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Gonzalo Jiménez-Blanco

No es no y fútbol es fútbol

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2016: el año que vivimos peligrosamente

En España, sin embargo, -quién lo iba a decir- la situación política tiende a enderezarse, si bien con pasos aún muy vacilantes

Foto:  Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

2016 está a punto de acabarse, pero seguramente sea uno de esos años que se recordarán en los libros de Historia: el año en que vivimos peligrosamente, como se titulaba aquella película con Mel Gibson sobre la dictadura de Sukarno en Indonesia.

Allá por el mes de enero, las preocupaciones estaban sobre todo en España, con un Podemos ascendente y un bloqueo político preocupante. Pero lo cierto es que, casi doce meses después, España parece una balsa de aceite si se compara con su entorno, y a la luz de lo acontecido en el ejercicio. Veamos.

En 2016 hemos asistido a turbulencias políticas de primer orden, como el Brexit o la victoria de Donald Trump, en ambos casos de forma inesperada (o al menos, inesperada para los demóscopos). También hemos visto cómo Colombia o Italia rechazaban abiertamente a su clase política dominante en sendos referéndums, muy posiblemente más por influencia del hartazgo político que atendiendo a la consulta específica.

También han sufrido importantes revolcones políticos figuras clásicas del 'establishment' como Merkel o Sarkozy. Casi nadie se libra.

En todos estos fenómenos se vislumbra el fantasma del populismo, ese fantasma que se alimenta de la torpeza, la corrupción y la soberbia de las clases políticas dominantes, y que hace crecer a fuerzas de todo signo, de derecha o de izquierda (con especial incidencia, en el primer caso, de la cuestión migratoria), alentadas por la desesperación de las clases medias, devastadas por los efectos de la crisis económica y financiera.

En el caso concreto de Trump (que a mi juicio, es el que más nos afectará directamente), no sabemos adónde nos llevará el mesianismo y el proteccionismo del nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero sus primeros pasos como presidente electo no auguran tiempos fáciles. Ni sus declaraciones ni sus nombramientos han rebajado las expectativas de una presidencia agresiva y errática. Ojalá me equivoque.

Es inevitable hacer comparaciones, o al menos, volver la vista atrás en el reloj de la Historia. El mundo ya vivió una crisis económica espantosa en los años 30 del siglo pasado, y en ese caldo de cultivo, florecieron los populismos, triunfando incluso en procesos electorales perfectamente democráticos, en algún caso. No hay que dedicar mucho tiempo de análisis para saber adónde nos llevaron aquellos movimientos. Esperemos que la historia no se repita y que algo hayamos aprendido de ella.

Otro golpe importante es la muerte de Fidel Castro, que abre un escenario de esperanza para Cuba.

En este estado de cosas, y con un año 2017 por delante con importantísimos retos electorales (básicamente, en Francia y Alemania), no parece que el clima se vaya a despejar a corto plazo. Seguiremos teniendo que contener la respiración cada vez que haya una convocatoria electoral en Europa o que algún político necio (y de esos hay muchos) convoque un referéndum absurdo, que indefectiblemente perderá y dejará las cosas peor de cómo estaban. Cualquier tiempo pasado fue mejor.

En España, sin embargo, -quién lo iba a decir- la situación política tiende a enderezarse, si bien con pasos aún muy vacilantes. El reparto parlamentario de escaños y las circunstancias de algunos partidos –nada interesados en volver a las urnas- parecen abonar un periodo de cierto entendimiento, al menos en el ámbito presupuestario. La reforma constitucional es harina de otro costal, como ya hemos visto con las declaraciones de Rajoy tratando de enfriar el asunto: tan verdad es que la Carta Magna necesitaba reformas como que sin un consenso generalizado correría el riesgo de rechazo, y no están las cosas para convocar un referéndum sin las debidas garantías.

En todo caso, parece que Rajoy hubiera hecho suyo aquél dicho de nuestro premio Nobel Camilo José Cela: en España, el que resiste gana. Y en eso de resistir, como se ha visto, nadie puede darle lecciones.

Y a todo esto, las bolsas han vivido un año bastante tranquilo, incluso positivo, con los índices americanos en máximos. Para que luego digan que la incertidumbre política no es buena para los mercados.

2016 está a punto de acabarse, pero seguramente sea uno de esos años que se recordarán en los libros de Historia: el año en que vivimos peligrosamente, como se titulaba aquella película con Mel Gibson sobre la dictadura de Sukarno en Indonesia.

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