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Rubén Amón

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Je suis Toni Cantó

El ex de Cs se convierte en el símbolo y síntoma de la política mercenaria y arribista, adhiriéndose al fanatismo del fenómeno Ayuso

Foto: Toni Cantó, durante un acto de campaña de Cs. (EFE)
Toni Cantó, durante un acto de campaña de Cs. (EFE)
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He estado a punto de serigrafiarme una camiseta con la efigie de Toni Cantó y el galicismo canónico del que se acompañan las reivindicaciones posmodernas ('Je suis'...). Y el problema no ha sido la talla, sino el color. Porque no sabía si encargar el rosa de UPyD, el naranja de Ciudadanos, el azul del PP o el verde de Vox, quién sabe cuándo o dónde.

Sucede con las estrellas del fútbol, ahí está el caso de Morata. Y no digamos con los divos de la NBA, cuyo ajetreo desconcierta la devoción de la afición y sus posibilidades presupuestarias. Cantó padece el síndrome de Trevor Ariza, un alero itinerante que ha jugado en 11 equipos diferentes y que ha llegado a cambiar de camiseta un par de veces el mismo día.

Escasean los deportistas que se encomiendan a las cláusulas de fidelidad eternas —Messi— tanto como están proliferando los políticos que conciben su carrera desde una perspectiva personal. Su acta. Su escaño. Su puchero. Los necesitan más de lo que reconocen. Y están provistos de un sismógrafo interno que predispone cuándo y cómo ha llegado la hora de transfugarse.

Foto: El exdiputado de Ciudadanos, Toni Cantó. (EFE)

Por eso Toni Cantó representa un caso simbólico y extremo de la política mercenaria, hasta el extremo de clasificarse a sí mismo con la categoría de “independiente”. Lo mismo pueden decir los soldados de la legión francesa. Se los exime de su pasado a cambio de simular una adhesión patriótica y de bregar en las trincheras. Le sucedió al inglés —inglesísimo— Michael Robinson cuando defendió los colores de Irlanda y confundió el himno nacional con el de Polonia. “Qué feo es el himno de estos tipos”, musitó a un compañero sin percatarse del error.

Independiente. Así ha caracterizado y caricaturizado Toni Cantó su proceso de conversión. Se transforma en costalero sumiso y entusiasta de Ayuso, se conmueve en la devoción a la emperatriz de Lavapiés, se adhiere a los requisitos de una nueva ideología. Y se expone a la confusión que sacudió a Federico Trillo en aquella gira paternalista de las Américas: “Viva Honduras”, proclamó el ministro de Defensa para desconcierto de las tropas salvadoreñas.

Cantó se transforma en costalero sumiso y entusiasta de Ayuso, se conmueve en la devoción a la emperatriz de Lavapiés

Y no se trata de una 'boutade'. Más allá de inscribirse de urgencia en el censo madrileño. Y de precipitar un cambio de religión, el chalaneo de Toni Cantó supone una traición al partido y a los valencianos que lo eligieron. Prometió defenderlos con el acta de diputado regional, rescatarlos del bipartidismo, inocularles el placebo de la regeneración, arrebatarlos de las garras de la corrupción, pero el compromiso de Toni Zelig ahora concierne a los madrileños afines al PP. Tendría interés en que pudiera exponerse Cantó al escarnio de una lista abierta. Cuántos votantes lo escogerían de verdad. Y cuántos, al contrario, penalizarían el desahogo arribista con que un futbolista puede cambiarse de equipo en el descanso sin temor a las represalias.

Ningún momento mejor para hacerlo que la euforia del ayusismo. Cantó tiene razones para sentirse desengañado. Motivos para renegar de Cs, pero el movimiento de exaltación del fenómeno Ayuso en su apogeo y fanatismo se resiente de un oportunismo obsceno. La propia Ayuso recelaba del fichaje. Porque obedece a una imposición de Casado. Y porque el presunto refuerzo no va a aportar un voto al sueño húmedo de la mayoría absoluta. De hecho, la operación Cantó no se explica en el contexto de la repercusión electoral. Responde a la ferocidad estratégica con que Casado quiere implosionar Ciudadanos, apropiarse del centro con todos los medios disponibles y los recursos trasnochados. El PP recupera sus principios fundacionales, recobra el proselitismo de los tránsfugas, la sangre turbia de los traidores.

Foto: Acto electoral de Isabel Díaz Ayuso. (EFE)

Nunca llegaron a irse. Simplemente aparecen y proliferan cuando el barco empieza a hacer aguas. Y recurren a la letra pequeña de su manual de resistencia. No me refiero a las ratas, sino a los tránsfugas, a los mercenarios, a los desertores. Criaturas oportunistas y cínicas cuyo compromiso político no está en un ideario, sino en un salario y un puesto, cuando no en el limbo del Grupo Mixto. Que es el pudridero que luego predispone y habilita el salto a otro partido.

El tránsfuga sabe medir los tiempos, calcular en qué momento específico debe cambiarse de bando. Que es que cuanto no pudieron hacer los soldados italianos en Cefalonia. Los soldados nazis los masacraron cuando mutaron de aliados a enemigos. Es verdad que la opinión pública y los partidos de origen los castigan al mercenario con unos días de tormento y oprobio, pero el escarmiento forma parte de los cálculos elementales y de los riesgos convencionales.

Ahí está el senador Hervías. Compadre de Albert Rivera. Luminaria de Ciudadanos. Y artífice de un cambio de siglas que le ha conducido a ocupar un despacho de Génova en 24 horas. Allí se desempeña en la oficina de captación y reclutamiento de tránsfugas. Se trata de atraer a figuras ilustres de Cs. Y de exponerlas a un proceso de conversión más o menos incruento. Se hunde la chalupa naranja y se les encuentra acomodo en el buque fantasma de Génova.

Foto: Isabel Bonig, con Pablo Casado y Carlos Mazón.

Es así como se ha malogrado la moción de censura prevista en Murcia. Una chapuza de Arrimadas, es verdad, pero un ejemplo inequívoco del oportunismo de los traidores. Les dio nombre a todos un político taimado, Eduardo Tamayo, convertido en exabrupto. Tamayazo.

Sabemos que los votantes de Ciudadanos son volátiles. Y que el centro político en España es una abstracción, un espacio de desguace electoral, pero no podíamos imaginar que los primeros en marcharse esta vez fueran unos cuantos representantes del partido. Políticos sin principios, pero con finales. Y con fondo de armario cromático: del rosa al azul, camino del verde.

Toni Cantó sostenía en el programa de la Griso que no ha cambiado de sitio. Acaso se han cambiado todos los demás. Sería él mismo el único soldado que lleva adecuadamente el paso en el desfile, por mucho que le desmientan sus discursos y sus videos virales. Cuando abjuraba del bipartidismo. Cuando alzaba el estandarte de la regeneración. Cuando definía la independencia de la sociedad civil. Cuando reivindicaba la eutanasia, o la maternidad subrogada, o la legalización de la prostitución. Cuando restregaba al PP la relación orgánica con la corrupción y el oscurantismo. Y cuando denunciaba la red clientelar de los populares. Ya forma parte de ella. Siente el picor la vergüenza, pero también el calor del brasero. Y la posibilidad de retirarse con un fondo de armario similar al de Trevor Ariza.

He estado a punto de serigrafiarme una camiseta con la efigie de Toni Cantó y el galicismo canónico del que se acompañan las reivindicaciones posmodernas ('Je suis'...). Y el problema no ha sido la talla, sino el color. Porque no sabía si encargar el rosa de UPyD, el naranja de Ciudadanos, el azul del PP o el verde de Vox, quién sabe cuándo o dónde.

Toni Cantó Ciudadanos