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Rubén Amón

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PSOE-PP, el pacto de la utopía

El bipartidismo tendrá que entenderse como respuesta al bloqueo y a la crisis territorial, pero no parece verosímil

Foto: Pedro Sánchez recibe a Pablo Casado en la Moncloa. (EFE)
Pedro Sánchez recibe a Pablo Casado en la Moncloa. (EFE)

Imaginemos que Iglesias hubiera aceptado las condiciones de Sánchez. Y que se hubiera producido un acuerdo de Gobierno y de legislatura en julio de 2019. Tendríamos a Irene Montero de vicepresidenta inflamable. Y Sánchez estaría medicándose para conciliar el sueño.

¿Cuánto tiempo podría haber durado la cefalea y la bicefalia de haber sobrevenido la sentencia del 'procés'? Unidas Podemos había prometido no inmiscuirse en los asuntos catalanes, pero ¿iba de verdad Iglesias a renegar de la petición del indulto y a contener las simpatías a fray Junqueras? ¿Hubiera aceptado Irene Montero el discurso de las medidas excepcionales? ¿Cuándo se formalizaría la adhesión de Unidas Podemos al referéndum de autodeterminación?

Las mismas inquietudes conciernen a los equilibrios parlamentarios. No es fácil que Sánchez fuera víctima de una moción de censura porque no habría candidato alternativo, pero la legislatura transcurriría en condiciones de flagrante provisionalidad. ERC y los socios nacionalistas extremarían el chantaje. Sobreviviríamos con los Presupuestos imperecederos de Montoro. Hasta se antoja improbable que Pablo Casado y Albert Rivera, enconados por el liderazgo de la oposición, accedieran a emprender grandes acuerdos de Estado.

Pedro Sánchez se compromete a no pactar con el PP.

Tendríamos un escenario político extraordinariamente volátil. Un presidente débil y debilitado. Y una crisis de convivencia en la coalición de izquierdas que Sánchez había sospechado cuando forzó las elecciones del 10-N, quizá pensando que no solo las ganaría en el despacho de Tezanos.

Reviste interés especular con la ucronía veraniega, porque la secuela otoñal, o sea, los comicios del domingo, describen un escenario igualmente inquietante. La recurrencia con que Sánchez menciona un Gobierno fuerte y un pacto de izquierdas tanto descuida las contraindicaciones aritméticas como subestima las secuelas del duelo con Pablo Iglesias.

En la política española prevalece el culto a Caín. El bipartidismo habría de renunciar a sí mismo como remedio a los populismos y los soberanismos

Es el líder de Podemos quien más exterioriza el temor a un acuerdo PSOE-PP. No ya porque tiene que retratar la mansedumbre de Sánchez en el carril del Ibex, sino porque la hipótesis del gran pacto de Estado podría convertirse en la única solución posible en términos de mayorías y de responsabilidad. La "conciencia" del bipartidismo, si la hubiera, aloja una respuesta a la crisis territorial de Cataluña y evoca la abstención que los socialistas concedieron a los populares cuando Rajoy fue investido presidente en octubre de 2016. No puede decirse que la experiencia resultara duradera ni gratificante, pero sí representa un antecedente histórico cuya idoneidad podría esgrimirse en el contexto de la emergencia y en la abolición de los tabúes culturales.

No existe flexibilidad ni cintura en la política española. Prevalece el culto a Caín. El bipartidismo habría de renunciar al propio bipartidismo como remedio a los populismos y los soberanismos. Cuesta trabajo imaginar un matrimonio de Sánchez y Casado oficiado por Rivera. Une a todos el misal del constitucionalismo. Lo hace el patriotismo en la acepción más serena. Lo indica el imperativo de evitar las terceras elecciones, pero la "gran" coalición, descartada por el líder socialista con el valor evanescente que tiene su palabra, parece una "gran" utopía. La única manera de aproximarla consiste en un convenio de ambiciones modestas —abstención del PP y de Cs a cambio de una agenda territorial y económica—, entre otras razones porque el pacto de izquierdas al que aspira Sánchez implica el insomnio de cohabitar con Iglesias y expondría a la nación a una inestabilidad difícilmente asumible.

Imaginemos que Iglesias hubiera aceptado las condiciones de Sánchez. Y que se hubiera producido un acuerdo de Gobierno y de legislatura en julio de 2019. Tendríamos a Irene Montero de vicepresidenta inflamable. Y Sánchez estaría medicándose para conciliar el sueño.

Pablo Casado Pedro Sánchez Irene Montero Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)