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La cordura regresa al Parlamento fantasma
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Rubén Amón

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La cordura regresa al Parlamento fantasma

Sánchez elude la autocrítica y Rufián enciende la beligerancia. La sesión espectral entierra la legislatura de la crispación y de la crisis territorial asumiéndose que "lo peor está por llegar"

Foto: Valentina, que trabaja como ujier en el Congreso, desinfecta el atril. (EFE)
Valentina, que trabaja como ujier en el Congreso, desinfecta el atril. (EFE)

El primer gesto de Sánchez al bajarse del coche consistió en estrechar la mano del policía nacional que custodiaba la entrada al hemiciclo. No era un buen ejemplo profiláctico, pero sí una manera de normalizar el preámbulo de una sesión extraordinariamente anómala.

Había señorías que se protegían con una máscara y que establecían en el hemiciclo las distancias de seguridad. Otras —Abascal, Montero— convalecían en casa contagiadas por la enfermedad. E impresionaba la sensación desasosegada de un Parlamento en cuarentena. La Cámara de representación era la representación misma de la epidemia.

Foto: El Rey charla con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante el Consejo de Ministros celebrado en el Palacio de la Zarzuela. (EFE)

No hubiera hecho falta ni la megafonía. El aplauso de los diputados presentes se escuchaba hueco y débil. Y se agradecía el esfuerzo de cordura que hicieron los portavoces de la oposición, aunque fuera con el remedio de las ponencias sensibleras y grandilocuentes. Casado invocaba rodilla en tierra la “España eterna”. Y Espinosa de los Monteros (Vox), paternalista y evangélico como nunca, enfatizaba el heroísmo de los compatriotas en una parodia de la Reconquista.

No hubiera hecho falta ni megafonía. El aplauso de los diputados presentes se escuchaba hueco y débil

La imagen del Parlamento diezmado resultaba tan irreconocible como la serenidad del debate. La legislatura de la crispación, de la división, del chantaje soberanista y del populismo, ha mutado en la legislatura de la emergencia y de la congoja. El coronavirus ha relativizado la discordia territorial y la excitación ideológica. No hay dos Españas. Ni dos sociedades. Ni ocho naciones. Es la perspectiva conciliadora desde la que Sánchez apelaba al consenso de unos Presupuestos de reconstrucción.

placeholder Gel alcohólico en el escaño de uno de los diputados. (EFE)
Gel alcohólico en el escaño de uno de los diputados. (EFE)

Y la sensibilidad desde la que Casado, garante de las medidas económicas anunciadas este martes, moderó la beligerancia. Prevalecía la lealtad al Gobierno en la 'guerra' del coronavirus, aunque esta clase de analogías épicas y bélicas exagera la evocación de los pasajes churchillianos. “Lucharemos, lucharemos, lucharemos”, proclamaba Casado delante de la escasa feligresía. Abusaron nuestros parlamentarios de las anáforas y las metáforas sanitarias, especialmente el doctor Rufián. E hicieron bien en relajar la presión al Gobierno... sin incurrir en la condescendencia.

Foto: Pedro Sánchez explica el decreto de alarma ante un hemiciclo prácticamente vacío, este 18 de marzo. (EFE)

Pablo Casado mismo le reprochó al altivo Sánchez (no hizo ni atisbo de mirarlo) haber enmascarado o amalgamado entre las medidas de emergencia la indecorosa argucia que modifica la ley del CNI y que permite a Iglesias sentarse entre los halcones. El presidente del Gobierno ha de ser el primero en responsabilizarse del poder que él mismo concentra en un estado de alarma. Y por la misma razón, bien pudo haber asumido un pasaje de autocrítica en el retraso de las medidas.

placeholder El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención en el pleno extraordinario. (EFE)
El líder del PP, Pablo Casado, durante su intervención en el pleno extraordinario. (EFE)

Quiso justificarse con el artificio dialéctico del “sesgo retroactivo”. Qué fácil es criticar a toro pasado, decía Sánchez entre líneas. No ya recuperando su naturaleza arrogante, sino sustrayéndose a la pasividad de las primeras semanas y al episodio negligente del 8-M. El coronavirus no puede considerarse un accidente, una erupción ni una sorpresa. Se desplazaba de este a oeste. Y se conocían sus efectos en Italia. Ya sabemos que no diferencia entre naciones cercanas ni remotas, ricos ni pobres, fachas ni progres, pero fue Sánchez quien aprovechó la sesión fantasma de este miércoles para hacer apología del servicio público y restregársela sutilmente a la derechona. Como si el sector privado no fuera sensible. Y como si la sociedad civil no hubiera dado ejemplos de su madurez y responsabilidad.

[Última hora del coronavirus]

Se entiende mejor así que Casado, por alusiones, reclamara a Sánchez medidas fiscales y reformas estructurales. Recelaba de ellas Echenique en su intervención y las relacionaba con la voracidad privatizadora de la derecha, aunque esta clase de escaramuzas desempeñaron un papel anecdótico en una jornada de conciliación. Espinosa de los Monteros se adhería a la idea de “remar juntos”. Únicamente Gabriel Rufián (ERC), absorto en el soliloquio de la excepción nacionalista y despiadado con el compadre Sánchez —“tenemos al país en las UCI y el médico se acaba de enterar”—, demostraba resistirse a aceptar el código responsable y contenido de la mañana. Ni siquiera después de haber escuchado al presidente del Gobierno decir en la tribuna que estamos solo en la primera trinchera: “Lo peor está por llegar”.

No había imagen más elocuente que la ujier del Congreso esterilizando el atril del púlpito parlamentario. Se la aplaudió la primera vez con énfasis. Y no hubo entusiasmo parecido después de ninguna de las intervenciones oficiales, más o menos como si el Parlamento hubiera descubierto el espejo de una sociedad angustiada.

El primer gesto de Sánchez al bajarse del coche consistió en estrechar la mano del policía nacional que custodiaba la entrada al hemiciclo. No era un buen ejemplo profiláctico, pero sí una manera de normalizar el preámbulo de una sesión extraordinariamente anómala.

Pablo Casado Espinosa de los Monteros