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Y Pablo Iglesias se cortó la coleta
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Rubén Amón

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Y Pablo Iglesias se cortó la coleta

El vicepresidente emprende un camino asombroso de asimilación al sistema y de lealtad a su más aguerrido adversario, para desconcierto de sus partidarios

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

¿Coletas? ¿Qué coletas? Le queda poco a Pablo Iglesias para sepultar al líder proletario que se apareció ante sí mismo entre las protestas del 15M. "Coletas, cabrón, coge el azadón", jalean los currantes del campo. E Iglesias no se da por aludido, como no lo hacía Igor en una escena delirante de 'El jovencito Frankenstein'.

Recuérdenla. El mayordomo Igor recibe al doctor en el siniestro castillo. Y se ofrece este último a resolverle el problema de su joroba. ¿Joroba, qué joroba?, responde Igor ajeno a su evidente deformación.

¿Coletas, qué coletas? Iglesias no ha renunciado a su atributo capilar, pero más bien parece la reliquia de otro tiempo. Se la ha cortado simbólicamente no como hacen los toreros cuando se retiran, sino como el fetiche de un tiempo viejo. Porque el tiempo nuevo es el de la solemnidad institucional. Terminará llorando con el himno.

Foto: Consejo Ciudadano Estatal de Podemos, celebrado el pasado enero, en el que se convocó el proceso de renovación orgánica. (EFE)

Vicepresidente del Gobierno. Debe impresionarle a Iglesias su tarjeta de visita. Y debe hacerlo aún más que su pareja, curiosamente, también sea ministra. Iban a cambiar el sistema. Y el sistema los has cambiado a ellos. De rodear al Congreso a sentarse dentro.

Y del banco granate al banco azul, un proceso de transformación o de transformismo del que forma parte la propiedad inmobiliaria de Galapagar. Cuánto han prosperado los Iglesias-Montero. O los Montero-Iglesias. Qué bien se han integrado en el 'establishment'. Qué conmovedora resulta su lealtad a Sánchez. Son más sanchistas que Pedro.

Y se alborozan con el 'presi' en las instalaciones de Quintos de Mora, una finca toledana cuyas encinas y pastizales trasladan a la opinión pública la propaganda bucólica de un equipo ministerial que se ha convertido en la 'pandi'. La banda de Rivera ha resultado ser un grupo de colegas que pasan el 'finde' en una casa rural. Cuánta bonhomía y compadreo proponen las imágenes oficiales. Qué buen rollo sugiere el Gobierno del progreso.

placeholder Sánchez y algunos ministros durante la reunión de trabajo informal en Quintos de Mora. (EFE)
Sánchez y algunos ministros durante la reunión de trabajo informal en Quintos de Mora. (EFE)

Arde el campo, se amotinan los agricultores. Y Sánchez decide que el mejor remedio a la crisis rural consiste en reunir a sus ministros en un latifundio. Otra genialidad de Redondo. Se trata de tomar un poco de aire. Y de comprender los problemas de la tierra en la tierra misma, subordinando la mala reputación que Quintos de Mora implica en el imaginario de la 'progresía'.

Se conocía a la finca como el rancho de Aznar. Porque alojó aquí a George Bush. Y porque lo convirtió en la Moncloa de los fines de semana. Sánchez ha recuperado el privilegio. Y ha concebido unos ejercicios espirituales en los que asombra la cordialidad que imparte entre sus rivales. Qué bien sienta el campo. Qué hermosa es la hermandad de Iglesias y Sánchez.

Me parece una buena noticia esta normalización, pero no sé que le parece a sus partidarios. Los supongo desconcertados por el aplomo y fervor litúrgico con que Iglesias y Montero aplaudían el discurso de Felipe VI la semana pasada. No queda mucho para que los veamos jugando al Golf. O vacacionando en el yate de un oligarca del Ibex. Ni siquiera considera Iglesias que proceda encarnizarse con Billy el niño. ¿Qué Billy el niño?

“De derrota en derrota hasta mi victoria final”. Podría ser este el eslogan que define la mutación de Iglesias. No tengo autorización para divulgar al ilustre personaje que lo ha acuñado, pero es ilustrativo del camino de perfección personal con que Iglesias ha reaccionado a los escarmientos de las urnas.

Peor le van las cosas a Unidas Podemos, mejor le van las cosas a él. El partido se ha convertido en un instrumento de ambición y supervivencia personales, de tal modo que se le han revuelto los 'anticapis'. Recelan de la mansedumbre del poder. Y amenazan con escindirse. Teresa Rodríguez lidera la rebelión de los andaluces. Y se ha convertido en un objetivo inequívoco de la depuración con que va a represaliarla Iglesias.

No puede ser más cómoda la posición del vicepresidente. Se ha abstraído de las primeras crisis —Ábalos, el campo, la fiscal Delgado—, es el interlocutor perfecto con los compadres de ERC y ha recuperado el viejo megáfono del 15 M —"1,2,3, probando, probando"— para proclamar el estado y el Estado de gracia que se avecinan. Ha sido llegar ellos el poder y hemos empezado a disfrutar de fenómenos desconocidos: la democracia, la igualdad, los derechos laborales, incluso la paz y el amor en sentido más abstracto.

Foto: Protesta de agricultores en Salamanca. (EFE) Opinión

Al menos, hasta que los tractores han puesto el morro mirando a Madrid. Y le han organizado al Gobierno una crisis que Sánchez ha tratado de dirimir con una nueva táctica de polarización. Los agricultores oprimidos frente al monstruo de los supermercados. Es una manera de escoger bando. Y de sustraerse a su responsabilidad, pero la rebelión de la España vacía representa un contratiempo inesperado e imprevisible, más allá del obsceno oportunismo con que Abascal ha pretendido patrimonializarlo en el esquema de la tormenta perfecta: el campo español, las cuotas comunitarias, el impacto migratorio.

A Iglesias el campo le resulta lejano, exótico. Podemos es un partido urbanita, de facultad, de comuna y de barricada en la cafetería de la 'uni'. Los tractores le parecen a Iglesias criaturas medievales. Y le parece que estas gentes rurales son una mezcolanza de terratenientes y de fachas que Vox aspira a convertir en el ejército del campo español.

“Coletas, cabrón, coge el azadón”, le dicen al vicepresidente.

¿Coletas, qué coletas?

¿Coletas? ¿Qué coletas? Le queda poco a Pablo Iglesias para sepultar al líder proletario que se apareció ante sí mismo entre las protestas del 15M. "Coletas, cabrón, coge el azadón", jalean los currantes del campo. E Iglesias no se da por aludido, como no lo hacía Igor en una escena delirante de 'El jovencito Frankenstein'.

Pedro Sánchez