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Rubén Amón

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Los Presupuestos con sangre entran

Las cuentas de Sánchez son necesarias y obtienen un abrumador consenso parlamentario, pero conllevan un precio político desproporcionado en favor de los partidos separatistas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
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No se le puede discutir a Pedro Sánchez la legitimidad de sus iniciativas políticas, al menos si reconocemos al Parlamento su cualificación representativa y democrática. Cada vez que el presidente del Gobierno expone una cuestión nuclear, sucede que las señorías le amparan abrumadoramente. Un buen ejemplo es el rechazo absoluto a la moción de censura de Abascal, pero también ocurrió con la prórroga plenipotenciaria del estado de alarma y ha vuelto a suceder con los Presupuestos Generales. En espera del trámite senatorial, los números que avalan las cuentas de Sánchez describen una nueva, incuestionable e imponente victoria, más allá de las objeciones que pudieron hacerle el PP, VOX y Cs, sorprendidos, sin pretenderlo, en un consenso opositor que permite a Pablo Echenique restregarles de oficio la foto de la plaza de Colón.

Sánchez ha reunido jueves bastante más apoyo del que logró en su investidura. Y lo ha conseguido en la ley de mayor relevancia. No solo han caducado, por fin, los Presupuestos de Cristóbal Montoro. Han sobrevenido otros Presupuestos que garantizan al líder socialista la viabilidad de toda la legislatura y que predisponen el ciclo virtuoso de la victoria.

Foto: Una mujer ordena un escaparate en una tienda del centro de Barcelona. (EFE)

Las nuevas cuentas son necesarias y hasta sensatas. Se les puede discutir la fantasía que pondera la relación de gastos e ingresos, como se puede cuestionar el optimismo y el sesgo ideológico-estatalista, pero la angustia económica y el manguerazo de los recursos comunitarios han sugestionado la adhesión entusiasta de casi todas las fuerzas políticas. Porque Sánchez ha sido el presidente de las emergencias. Las ha aprovechado para revestirse de autoridad. Y ha convertido la Cámara Baja en la expresión inequívoca de su legitimidad.

El problema no es el dinero. El problema es el precio. Cada vez que los alfiles del presidente mencionaban este jueves las cuentas de la salvación de España resultaba nauseabundo identificar a los partidos que conspiran sistemáticamente para sabotearla. Especialmente ERC y Bildu, cuyas señorías se relamen de haberse alojado de polizones en la siniestra nave del sanchismo. Les ha dado el pasaje Pablo Iglesias. Les ha proporcionado asiento en la travesía del plurinacionalismo.

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Es la razón por la que los Presupuestos Generales sobrepasan la propia sustancia e idiosincrasia económica. Remarcan el rumbo de una legislatura que el propio Iglesias ya identifica a título megalómano como un cambio de época. Se trata de cuestionar el principio de solidaridad territorial y de socavar el 'régimen' de la monarquía parlamentaria. Ninguna manera mejor de hacerlo que humillar al Rey constriñéndolo a firmar los indultos de los artífices del 'procés'. Felipe VI se degradaría a un cómplice necesario de la conspiración que le urdieron.

La letra pequeña de los PGE: el blanqueo de Bildu, la reforma del delito de sedición, los privilegios del PNV... y el sueño húmedo de un referéndum

La hipótesis forma parte de la letra pequeña de los Presupuestos, igual que lo hacen todas las concesiones que han ido trascendiendo. La operación de blanqueo de Bildu. La reforma del delito de sedición. Los privilegios del PNV en su camino de autogobierno. Y el sueño húmedo de un referéndum. Es verdad que no lo ha comprometido Pedro Sánchez, pero sí es cierto que Rufián y el compadre Otegi lo han reivindicado en el capítulo de contraprestaciones.

Ya se ocupa Iglesias de velar por la buena salud de Frankenstein. Y de reanimar en la chimenea de Galapagar el sueño de la III República. No debería fiarse de Sánchez. Ni de los poderes que ha recuperado este jueves el presidente del Gobierno, pero urge exigírsele a Sánchez un ejercicio de transparencia respecto a los términos de los acuerdos que ha suscrito con sus secuestradores. Difícilmente pueden salvar a España los partidos que quieren acabar con ella. Y bien harían estos últimos en protegerse de un volantazo de Sánchez. Ningún rasgo mejor define el sanchismo que su capacidad de cambiar de discurso y de bandera.

No se le puede discutir a Pedro Sánchez la legitimidad de sus iniciativas políticas, al menos si reconocemos al Parlamento su cualificación representativa y democrática. Cada vez que el presidente del Gobierno expone una cuestión nuclear, sucede que las señorías le amparan abrumadoramente. Un buen ejemplo es el rechazo absoluto a la moción de censura de Abascal, pero también ocurrió con la prórroga plenipotenciaria del estado de alarma y ha vuelto a suceder con los Presupuestos Generales. En espera del trámite senatorial, los números que avalan las cuentas de Sánchez describen una nueva, incuestionable e imponente victoria, más allá de las objeciones que pudieron hacerle el PP, VOX y Cs, sorprendidos, sin pretenderlo, en un consenso opositor que permite a Pablo Echenique restregarles de oficio la foto de la plaza de Colón.

Pedro Sánchez Pablo Echenique