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Gonzalo Jiménez-Blanco

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Desastre supremo

Más de 200 años tiene el Supremo y en ese largo lapso de tiempo, se había labrado un indudable prestigio. Pero en unos meses se ha destruido todo

Foto: Concentración ante el Tribunal Supremo. (EFE)
Concentración ante el Tribunal Supremo. (EFE)

Dentro de unos meses, la Sala Segunda del Tribunal Supremo vivirá uno de los juicios de mayor importancia de su historia y también de la historia del país. Para ello, necesitamos que el Tribunal Supremo se revista de su mayor prestigio y sobre todo de su mayor independencia, de modo que su decisión, por dura que sea, sea aceptada por todos. 'Dura lex sed lex' es lo que deberíamos poder decir.

Dicen que construir una reputación cuesta mucho, pero destruirla muy poco.

Más de 200 años tiene el Supremo y en ese largo lapso de tiempo, se había labrado un indudable prestigio. Con el término 'supremo' se hacía referencia a su situación en la cúspide de la organizacion judicial pero también sus criterios eran supremos, como supremos eran considerados los juristas que se integraban en él.

Pero hete aquí que en unos meses se ha destruido todo ese prestigio que había tardado tantos años en labrarse.

Foto: Imagen: EC.

Primero fue el asunto del llamado impuesto hipotecario. El tejemaneje de la convocatoria extraordinaria del pleno de la Sala Tercera, unido a la decisión final a favor de los bancos, dejó ya un sabor de boca —seguramente injusto— de lo susceptible que es el Supremo a las presiones de los poderosos.

En pocas semanas, hemos tenido un segundo episodio que ha minado la reputacion del Tribunal Supremo y de la Justicia en general. Las vicisitudes del pacto PSOE/PP/Podemos han puesto de manifiesto, una vez más, los juegos políticos para repartirse entre los partidos el control de la Justicia. Siendo eso obsceno, el pacto se vuelve más impuro al conocerse, por medio del wasap del portavoz del PP en el Senado, las interioridades del pacto y cómo debía permitir al PP “controlar desde atras la Sala Segunda del Tribunal Supremo”.

Foto: El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska (i), saluda a Manuel Marchena (c). (EFE) Opinión

Daba un consejo Gordon Brown a los políticos: cuando tengas duda al ir a hacer algo, piensa si te saldría un buen titular; si te saldría un buen titular, no lo hagas. Este consejo,'mutatis mutandis', debería seguirse por los políticos a la hora de mandar mensajes: si te saldría un buen titular, no lo mandes. Si hubieran seguido este sencillo consejo, nos habríamos ahorrado este mensaje y los mensajes de Rajoy a Bárcenas. Y tal vez, la historia sería diferente.

Pero ya nos hemos cargado al Supremo: decida lo que decida respecto del 'procés', su decisión será leída políticamente: si condena por rebelión, se dirá que Marchena ha impuesto su posición ultraconservadora, si condena por sedición o no condena, se dirá que se han impuesto las teorías pactistas del Gobierno.

Aquí debiera aplicarse lo de la mujer del César: no solo debe ser honesta sino también parecerlo. Y nos encontramos en una situación diferente: desde luego, la mujer no parece honesta, pero debe serlo.

Se ha destruido el halo de superioridad que cabía presumir en el TS. Ahora tendrán que convencer a todos de que la suya es la decisión justa

Estoy seguro de que los magistrados del Tribunal Supremo resolverán, a pesar de todo, lo más justo. Pero es verdad que se ha destruido el halo de superioridad que históricamente cabía presumir en el Supremo. Ahora tendrán que convencer a todos de que la suya es la decisión justa. Y ya sin valerse de ninguna presunción de infalibilidad.

Pero, como dijo el ahora tan tristemente recordado Francisco Franco (parece que murió ayer, se habla más de él ahora que en 1976), “no hay mal que por bien no venga”. Esa enigmática frase estaba referida, al parecer, al asesinato de Carrero Blanco. Lo mismo cabe decir del Tribunal Supremo: no hay mal que por bien no venga. Ojalá que la decisión respecto del 'procés' contribuya a reconstruir el prestigio del tribunal, aunque parezca difícil.

Dentro de unos meses, la Sala Segunda del Tribunal Supremo vivirá uno de los juicios de mayor importancia de su historia y también de la historia del país. Para ello, necesitamos que el Tribunal Supremo se revista de su mayor prestigio y sobre todo de su mayor independencia, de modo que su decisión, por dura que sea, sea aceptada por todos. 'Dura lex sed lex' es lo que deberíamos poder decir.

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