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Rubén Amón

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La intervención del presidente a propósito de los indultos y del referéndum se resienten de un problema de credibilidad al que Casado opone la rutina de elecciones anticipadas

Foto: Pedro Sánchez, en el Congreso. (EFE)
Pedro Sánchez, en el Congreso. (EFE)
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Las aserciones solemnes de Pedro Sánchez —"no habrá referéndum"— revestirían mayor credibilidad si no fuera porque no ha hecho otra cosa que transgredirlas. Ocurre así por las necesidades adaptativas. Por las urgencias coyunturales. Por la ausencia de convicciones ideológicas. Y porque el 'Manual de resistencia' se escribe en tinta china.

La palabra de Sánchez vale tanto como la falsa moneda. Bien lo sabe Gabriel Rufián, cuya euforia soberanista en estas jornadas tan emocionales explica el pasaje más humillante de su interpelación al presidente del Gobierno: "Señor Sánchez, ha prometido que no habrá referéndum de autodeterminación; claro, que también prometió que no habría indultos… Denos tiempo".

Foto: El portavoz de ERC, Gabriel Rufián a su llegada al Congreso. (EFE)

Era la manera de castigar la volatilidad de los compromisos del líder socialista, protagonista de un discurso almibarado que evocaba como un médium el espíritu de la Transición y que defendía los límites infranqueables de la Constitución, más o menos como si le urgiera colocar unas cataplasmas a la fiebre independentista del compadre Aragonés.

Departieron el martes en la Moncloa, pero debieron, por lo visto, sentarse en una reunión diferente. Tanto Sánchez se felicitaba y enorgullecía del clima de diálogo, tanto el 'president' aireaba a la prensa las expectativas maximalistas. Incluidas la amnistía, el referéndum, la independencia y la suspensión del Estado de derecho y de los contrapoderes convencionales.

De otro modo, no se explica que Aragonés reclamara a Sánchez la extinción de las euroórdenes, la supresión de los procesos judiciales en marcha, la disolución fáctica del Tribunal de Cuentas y la profanación elocuente de la separación de poderes. La creación de un nuevo estado catalán tendría que producirse a expensas de la aniquilación del estado nodriza.

La palabra de Sánchez vale tanto como la falsa moneda. Bien lo sabe Gabriel Rufián

Necesitaba Sánchez sobreponerse a la temeridad de semejante chantaje, pero la defensa verbal y rutinaria de la Constitución no contradice el deterioro institucional que arrastra la operación diálogo. Los indultos han intoxicado la salubridad de la democracia y han puesto en peligro los sistemas de control. Un buen ejemplo es la desautorización del Tribunal Supremo. Y el más reciente consiste en la campaña de desprestigio que se ha urdido contra el Tribunal de Cuentas.

Se consideran obstáculos al proceso negociador. Y hasta se observan como tentáculos del Estado opresor. Piedras en el camino, sostiene Ábalos. Chiringuitos franquistas, decía Rufián, observando de reojo el antagonismo patriotero de Pablo Casado y Santiago Abascal.

Intervinieron ambos esta mañana en respuesta a Sánchez. Y compartieron un mensaje vocinglero en discrepancia con el escrúpulo institucional que ellos mismos reclaman. No puede sostener que los artífices del 'procés' sean golpistas. Hacerlo significa dudar de la sentencia modélica del Supremo. E implica una temeraria campaña de polarización que aspira a radicalizar las opciones electorales, simplificarlas a una decisión extrema: o sanchismo o antisanchismo.

Es la razón por la que Casado reclamaba otra vez esta mañana la dimisión y las elecciones anticipadas. Y es el motivo por el que Sánchez le retaba a la convocatoria de una moción de censura, naturalmente porque la aritmética parlamentaria en vigor malograría la eventual iniciativa de la 'derechona'. Casado habla desde la holgura victoriosa de las encuestas. Sánchez responde desde las precarias certezas contemporáneas. Y desde el optimismo de su plan de deshielo.

Foto: El líder del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)

El objetivo consiste en garantizarse la paz de la legislatura. Y en consolidar una alianza nuclear entre izquierdas y nacionalistas que requiere la implicación del PNV y que conlleva una definición insolidaria del sistema autonómico. Habría 'naciones' privilegiadas. Y se demostraría que los indultos inauguran una nueva dieta proteica del autogobierno catalán.

Van a producirse vaivenes entre Madrid y Barcelona en el contexto propagandístico de las negociaciones. Van a manifestarse las presiones integristas de Puigdemont y la CUP en nombre del maximalismo, pero las concesiones categóricas de Sánchez —ninguna más elocuente que la descomposición del delito de sedición—, y la conveniencia de un frente común a la alternativa verosímil de la derecha, identifican el gran pacto de los tahúres.

Las aserciones solemnes de Pedro Sánchez —"no habrá referéndum"— revestirían mayor credibilidad si no fuera porque no ha hecho otra cosa que transgredirlas. Ocurre así por las necesidades adaptativas. Por las urgencias coyunturales. Por la ausencia de convicciones ideológicas. Y porque el 'Manual de resistencia' se escribe en tinta china.

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