Es noticia
¿Cuánto vale un muerto?
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

¿Cuánto vale un muerto?

Estamos anestesiados con las cifras devastadoras del coronavirus, pero somos hipersensibles a los casos remotos de la trombosis: es el retrato de una sociedad histérica

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

¿Cuál es el precio político de un muerto? O preguntado de otra manera: ¿qué tipo de muerto puede permitirse la opinión pública? No tendrían sentido estos debates necrófilos si no fuera porque nuestras sociedades se han abstraído de los fallecimientos que nos sacuden en proporción industrial —los del coronavirus— para impresionarse y sugestionarse con los casos remotos de trombosis que provocan algunas vacunas.

Siguen amontonándose los cadáveres del covid. Y existen remedios eficacísimos para neutralizar la monstruosidad de la pandemia, pero la repercusión informativa de la muerte —señalemos en este punto el sensacionalismo de los medios informativos— depende de razones cualitativas y de los humores de la psicosis colectiva. Vale más un muerto de trombosis que 800 de coronavirus, simplificando las cosas.

Vale más un muerto de trombosis que 800 de coronavirus, simplificando las cosas

No hubiera sucedido así de haberse tenido 'noticia' verdadera y responsable de la devastación del coronavirus. Nos relacionamos con la pandemia desde presupuestos infantiles. Y se diría que ha prevalecido un principio de negación al que coopera la percepción aséptica de los casos... y de los datos. Estamos anestesiados respecto a la incidencia cotidiana de la mortalidad coronavírica, pero los efectos secundarios de las vacunas de AstraZeneca y Janssen han excitado un estado de aprensión enfermiza que involucra la negligencia de las administraciones y que 'explica' el desplante de nuestros mayores en los centros sanitarios: lejos de prevenirse de una enfermedad, tienen la impresión de que van a contraer otra. O que se la van a inocular en vena.

Las pruebas científicas, las evidencias estadísticas, las urgencias sanitarias, la ferocidad de la pandemia, bien deberían haber relativizado el impacto social de los casos extremos de trombosis, pero la confusión de la clase política y la contribución alarmista de la prensa, más allá del oscurantismo, del negacionismo y de la credulidad, demuestran una relación emocional y no racional con la muerte. Miramos con el microscopio la letra pequeña del medicamento para no asomarnos al abismo de las esquelas ni reconocer la humareda de los crematorios.

El miedo a la vacuna destronó el miedo al virus en un escenario delirante y aberrante

Por eso resultan baldíos y desesperantes los esfuerzos de pedagogía. Ni siquiera cuando la aplicación de la vacuna de AstraZeneca en una población de un millón de personas evita 120.000 contagios, esquiva 4.800 hospitalizaciones y 'ahorra' 800 víctimas mortales. ¿Los riesgos? Un caso mortal y remoto de trombocitopenia protrombítica. Y siete u ocho patologías parecidas después de haberse inoculado la Janssen a ocho millones de norteamericanos. Explicado de otra manera, los riesgos de sufrir un coágulo se sustancian en un porcentaje del 0,00008%.

No parece valorarse la importancia de un nuevo retraso en la campaña de vacunación, ni parece sopesarse que esta clase de contratiempos histéricos reanima la ferocidad de la pandemia, malogra las expectativas de la inmunidad de grupo e implica toda suerte de efectos colaterales en términos de economía, angustia social y hasta patologías psicológicas. Empezando por quienes se han vacunado y se sienten cobayas de un experimento irresponsable.

Foto: Una caja con viales de la vacuna contra el covid-19 de Janssen. (EFE)

El miedo a la vacuna ha destronado el miedo al coronavirus. Se trata de un escenario delirante y aberrante, pero también ilustrativo de una conspiración urdida entre la negligencia y la cobardía de los gobernantes, la irresponsabilidad de los medios —convencionales y no convencionales— y la estupidez inflamable de las sociedades. No digamos cuando la intoxicación panfletaria reemplaza el papel de la información homologada y homologable.

Veremos qué nos cuenta Sánchez. Y qué grado de credibilidad tienen los planes de vacunación que anunció él mismo entre la vanagloria y el providencialismo sanador. Igual no le queda otro remedio que arrepentirse de haber finiquitado el estado de alarma. Y de reanudarlo enfáticamente, sabiendo, como sabe, que la amnesia es la incurable patología nacional.

¿Cuál es el precio político de un muerto? O preguntado de otra manera: ¿qué tipo de muerto puede permitirse la opinión pública? No tendrían sentido estos debates necrófilos si no fuera porque nuestras sociedades se han abstraído de los fallecimientos que nos sacuden en proporción industrial —los del coronavirus— para impresionarse y sugestionarse con los casos remotos de trombosis que provocan algunas vacunas.

Vacuna
El redactor recomienda