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Rubén Amón

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Memoria histórica, amnesia contemporánea

El pucherazo legal de la consulta socialista demuestra que no se penalizan las mentiras del presente; a cambio, se extrema el rigor con las verdades del pasado

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (EFE)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (EFE)

Llama la atención que la obsesión de Sánchez hacia la memoria histórica —legítima y purificadora— se resienta de la amnesia hacia las responsabilidades contemporáneas. Está muy bien involucrarse en el remedio de las fechorías pretéritas, pero revestiría mayor interés un compromiso con las obligaciones contingentes. El presidente en funciones se recrea en los dogmas históricos al tiempo que se distancia de sus veleidades actuales.

De otro modo, no hubiera forzado su transformismo hasta donde ha sido capaz de hacerlo. La flexibilidad es una cualidad de la política que rara vez se explora en España, pero no debe confundirse el foxtrot con los giros copernicanos. Sánchez convenció a sus militantes de que la Tierra redonda. Y ahora los ha convencido de lo contrario: la Tierra es plana.

El presidente en funciones, Pedro Sánchez, se recrea en los dogmas históricos al tiempo que se distancia de sus veleidades actuales

La mansedumbre de los 'hooligans' ha adquirido connotaciones norcoreanas. Un 92% de adhesión al pacto con Iglesias se antoja menos aseado y verosímil de lo que hubiera sido uno 60%. No hay discusión posible. Los militantes arropan las decisiones de Sánchez aunque se contradigan entre sí. Tanto maldicen a Iglesias como lo veneran, de tal forma que la política se desprende de toda memoria y de toda responsabilidad. Ni importa mentir. Ni importa cambiar de criterio. Importa que la verdad de cada momento parezca verosímil, aunque sea precursora de una nueva impostura. Más que en tiempos líquidos, nos encontramos en tiempos gaseosos. Prevalece una política de evanescencia y de transformismo a la que contribuye la indolencia o la permisividad de los votantes. Las mentiras y las rectificaciones han dejado de pesar. Ni siquiera parece claro que la sentencia de los ERE hubiera afectado a Sánchez. Cuando Ábalos desvinculó al PSOE de la trama, ya sabía que el ardid iba a funcionarle. Una buena mentira es mejor que una mala verdad. La clave estriba en la forma de anunciarla. Y en la rotundidad con que se exteriorizan las añagazas.

placeholder El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (c). (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (c). (EFE)

Sánchez ha conseguido encubrir sus embustes con un 92% de adhesión de la militancia. Y ha sabido manipularla con un pacto 'progresista' que no admitía contestación, pese a haber sido el presidente en funciones quien inculcó los peligros que suponía la presencia de Iglesias en el Gobierno.

Ni importa mentir. Ni importa cambiar de criterio. Importa que la verdad de cada momento parezca verosímil, aunque sea precursora de una impostura

Más que en la fuente de Guiomar, se trata de reunir a la feligresía en la orilla del Lete, un afluente mitológico del Hades cuya principal característica consistía en que las aguas hacían olvidar la memoria. Beberlas o sumergirse en ellas proporcionaba al individuo un estado de amnesia al que recurre Sánchez para encastillarse en la Moncloa y hacer de la provisionalidad un camino de constancia. Resolvió el acuerdo con Iglesias en unas horas y acaba de obtener la docilidad de los militantes. No les ha expuesto el precio del chantaje soberanista, tampoco les ha mencionado los pormenores de la transacción, pero los avales tanto le permiten transigir con la mesa de partidos como lo facultan para rechazar cualquier acuerdo con las formaciones constitucionalistas.

Decepciona la sumisión de los barones socialistas. Todos ellos transigen con la 'operación' porque han sido beneficiarios territoriales del sanchismo, pero el visto bueno de los líderes autonómicos tanto contradice sus principios de equidad autonómica como implica un estado de 'omertà' a la indecencia del pacto con Esquerra Republicana. Las únicas voces discrepantes se escuchan desde ultratumba. Y provienen de las senectudes socialistas, tal como las ha acuñado el compañero Rafa Latorre. Se las escucha desde el costumbrismo y la nostalgia. Representan un magma inofensivo al que Sánchez opone su concepción del rodillo autoritario y cesarista.

Tanto maldicen a Iglesias como lo veneran, de tal forma que la política se desprende de toda memoria y de toda responsabilidad

La política es para Sánchez un camino de supervivencia. Cada minuto que resiste en la Moncloa es una victoria, de tal manera que la coherencia, la congruencia y las responsabilidades de estadista permanecen subordinadas a la estricta ambición personal.

Era Carlos Alsina quien me hizo reparar en el fenómeno mnemotécnico. En la política de nuestro tiempo, la memoria del pasado remoto es mucho más exigente que la del tiempo presente. No es que las mentiras se hayan instalado donde antes residían las verdades. Es que mentir no se penaliza. Ni en la urna, ni en los pactos ni en la naturaleza olvidadiza de la opinión pública, a no ser que se trate de exhumar a Franco y de convertir el pasado en el camino de las verdades absolutas.

Llama la atención que la obsesión de Sánchez hacia la memoria histórica —legítima y purificadora— se resienta de la amnesia hacia las responsabilidades contemporáneas. Está muy bien involucrarse en el remedio de las fechorías pretéritas, pero revestiría mayor interés un compromiso con las obligaciones contingentes. El presidente en funciones se recrea en los dogmas históricos al tiempo que se distancia de sus veleidades actuales.

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