilizadora ante el mal comportamiento de los demás, algo que ha cristalizado en ese estúpido discurso que sugiere que la pandemia se acabaría si todo el mundo se portase bien. El retorno de la mascarilla es el retorno del mensaje aleccionador: no os preocupéis, os protegeremos de esos malvados que van por la calle como dios los trajo al mundo.

Una sociedad con miedo es una sociedad sin futuro, y es lo que hemos creado

Hay una corriente de opinión que señala que lo importante en una pandemia para que la gente respete las restricciones es el miedo. No estoy de acuerdo, y el psicólogo Israel Rodríguez Giralt, especialista en gestión de desastres, me explicaba esta semana algo parecido: que el miedo puede servir en un primer momento, pero no a la larga. Añado yo que lo que puede movilizar es tener un horizonte, un futuro, ver que se puede salir del ciclo sin fin. La mascarilla es el símbolo de haber renunciado al marco progresista para refugiarse en el del pavor.

Una sociedad con miedo es una sociedad sin futuro, y entre mensajes políticos y medios de comunicación, hemos creado una sociedad del miedo en el que la optimización del esfuerzo se ha sustituido por un continuo estado de alerta, como un animal frente a las luces de un coche. La mascarilla es como la mantita de Linus, el personaje de 'Peanuts', un amuleto irracional que sintetiza nuestras peores ansiedades.

Foto: Foto: Reuters. Opinión

Lo peor de todo es que ahora que empezaba a ver cómo toda esa gente que había pasado el último año y medio aterrorizada comenzaba a estar mejor, ha vuelto a empezar el bombardeo alarmista, devolviéndolos a la casilla de salida.

Un año a la basura

Tengo bastante claro a estas alturas que la pandemia ha afectado como nada que me haya pasado antes a mi salud mental, física, a mis relaciones, a mi desempeño laboral y a mi carácter, a mi ánimo y a las personas que me rodean. Y tan solo un porcentaje pequeño de todo eso está relacionado con el virus en sí. Ha sido peor la incertidumbre, la sensación de injusticia, la limitación de los contactos sociales y vivir en una continua situación excepcional. La sensación de que hemos tirado dos años de nuestra vida a la basura se acrecienta y, como advertía alguien, para muchos, especialmente los jóvenes, esta ya no es la pandemia del covid, es la pandemia de las restricciones.

El coste de la pandemia se ha externalizado en la estabilidad mental de la población

Este año "salud mental" se ha convertido en la palabra de moda, pero es el factor con el que nunca se ha contado a lo largo de la pandemia. En realidad, el coste de la misma se ha externalizado en la estabilidad mental de los ciudadanos.

Que todo esto haya coincidido con la Navidad le da un toque trágico, porque era justo el momento que muchos estaban (estábamos) esperando para bajarnos por un momento de la rueda. La sensación que muchos tenemos es que durante la pandemia lo único que nunca hemos dejado de hacer ha sido trabajar. Lo ocurrido estas últimas semanas ahonda aún más en esa sensación, a medida que todo el mundo parece ser positivo a mi alrededor y, aun así, sigue trabajando. La pandemia ha parado el mundo, pero no ha evitado que tú, con fiebre y dolor corporal, tengas que seguir produciendo.

Terminamos 2020 con esperanza, y terminamos 2021 enfadados

Es también trágico que haya coincidido con el aniversario de la primera vacuna, la de Araceli, aquella brizna de esperanza. Terminamos el año pasado con un poco de futuro, con la sensación de que, si nos coordinábamos, podíamos vencer al peor de los enemigos. Que la ciencia sirve para algo, que hay luz al final del túnel. Terminamos el final del año cansados, enfadados y con el peligro de la antipolítica asocial asomando la pata. No hacía falta dar ese mensaje, pero se ha dado sin pensar en las consecuencias. Qué irresponsabilidad abolir el futuro.

A finales del inocente 2019, le grabé un disco a mi pareja con una canción por cada uno de los años que llevábamos juntos. En ese momento, una década. Cada una representaba algo que habíamos vivido juntos, por lo general, un concierto. La última canción de la lista era 'There Is a Kingdom' de Nick Cave, a quien íbamos a ver el año siguiente. No lo vimos en 2020, no lo vimos en 2021 y tal vez no lo veamos en 2022. Al lado de la canción había escrito, muy optimista yo, "el futuro".

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