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Rubén Amón

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El ayusazo

La candidata del PP protagoniza una victoria gigantesca que arruina a Iglesias, trunca el ciclo virtuoso de Sánchez y conduce a Cs a la extinción política

Foto: Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado. (Reuters)
Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado. (Reuters)
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Impresiona evocar el poco tiempo que ha transcurrido desde que Pablo Casado puso en venta la sede de Génova y parecía resignado a la refundación del partido. Era la manera de reaccionar a la catástrofe electoral de Cataluña y de admitir el tamaño de la escombrera.

Menos de tres meses después, el balcón de Génova recupera la gloria de las grandes noches y exhibe la victoria de Díaz Ayuso en la aspiración de un cambio de ciclo. Y se le debe reconocer a ella el mérito de la proeza, porque ni siquiera Casado estaba convencido de adelantar las elecciones.

Acertó Ayuso. Funcionó la represalia a la moción de Murcia. Y supo gestionar a su favor la impopularidad de las fuerzas adversarias. El antisanchismo y la aversión a Iglesias le han proporcionado un combustible providencial, pero sería injusto discutirle los méritos particulares. Ayuso ha movilizado a los madrileños y ha revestido su plebiscito de una legitimidad, precisamente porque el hito de la participación ha reconocido el fervor del ayusismo y ha premiado la estrategia del dinamismo económico y del optimismo lúdico, sin prestar demasiada atención al cráter del coronavirus en sus pormenores espantosos.

Era lo contrario de lo que esperaban los adversarios de la izquierda. Y el motivo que remarca el fracaso de Pablo Iglesias en el maximalismo de su campaña. El 'no pasarán' ha degenerado en 'no pasaremos'. Y representa sarcásticamente el epitafio de una carrera política degradante y menguante que le aboca a decisiones traumáticas. Empezando por la dimisión.

Foto: Celebración frente a la sede nacional del PP este martes. (Reuters)

No es que Iglesias haya fracasado en las urnas. Es que ha contribuido a la victoria de Ayuso tanto como lo ha hecho la ferocidad insaciable de Pedro Sánchez. El gatillazo de la moción murciana y la implicación abusiva del Gobierno en la campaña han dopado la corpulencia de Ayuso, hasta el extremo de convertirla en líder de la oposición y en la bandera del PP renacido.

Ha colapsado el PSOE en Madrid. Y se ha demostrado temeraria la idea de caricaturizar a Gabilondo como un títere de la Moncloa. Por eso urge reclamar explicaciones a Iván Redondo. El propósito de sepultar al PP después del aquelarre de Cataluña merced al juego siniestro de las mociones ha terminado convirtiéndose en el estímulo decisivo para resucitarlo.

Tiene razones Casado para sentirse eufórico y para concederse la primera gran alegría desde que asumió el timón de PP. Fue él quien puso en juego la apuesta de Ayuso y quien se expone ahora la pedagogía de contenerla. No puede impedirle el control del PP madrileño ni le va a resultar sencillo sustraerse al clamor plebiscitario: “Presidenta, presidenta, presidenta”, jaleaban los votantes que se congregaron de inmediato en la arteria de Génova. Qué tiempos.

Porque son evidentes y hasta rotundas las repercusiones nacionales de las elecciones madrileñas. Ha caído Pablo Iglesias. Se ha interrumpido traumáticamente el ciclo virtuoso de Sánchez. Se ha consolidado Vox en un escenario hostil. Ha reaparecido Íñigo Errejón de la mano de Mónica García. Y se ha consumado el hundimiento de Ciudadanos.

Foto: Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. (EFE) Opinión

El escarmiento del 4-M reviste un efecto letal al proyecto en extinción de Inés Arrimadas. No ya por haberse perdido toda la representación en la Asamblea, sino porque el partido naranja ha pasado de sólido a líquido y de líquido a gaseoso. Se han evaporado los votantes. Han desaparecido. Han acudido masivamente a la sombra de Ayuso. Y han abandonado incluso la dignidad política de Edmundo Bal. Los errores de Cs han sido flagrantes —de la negligencia embrionaria de Rivera al motín de Murcia—, pero el castigo se antoja desproporcionado y malogra la expectativa de la moderación en un escenario polarizado y desquiciado.

La victoria del PP es un ayusazo. No va a hacerle falta un pacto de gobierno con Vox. Ni se le podrá discutir el escrúpulo democrático con que se ha producido el plebiscito, menos aún cuando la elevada participación desarma el argumento del tripartito en la llamada a la movilización. Ni estaba en juego la libertad ni corría peligro la democracia, aunque suscita bastante inquietud que Ayuso necesite más poder para hacernos libres y que Rocío Monasterio se convierta en la gendarme de la legislatura camino de las elecciones madrileñas de... 2023.

Impresiona evocar el poco tiempo que ha transcurrido desde que Pablo Casado puso en venta la sede de Génova y parecía resignado a la refundación del partido. Era la manera de reaccionar a la catástrofe electoral de Cataluña y de admitir el tamaño de la escombrera.

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