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4-M: unas elecciones de vergüenza
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Rubén Amón

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4-M: unas elecciones de vergüenza

Los comicios extemporáneos de Madrid degeneran en una irresponsabilidad y en una ponzoña que predisponen las opciones del voto en blanco, el nulo, la abstención y hasta el exilio

Foto: Pedro Sánchez conversa con Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
Pedro Sánchez conversa con Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
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No es verdad que las elecciones del 4-M impongan al voluntariado decantarse por las opciones extremistas. El ciudadano convocado al ceremonial sufragista puede definirse y hasta acomodarse en tres opciones sensatas: la abstención, el voto en blanco y el voto nulo. Hay una cuarta posibilidad más sofisticada que requiere un desplazamiento intercomunitario, o sea, empadronarse fuera de los límites de la región y exiliarse preventivamente.

El trámite de urgencia permitiría al madrileño abstraerse de unos comicios extemporáneos, emponzoñados y disparatados. Cualquier desenlace incita a la desesperación. Bien porque Ayuso salga izada a hombros de los costaleros de Vox. O bien porque Gabilondo termine secuestrado entre Sánchez y Pablo Iglesias. Y es verdad que Edmundo Bal implora la moderación y la cordura en el contexto de las opciones radicales —ni con Iglesias ni con Vox—, pero se diría que votar a Ciudadanos resulta más un ejercicio de beneficencia y de trepidante nostalgia que una solución. Cuesta trabajo aceptar que los naranjas reclamen otra prueba de la fidelidad de sus votantes cuando son sus propios líderes quienes han abandonado el partido. Allí está Toni Cantó, sintiendo con la impostura de un mercenario la devoción a la pasionaria de la derecha: Ayuso reencarnada en la libertad como la parodia del cuadro de Delacroix y como anfitriona de una metrópoli que los franceses han convertido en la orilla izquierda del Sena.

Bien podrían celebrarse las elecciones el 2 de mayo, como decía Ignacio Varela. Y añadirse un brochazo goyesco a unos comicios que se han demostrado inoportunos, impropios e impresentables. No ya porque volveremos a las urnas en dos años en otro ejercicio de estrés, sino porque la cita del martes 4 ha intoxicado y adulterado el pudor institucional y la responsabilidad en la gestión de la pandemia.

La cita del martes 4 ha intoxicado y adulterado el pudor institucional y la responsabilidad en la gestión de la pandemia

Se restriegan la gestión y la indigestión Ayuso y Sánchez. Y lo hacen incurriendo en un duelo megalómano y maximalista que perjudica la salud mental de los madrileños, constreñidos a elegir entre la silla eléctrica o el garrote vil.

Así es que dejadme que yo prefiera la hoguera, la hoguera, la hoguera, como cantaba Javier Krahe. Y que sea la catarsis del fuego la manera de sustraerse al esperpento de unas elecciones que ponen a prueba eslóganes disparatados —comunismo o libertad—, caricaturas libertarias —Madrid resiste— y confusiones iconográficas: el obsceno victimismo de Abascal le ha conducido a exhumar una bravuconada de Stalin —“Ni un paso atrás”—, seguramente porque se la había atribuido a Franco. Y porque necesitaba desquiciar la mesa de los tahúres con unas cápsulas de testosterona. Nunca como en este 4-M ha estado tan disputada la bandera del populismo, del oportunismo, del clientelismo. Y nunca como el martes negro se ha maltratado el principio de la democracia representativa. Conviene creer en ella. Es preferible a las pulsiones plebiscitarias y a la religión de la 'demolatría', pero la solemnidad y la decencia de unos comicios no pueden exponerse al cálculo personal ni a la miseria partidista. La guerra de Ayuso y Sánchez, exacerbada por los palmeros de los extremismos, beneficia a los dos tanto como perjudica a los ciudadanos. Especialmente cuando la crisis sanitaria, económica, social, laboral y hasta psicológica requiere o requeriría un esfuerzo de consenso y de cooperación entre las administraciones.

No se trata de elegir a un candidato, sino de 'deselegirlo'. De botarlos, más que de votarlos

Nada que ver con la injerencia de la Moncloa y con la contorsión del Estado al servicio del PSOE, aunque fue Libertad Ayuso quien predispuso el cataclismo de la política nacional y quien se trabaja un alijo de vacunas Sputnik V para desenmascarar la negligencia del Gobierno.

No se pueden devaluar unas elecciones como se está haciendo. Ni triturar los principios elementales de la ética y de la responsabilidad política. Los comicios del 4-M no se han concebido para estimular un proyecto, sino para castigar al adversario. No se trata de elegir a un candidato, sino de 'deselegirlo'. De botarlos, más que de votarlos. Por eso estamos llamados a votar contra Ayuso, contra Sánchez, contra Iglesias, contra Abascal. Y por la misma razón voy a empadronarme —y a encabronarme— en alguna provincia cercana o remota. Si Toni Cantó pretendía presentarse a los comicios de Madrid residiendo en Valencia y habiendo sido elegido allí diputado autonómico —los tribunales decidieron ayer sacarlo de las listas y frustrar la candidatura—, nada me impide domiciliarme en la Ínsula Barataria, en Vetusta o en Jauja.

No es verdad que las elecciones del 4-M impongan al voluntariado decantarse por las opciones extremistas. El ciudadano convocado al ceremonial sufragista puede definirse y hasta acomodarse en tres opciones sensatas: la abstención, el voto en blanco y el voto nulo. Hay una cuarta posibilidad más sofisticada que requiere un desplazamiento intercomunitario, o sea, empadronarse fuera de los límites de la región y exiliarse preventivamente.

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