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Rubén Amón

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El ayatolá Pablo Iglesias

Dogmático y tutor de la doctrina, el vicepresidente 'teocrático' ataca la libertad de prensa y colisiona con su propio Gobierno cada vez que surge un problema ideológico

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)
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Nada conviene más al dogmatismo de Pablo Iglesias que su posición de ayatolá en el gabinete de Sánchez. Iglesias ni gobierna ni quiere gobernar. Su papel lo desempeña en la prédica y en los asuntos doctrinales. Se trata de impartirlos desde las redes sociales con todos sus costaleros y todas sus terminales. Y de homologarlos en un órgano oficialista, 'La última hora', cuyas informaciones adulteradas y línea editorial tanto establecen persecuciones —medios, periodistas, mensajeros— como llevan al extremo la expectativa de la coacción mediática. Iglesias no solo quiere controlar la prensa o amordazarla. También la ejerce.

'La última hora' bien podría llamarse 'Granma', si la cabecera no estuviera ocupada. O bien podría llamarse IRNA, como la agencia estatal iraní donde la teocracia traslada el ideario y la ideología, aunque no le gusta demasiado a Iglesias mancharse las manos de tinta. Se desenvuelve como una autoridad religiosa que recela de los asuntos prosaicos y del trabajo. Su reino no es de este mundo, para entendernos. Lo que sí hace es descender, aparecerse de vez en cuando para fijar los principios de la ortodoxia: campañas mediáticas, pensiones, derechos laborales, fervor proletario, guerra santa al capitalismo, amén de los principios fundacionales de meta-estatalismo.

Foto: Imagen: Learte

Porque el Estado —no confundir con la patria— es para Iglesias la materia de que se compone la bóveda celeste. Allí reside también él, no ya para evadirse de la cotidianidad y de la refriega —el tiempo que un ayatolá dedica a rezar, Iglesias lo concede a ver series—, sino para situarse por encima de Sánchez. Y ejercer el liderazgo de la oposición cada vez que el presidente del Gobierno se atreve a manosear los tabúes del fundamentalismo.

Es el esquema paródico de la república iraní. Simpatiza con ella Iglesias por convicciones políticas y por relaciones orgánicas —la tele de Pablo la financiaba el régimen—, pero además porque se trata de replicar el modelo de bicefalia que proporcionó a Teherán la revolución que tanto subyugó a Iglesias y que redunda en su antisionismo. Irán lo gobierna un presidente revestido de atribuciones ejecutivas. Hay elecciones. Y existe un Parlamento incluso, pero el destino de la nación depende del líder religioso. Una figura sobrenatural y teocrática que controla la prensa, la Justicia, que maneja a los títeres del consejo de guardianes y que se preserva en un cierto misterio, como si estuviera en parlamento con Alá y le distrajeran las mundanidades.

Iglesias es un teórico. Un animal de facultad y de pasillo. Se mueve con torpeza en la realidad, en la emergencia

Es el lugar que le gustaría ocupar a Iglesias. Y el que okupa muchas veces a título imitativo y perturbador. Se siente en la obligación de intervenir cada vez que Sánchez escribe con renglones torcidos. Iglesias es un teórico. Un animal de facultad y de pasillo. Se mueve con torpeza en la realidad, en la emergencia. Cultiva la megalomanía y el providencialismo. Y representa un papel irritante —estar fuera desde dentro, y dentro desde fuera—, pero el espacio evanescente le resulta bastante cómodo al propio Sánchez. Que Iglesias se crea el ayatolá no significa que lo sea. Los desencuentros ni siquiera son proporcionales ni peligrosos. Iglesias es un agente parasitario en el Gobierno. Se moriría fuera de él. Y Sánchez ha aprendido a gestionarlo con tres o cuatro trucos del manual de resistencia. Tiene cerca su principal enemigo. Lo está exterminando poco a poco, dejándolo sin aire.

No, España no es Irán ni es Venezuela. Esta clase de paralelismos desproporcionados los utiliza Vox para consolidar el liderazgo de Sánchez. Más lejos se lleva la 'boutade', más aprovecha el líder socialista para fomentar la polarización y encubrir las fechorías que realmente depauperan la salubridad de la democracia. Otra cuestión es el reparto de papeles en que se han acomodado Sánchez y el ayatolá Iglesias, fingiendo una rivalidad que conviene a ambos y que desconcierta a los socialistas cabales, incluidos unos cuantos ministros. Para Sánchez, la tierra; para Iglesias, el cielo. Y no porque lo haya conquistado, como prometía en la gran prédica de Vistalegre, sino porque el líder de Unidas Podemos se está evaporando.

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Nada conviene más al dogmatismo de Pablo Iglesias que su posición de ayatolá en el gabinete de Sánchez. Iglesias ni gobierna ni quiere gobernar. Su papel lo desempeña en la prédica y en los asuntos doctrinales. Se trata de impartirlos desde las redes sociales con todos sus costaleros y todas sus terminales. Y de homologarlos en un órgano oficialista, 'La última hora', cuyas informaciones adulteradas y línea editorial tanto establecen persecuciones —medios, periodistas, mensajeros— como llevan al extremo la expectativa de la coacción mediática. Iglesias no solo quiere controlar la prensa o amordazarla. También la ejerce.

'La última hora' bien podría llamarse 'Granma', si la cabecera no estuviera ocupada. O bien podría llamarse IRNA, como la agencia estatal iraní donde la teocracia traslada el ideario y la ideología, aunque no le gusta demasiado a Iglesias mancharse las manos de tinta. Se desenvuelve como una autoridad religiosa que recela de los asuntos prosaicos y del trabajo. Su reino no es de este mundo, para entendernos. Lo que sí hace es descender, aparecerse de vez en cuando para fijar los principios de la ortodoxia: campañas mediáticas, pensiones, derechos laborales, fervor proletario, guerra santa al capitalismo, amén de los principios fundacionales de meta-estatalismo.

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