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Abascal cabalga triunfal en el Apocalipsis
El líder de Vox ganó el debate a cinco defendiendo con naturalidad y donosura un Estado semitotalitario que evoca la gloria pretérita de España
El debate a cinco fue un debate a dos. Pedro Sánchez lo perdió como si ya gobernara desde el atril. Y Santiago Abascal lo ganó defendiendo con naturalidad y donosura un Estado semitotalitario que evoca la gloria pretérita de España. Ilegalizaría partidos —¿también el suyo?—, suspendería de inmediato la autonomía de Cataluña y encarcelaría en persona al presidente de la Generalitat, naturalmente sin consideración al criterio de los jueces.
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Poco le importan la Constitución y la separación de poderes a 'mano de piedra' Abascal. Mucho le importaba reivindicarse en el gélido plató del Enterprise como el candidato diferente. La novedad. El atrevido. El incorrecto. El disidente. El otro. Se le debe agradecer la sinceridad y la coherencia. Se le debe reprochar la amenaza a la convivencia que representa Vox, especialmente si las elecciones del 10-N suscriben los humores revanchistas de las encuestas.
Mucho le importaba reivindicarse en el gélido plató del Enterprise como el candidato diferente. La novedad. El atrevido. El incorrecto. El disidente
La sonrisa de Abascal disimula la ferocidad de su proyecto, edulcora un programa xenófobo, marcial, euroescéptico, confesional, antiglobalizador, que tanto cuestiona el consenso sobre la violencia de género como apela a un patriotismo rancio y excluyente.
Intentó Sánchez convocar el trifachito de Colón e involucrar a Casado y Rivera con el campeón de la ultraderecha, pero ya se ocupaba el líder de Vox de marcar el terreno con regueros de testosterona. No ya abjurando del modelo autonómico, sino perseverando en los estados de psicosis y en las angustias viscerales: apocalipsis migratoria, expolio fiscal, conspiración comunitaria, progresía, internacional, inseguridad ciudadana, tiranía climática, islamización, persecución al macho ibérico, menas al asalto a la vuelta de la esquina, violadores embozados. “No habrá ni agua en España”, anunciaba la trompeta de Abascal en un pasaje del debate.
Puede darle resultado la estrategia. La política es aburrida, pero las emociones no. Y el líder de Vox las agitaba entre el amateurismo y la temeridad, como si fuera la parodia ibérica de Donald Trump. Quiere levantar un muro en Marruecos. Y de paso, le sugerimos, que lo paguen.... los mexicanos. Para Abascal, los flujos migratorios, las crisis humanitarias, se resuelven con el ejército y la caridad. Se ayuda al extranjero cristianamente, siempre y cuando no venga. Es una falacia que un inmigrante adquiera de inmediato más derechos que un 'compatriota', pero el discurso de la discriminación al español de bien puede funcionar como lo ha hecho en Italia. No importa la realidad. Importa la percepción de la realidad. Abascal no opera en la razón, interviene en los instintos. Y los cultivó la noche del lunes, sin miedo a cuestionar la exhumación del caudillo. Y sin problemas para exponerse a sí mismo como ejemplo de resistencia al terrorismo etarra, cuando Iglesias se “divertía en las 'herriko tabernas' de Navarra”.
Importa la percepción de la realidad. Abascal no opera en la razón, interviene en los instintos
Fue el pasaje que provocó la mayor trifulca de la noche. Iglesias había decidido ignorar al comandante en jefe de Vox como si no estuviera en el plató, pero terminó implicándose en una reyerta verbal en la que se amontonaron las SS, el comunismo, los huesos de Franco y los huevos del caballo de Espartero. Allí se ha subido Abascal para anunciar que gracias a Vox “España será respetada otra vez en el mundo”. Se lo hemos escuchado a Trump. Y a Putin. Un eslogan mesiánico y providencial que puede estimular un voto militante y que aspira a convertir a Vox en la tercera fuerza política nacional sobre los escombros de Ciudadanos y Podemos.
La paradoja del debate es que la pujanza de Abascal va a terminar beneficiando a Sánchez. Porque el miedo a la ultraderecha puede movilizar a la izquierda, ya veremos. Y porque el discurso sin complejos ni principios de Vox compromete la subida del PP.
Abascal colocó su mensaje. Porque supo hacerlo y porque los contrincantes apenas se lo recriminaron. Se trataba de aislarlo, de distanciarlo, pero la ausencia de réplicas y de respuestas no hizo sino contribuir a la normalización del discurso. Abascal no es que se homologara. Lo homologaron, lo convirtieron en un cuate, en un compadre, lo asearon como a un príncipe.
El debate a cinco fue un debate a dos. Pedro Sánchez lo perdió como si ya gobernara desde el atril. Y Santiago Abascal lo ganó defendiendo con naturalidad y donosura un Estado semitotalitario que evoca la gloria pretérita de España. Ilegalizaría partidos —¿también el suyo?—, suspendería de inmediato la autonomía de Cataluña y encarcelaría en persona al presidente de la Generalitat, naturalmente sin consideración al criterio de los jueces.