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Salvad al soldado Reyes
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Rubén Amón

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Salvad al soldado Reyes

El exjugador de baloncesto convierte su guerra al coronavirus en un ejercicio de sensibilidad, sentido del humor, acidez y énfasis bélico

Foto: Alfonso Reyes, en una imagen de archivo. (EFE)
Alfonso Reyes, en una imagen de archivo. (EFE)

Arturo Pérez Reverte debería incorporar a su lista de personajes aguerridos la ejecutoria de Alfonso Reyes, cuyo proceso de convalecencia se ha convertido en una batalla absoluta del bien contra el mal. Lo narra el exjugador de baloncesto, tuit a tuit, con un lenguaje épico y castrense, pero también recurre al sentido del humor. Y permite a los seguidores 'padecer' el coronavirus desde una experiencia vicaria. No tosemos como Alfonso, ni nos duele tanto la cabeza como a él. No sufrimos sus noches de insomnio, sus crisis respiratorias ni su fiebre, ni sus pensamientos oscuros de madrugada, pero Reyes ha creado un vínculo de identificación que adquiere un valor pedagógico y preventivo, especialmente para quienes se sienten todavía invulnerables.

Él mismo podría haberlo sido. Porque tiene menos de 50 años. Porque sobrepasa los dos metros y los 110 kilos. Y porque su aspecto de gigante noble parecía capaz de ahuyentar la rabia y los colmillos del “perro negro”. Así define Reyes al coronavirus en sus crónicas tuiteras, pero también lo identifica con el glosario que hubiera manejado Alatriste de haberse encontrado en un callejón de Madrid frente al chacal que lo acecha: hideputa, hediondo, ganapán, lamecharcos...

Foto: Alfonso Reyes relata día a día a través de Twitter su experiencia con la enfermedad. (EFE)

No hemos dicho todavía que Alfonso Reyes es el hermano de Felipe, aunque quizá proceda recurrir a otros vínculos familiares. Por ejemplo, su padre, Ildefonso, militar. O su hermano Rafael, jefe de bomberos. Uno y otro ejemplo proporcionan a Alfonso el derecho, la genética y la estrategia para concebir su convalecencia contra el virus en los términos de una guerra que aspira a ganar sin condescendencia: “A esta hora me encuentro bastante mejor que en todo el día. Bicho, que sepas que no hago prisioneros. Aniquilación total del enemigo”.

El tuit del 16 de marzo ilustraba una evidente mejoría. No había necesitado hospitalizarse Alfonso Reyes, pero una recaída del fin de semana le ha obligado a hacerlo. El oxígeno le ha devuelto la salud a los pulmones y le ha proporcionado artillería para acribillar al 'perro negro'.

Aporta el soldado Reyes toda la iconografía bélica y sus mejores lecturas. Podría colocar en el cabecero de su cama una fotografía de Patton o un busto de Alejandro Magno. Su casa es la línea Maginot. Y su cama hospitalaria se ha convertido en Numancia. Ha perdido seis kilos, pero la moral permanece indemne, más allá de algunos desvanecimientos eventuales.

Bitácora del 20 de marzo: “Entiendo que hasta que no te ataca con zarpa de fiera no llegas a vislumbrar el poder de este hideputa. Pero una vez le has mirado a los ojos, no te cabe duda”.

Y los ojos del perro negro son los del general Rommel. “No le cabe duda” a Reyes. Por eso ha desenmascarado al coronavirus identificándolo con una imagen del feroz estratega de Hitler. Se le está poniendo a Reyes cara de Montgomery, la némesis del zorro del desierto.

placeholder Alfonso Reyes, en una imagen de archivo. (EFE)
Alfonso Reyes, en una imagen de archivo. (EFE)

Y es un durísimo antagonista el hijo de Ildefonso. Bien lo sabemos los aficionados del Estudiantes cuando nos trajo hace exactamente 20 años la Copa del Rey. Fue el mejor jugador del torneo, el artífice de una batalla imposible que puso encima del parqué su fuerza psicológica, su poderío físico y su inteligencia estratégica. Son las tres cualidades que sojuzgaron a Tanoka Beard —el coloso del Pamesa— las que le aseguran ahora la victoria sobre la enfermedad. Y que se añaden al espíritu crítico. Reyes no soporta la negligencia de la clase dirigente ni tolera la doctrina relativista de Fernando Simón en sus intervenciones buenistas e infantilizadas.

Y no acepta que se le oculte la verdad. Ni a él ni a los compatriotas, muchos de ellos implicados en la causa del soldado Reyes como si fuera la propia. Se le amontonan a Alfonso las muestras de solidaridad, de respeto y de cariño, ninguna tan evidente ni emocionante como la que le ha trasladado su esposa: “Me lo escribe mi mujer, es un atrevimiento publicarlo pero es que me ha hecho mucha gracia: 'Entiendo que el p. bicho no se quiera despegar de ti, se está tan a gustito a tu lado'...”.

Arturo Pérez Reverte debería incorporar a su lista de personajes aguerridos la ejecutoria de Alfonso Reyes, cuyo proceso de convalecencia se ha convertido en una batalla absoluta del bien contra el mal. Lo narra el exjugador de baloncesto, tuit a tuit, con un lenguaje épico y castrense, pero también recurre al sentido del humor. Y permite a los seguidores 'padecer' el coronavirus desde una experiencia vicaria. No tosemos como Alfonso, ni nos duele tanto la cabeza como a él. No sufrimos sus noches de insomnio, sus crisis respiratorias ni su fiebre, ni sus pensamientos oscuros de madrugada, pero Reyes ha creado un vínculo de identificación que adquiere un valor pedagógico y preventivo, especialmente para quienes se sienten todavía invulnerables.

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