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2020: peor imposible... menos para Sánchez
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Rubén Amón

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2020: peor imposible... menos para Sánchez

La vacuna es la mejor noticia de un año atroz que ha puesto a prueba el manual de resistencia del presidente del Gobierno, hasta el extremo de terminarlo triunfalmente

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
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2020. No era un año capicúa, aunque pueda parecerlo, pero sí ha sido bisiesto y también maldito, hasta el extremo de que puede considerarse el más catastrófico del siglo XXI. Y no solo por los muertos del coronavirus, sino por la vulnerabilidad de las certezas y por la precariedad de las cosas que pensábamos seguras o de los riesgos que creíamos remotos.

2020 ha sido el año de la caída de Trump y de la muerte de Maradona... y de Kobe Bryant. El año de la investidura de Sánchez y de la deportación del Rey a Abu Dhabi. El año de Enrique Ponce y de Ana. El año de Cantora. El año de Villarejo, como todos los años. El año de Nadal, como todos los años. El año de los expertos. El año de los allegados. El año de Fernando Simón instalado en los hogares. El año de las colonizaciones espaciales, más o menos como si el agua de Marte representara el señuelo que necesitábamos para cambiar de planeta.

No se explica el "caso español" sin crispación política y sin la negligencia de las administraciones, con Pedro Sánchez en la cabeza

Lo mejor que puede decirse de 2020 es la movilización de la ciencia para encontrar el remedio al covid-19. Se administra ya la vacuna en Rusia. Se hace en Reino Unido. Y se generaliza en los países europeos. En España también, cuyas estadísticas de enfermos y de víctimas mortales retrata una catástrofe humanitaria de la que se deriva una profunda crisis económica. No se explica el “caso español” sin crispación política y sin la negligencia de las administraciones, con Pedro Sánchez en la cabeza. Porque fue él quien anunció en junio la victoria sobre la pandemia.

2020 ha sido el año de la mascarilla. Ha supuesto una radical transformación de nuestros hábitos. Empezando por la enorme cesión de la soberanía individual. Hemos aprendido a teletrabajar y a tratarnos con asepsia. Se ha impuesto el modelo educativo no presencial. Hemos dejado de viajar. Y hemos naturalizado restricciones tan elementales como la libertad de movimientos. Las sociedades no salen reforzadas. Salen empobrecidas y neuróticas, independientemente de la capacidad de adaptación que caracteriza a la especie.

Impresiona, en efecto, el ejercicio de disciplina, la mansedumbre y sentido de responsabilidad con que los ciudadanos han comprendido la emergencia, sobre todo después de haberse subestimado la gravedad de la pandemia. La creíamos remota e improbable cuando empezaron a trascender aquellas noticias que alertaban de una extraña enfermedad. Muy agresiva para las personas mayores. Extremadamente contagiosa. Por eso revestía tanta importancia la imagen, la escena, de una anciana en el trance de inyectársele en el brazo izquierdo la primera vacuna occidental contra el coronavirus.

Todavía faltan meses para conjurar la enfermedad, pero el remedio de las vacunas constituye una evidencia que excita los mercados financieros

Margaret Keenan se llamaba. Como todos sabemos. Y como todos olvidaremos pronto, cuando la vacuna se convierta en una rutina. Y cuando el coronavirus desaparezca de la actualidad, de los hospitales y de los velatorios en este 2021 que a punto está de inaugurarse.

Todavía faltan meses para conjurar la enfermedad, pero el remedio de unas y otras vacunas constituye una evidencia que excita los mercados financieros y que representó un regalo de Navidad felizmente prematuro: 'Merry Christmas', se adivinaba en la camiseta de madame Keenan.

Podía haberse escogido una paciente más joven o más saludable, pero los 90 años de Margaret Keenan en una silla del hospital de Coventry demostraban que el remedio científico es infalible. Y no porque se le estuviera inyectando el elixir de la inmortalidad, sino porque la paciente británica representaba la alegoría de la sanación, más aún considerando que el coronavirus se ha cebado con tantos ancianos como ella.

Por el miedo al porvenir. Y porque muchas de las novedades que hemos descubierto van a formar parte de nuestra forma de vivir definitivamente

Habrá vacunas para todos. Progresiva y escalonadamente. No podía terminar mejor un año que no podía empezar peor. Porque es una proeza haber encontrado en diez meses el remedio a la congoja planetaria. Y porque la ciencia y la civilización no son ya el motor de la historia, sino el mejor remedio a la superstición, al populismo y a las sociedades gravemente enfermas de conspiraciones y de oscurantismo. La pandemia ha sido devastadora en sí misma y lo ha sido en sus efectos secundarios. Se ha cultivado una sociedad aprensiva. Y se han derivado toda suerte de patologías psiquiátricas y psicológicas. Por la convivencia forzada. Por el miedo al porvenir. Por la angustia laboral. Y porque muchas de las novedades que hemos descubierto van a formar parte de nuestra forma de vivir definitivamente.

No podía ser un año más difícil para Sánchez. La tragedia de los muertos, la precariedad del sistema sanitario y la depresión económica auguraban un comienzo de legislatura imposible, pero el líder socialista ha concluido 2020 en posición de euforia. Lo demuestra la aprobación masiva de los presupuestos y la eficacia con que ha funcionado la terapia del dolor.

placeholder El rey emérito Juan Carlos I. (Reuters)
El rey emérito Juan Carlos I. (Reuters)

La ha ido experimentando con los compatriotas. Los puso a prueba nombrando fiscal general del Estado a la ministra de Justicia. Y a partir de entonces doblegó la curva de la resistencia, no ya cercenando la línea de flotación de la separación de poderes, sino normalizando la humillación al Rey, atribuyéndose poderes excepcionales como timonel del estado de alarma, cultivando la amnesia y la mentira, y canonizando al compadre Otegi en el salón de los nobles.

Una década puede estar PS en el poder. El cráter de la derecha y el juego de la polarización con Vox se añaden a la decadencia de Ciudadanos y a la ruptura de relaciones entre Casado y Abascal, de tal manera que el tahúr de la Moncloa juega a la vez con la agonía política de Iglesias y con el chantaje de los soberanistas. Se trata de sobrevivir y de renegar de cualquier principio y cualquier ideología. Dicho de otra manera: si Sánchez ha salido indemne de un año tan feroz, más sencillo va a resultarle prosperar en la presente legislatura y en la siguiente.

2020. No era un año capicúa, aunque pueda parecerlo, pero sí ha sido bisiesto y también maldito, hasta el extremo de que puede considerarse el más catastrófico del siglo XXI. Y no solo por los muertos del coronavirus, sino por la vulnerabilidad de las certezas y por la precariedad de las cosas que pensábamos seguras o de los riesgos que creíamos remotos.

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