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Albert Rivera abandona a Ciudadanos
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Rubén Amón

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Albert Rivera abandona a Ciudadanos

El líder naranja juega ya con su dimisión y se adhiere a la inercia depresiva de los sondeos, que le dan un fuerte descenso en sus escaños y que sitúan su suelo en los 27 diputados

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

Impresiona la desgana de Albert Rivera en la campaña electoral. Presume incluso de la interinidad con que concibe la política. Y decepciona todavía más la vulgaridad con que ya pronostica preventivamente su retirada: "No he nacido con el escaño pegado al culo".

Debe pensar que la indumentaria 'millennial' y semejante procacidad identifican a los espectadores de 'El hormiguero', pero el mayor error del líder de Cs consiste en adherirse él mismo a la inercia depresiva de los sondeos. Rivera viene a decirnos que esto de la política no es necesariamente lo suyo. Y que hay vida fuera de ella. "No se me caen los anillos". Y tiene razón. Se le caen los votos en el escarmiento de una campaña poligonera y descuidada.

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Rivera parece ausentarse de su propio proyecto político. Una actitud entre resignada y pasota que presagia una debacle desproporcionada y que implica una flagrante desconsideración hacia los volátiles electores. Ninguno de los errores que haya podido cometer Ciudadanos justifica el desastre que se avecina en las urnas, pero se ha consolidado en la demoscopia y en la opinión pública la sensación de que las elecciones del 10-N apuntan a varios ganadores —Sánchez, Casado, Abascal...— y a un solo perdedor: Albert Rivera.

Fue Rivera quien creó Ciudadanos. Es Rivera quien parece dispuesto a destruirlo. La razón estriba en el hiperliderazgo y en las decisiones erráticas. Cuesta trabajo asimilar que un partido político pueda transitar de los 57 diputados contemporáneos a la mitad —o menos— que le conceden los sondeos apocalípticos. Todo ello en siete meses. Una depauperación política y electoral cuya desmesura convierte a Rivera en un líder más o menos amortizado.

Foto: El presidente de Ciudadanos (Cs), Albert Rivera. (EFE)

La crisis no solo compromete la credibilidad del timonel. La identificación absoluta entre Rivera y Ciudadanos —y viceversa— condiciona la viabilidad del proyecto mismo. Le sucede igual a Pablo Iglesias. La 'nueva política' se resiente de la contradicción del cesarismo. La salud del condotiero identifica el porvenir del partido. Lo eleva o lo arrastra. Lo impulsa o lo hunde.

Y Ciudadanos era, en cierto modo, el partido perfecto. Por tratarse del menos ideologizado, por haber nacido sin el pecado original de la corrupción, por significarse en el europeísmo y porque la idiosincrasia liberal, refractaria a las manazas del Estado, concernía a una concepción inequívoca de las libertades individuales (eutanasia, prostitución, maternidad subrogada, matrimonio homosexual). Se percibía como un proyecto urbanita, regenerador, versátil, pragmático, constitucionalista, pero el gran éxito de las elecciones de abril —4,1 millones de votos— predispuso una crisis de ceguera en el puente de mando. Albert Rivera se observaba a sí mismo como el líder de la oposición. Deseaba que Sánchez pactara con Podemos y los nacionalistas para recrearse en la persecución parlamentaria de 'la banda'.

No se puede eludir la responsabilidad de Sánchez en los recelos estratégicos al acuerdo, pero Albert Rivera hizo del antisanchismo un dogma político

La endogamia de la izquierda ha terminado devorando a... Rivera. PSOE y Ciudadanos sumaban 180 diputados. Hubieran garantizado un Gobierno y una mayoría estables. Habrían ejercido un verdadero consenso patriótico a expensas del nacionalismo y del soberanismo.

No se puede eludir la responsabilidad de Sánchez en los recelos estratégicos al acuerdo, pero es Rivera quien hizo del antisanchismo un dogma político. Peor aún, la alianza orgánica y unilateral con el PP ha granjeado a Cs escasísimo poder regional y ha descuidado el compromiso renovador. Difícilmente puede hablarse de regeneración cuando los naranjas han consolidado los gobiernos elefantiásicos del PP en las comunidades de Madrid, Castilla y León y Murcia.

Ciudadanos no se cree el barómetro del CIS, a pesar de que amortigua su caída

No termina de comprenderse cuál es el papel de Inés Arrimadas desde su aterrizaje en Madrid. Ni se entiende que Cs haya desatendido tanto su espacio embrionario (Cataluña) y sus figuras senatoriales. La fuga de talentos —Nart, De la Torre, Pericay, Roldán, De Carreras— reflejaba una discrepancia y una desorientación que los sondeos han conducido a la categoría abismo político.

El desguace de CS se lo reparten el PSOE, el PP y hasta Vox, en una suerte de mercadillo de saldo

Ciudadanos es la víctima sacrificial del 10-N. El desguace se lo reparten el PSOE, el PP y hasta Vox, en una suerte de mercadillo de saldo que Rivera observa desde la desidia, cuando no desde la superstición. El líder de Cs se consuela con ganar a las peores encuestas. Y aspira a que el votante le conceda un gesto de confianza en el último momento, como ha sucedido antaño. Pero el mensaje de la provisionalidad —no he nacido con el escaño pegado al culo— solo contribuye al desasosiego de una formación política tan necesaria como expuesta a la extinción.

Hay una esperanza: el mundo feliz de Tezanos. De confirmarse la euforia electoral que el CIS otorga al PSOE —entre 133 y 150 escaños—, podría ocurrir que Ciudadanos —entre 27 y 35— fuera determinante en la investidura y estabilidad de Pedro Sánchez. Un escarmiento al dogmatismo de Rivera. Y una oportunidad de redención que le obliga a integrarse en la banda.

Impresiona la desgana de Albert Rivera en la campaña electoral. Presume incluso de la interinidad con que concibe la política. Y decepciona todavía más la vulgaridad con que ya pronostica preventivamente su retirada: "No he nacido con el escaño pegado al culo".

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