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Mi amigo Plácido Domingo
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Rubén Amón

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Mi amigo Plácido Domingo

Una respuesta al artículo de Elvira Lindo y una explicación sobre la desproporción de la condena social al cantante

Foto: Plácido Domingo durante una actuación en Moscú. (Reuters)
Plácido Domingo durante una actuación en Moscú. (Reuters)

Me parece muy buena idea que haya aparecido en domingo el artículo de Elvira Lindo sobre los amigos que hemos dejado caer a Plácido Domingo. Es el día de la homilía. Y de la monserga buenista.

No es que me mencione directamente, pero ya se han ocupado de recordármelo los tuiteros. Se supone que he sido un servil halagador. Y que ahora he lanzado la primera piedra. No me reconozco en la primera categoría. Y si he arrojado una piedra, lo habré hecho cuando Plácido Domingo ya estaba sepultado, masacrado, con más rocas sobre su lecho que la pirámide del sol. Empezando por los “enemigos” que condenan preventivamente. Y que se adhieren a cualquier sentencia social, independientemente de las pruebas y de la presunción de inocencia.

Foto: El tenor Plácido Domingo. (EFE) Opinión

Las “redes sociales”, abstracción fecal de la marea justiciera, me han criticado por defender a Domingo. Me han criticado por dejar de defenderlo, como me van a criticar por esta reacción que considero oportuna.

Y agradezco el artículo de Lindo, sin ironía. No solo porque eleva la calidad de los antagonistas, hasta ahora enfatizada por el desprestigio de Pradera, el comisariado de Antonio Maestre y los sanchopanzas del régimen, sino porque tenía que haber meditado aquel tuit en el que expuse mi decepción sobre las declaraciones en que Domingo admitía “toda la responsabilidad”.

El atenuante al que puedo recurrir es la manera en que se resquebrajó la plena confianza en la palabra de un amigo. Las circunstancias en que me expuso sus argumentos, la lealtad de tantos años, la sinceridad de un compadre, contradecían que pudiera haberme engañado o utilizado.

Y no creo que lo haya hecho. Ni tampoco lo “encubrí” por tratarse de un amigo. Lo defendí por el peso de su palabra y por haber conocido su personalidad y generosidad en estos treinta años de relación estrecha. Plácido Domingo no es un feroz depredador ni un violador, aunque la opinión pública ya le ha otorgado las categorías y ha precipitado la condena total de su vida y de su obra, hasta el extremo de borrar su memoria.

Plácido Domingo no es un feroz depredador ni un violador, aunque la opinión pública ya le ha otorgado las categorías y ha precipitado su condena

No ha habido una denuncia en un tribunal. No ha habido una condena, pero el escarmiento sobrepasa cualquier sentencia penal. De hecho, el informe del sindicato de actores, elevado gratuitamente al rango de verdad judicial, concluye, simple y específicamente, que “el señor Domingo mantuvo en efecto conductas inapropiadas, que van desde el coqueteo a las proposiciones sexuales, tanto dentro como fuera del contexto de trabajo”.

No se explica el tormento sin la forma en que Plácido Domingo ha defendido catastróficamente su “defensa”. Los comunicados han sido un permanente auto-sabotaje. Y las aclaraciones posteriores al último de ellos llegan cuando la opinión pública ya ha emitido el veredicto. Y cuando los teatros e instituciones aprovechan el escarnio para blanquearse.

Plácido Domingo insiste en no haber acosado a nadie ni abusado de nadie. Lamenta el daño que haya podido causar a las mujeres que lo denuncian, pero no se reconoce en ninguna fechoría penal. Tampoco se ha dirimido en un juicio ni es probable que se dirima nunca, pero impresiona la desproporción entre su comportamiento y el castigo. Es un apestado. Ha sido desalojado por la sociedad en la que representaba un tótem. Y se ha organizado una pira más grande que la del Trovatore, confundiéndose muchas veces el justicierismo y el moralismo, aunque no por ello deba discutirse la credibilidad de las mujeres que lo denuncian.

He sido amigo de Plácido Domingo, es verdad. Y lo sigo siendo. Y he hablado con él estos días a propósito de la escandalera y de nuestro desencuentro. El artículo de Lindo me ha hecho reflexionar, en el mejor sentido. No sé si Plácido Domingo me ha fallado. O si le he fallado yo a él. O si han sucedido las dos cosas. Lo que sí puedo decir es que he recuperado a un amigo.

Me parece muy buena idea que haya aparecido en domingo el artículo de Elvira Lindo sobre los amigos que hemos dejado caer a Plácido Domingo. Es el día de la homilía. Y de la monserga buenista.

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