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Rubén Amón

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El tahúr Sánchez siempre gana

La mascarada de la mesa bilateral, dinamitada por Puigdemont desde Waterloo, divide el soberanismo para ventaja del líder socialista, que seduce a Aragonès con el dinero y se toma con mucha calma los objetivos

Foto: El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
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No ha hecho falta una mesa octogonal, ni cuadrada, ni redonda. Eran las opciones que había mencionado Miquel Iceta cuando se le ocurrió comparar la cumbre bilateral de este miércoles con las conversaciones posbélicas de Vietnam, acaso subestimando la artillería que contenía la premonición.

Hubiera bastado una mesa plegable. Porque no se trataba de sentarse, sino de au-sentarse. Lo hicieron por despecho los costaleros de Puigdemont. Tuvieron que retirarse a última hora los ministros Castells y Rodríguez. Y decidieron escapar en cuanto pudieron Aragonès y Sánchez.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, durante su reunión este miércoles en el Palau de la Generalitat en Barcelona. (EFE)

Convinieron ambos levantarse nada más inaugurarse los trabajos de la cursilísima 'agenda para el reencuentro'. Una retórica edulcorada y una coreografía pactada que pusieron en aprietos la credibilidad de la mascarada. Y que demostraban la sintonía entre el Gobierno y ERC: dos debilidades no crean una fuerza ni enmascaran la precariedad política en que se desenvuelven Sánchez y Aragonès, pero ocurre que el fracaso de la mesa y la indefinición de sus cometidos convienen al tahúr socialista. La fórmula de la anestesia es inequívoca: “Sin prisa, sin pausa, sin plazos”, dijo el crupier.

No es buena idea ponerse a jugar a las cartas con Sánchez. El presidente siempre gana. Porque la fractura del soberanismo relaja cualquier compromiso que pueda hacerse desde Madrid. Y porque la afinidad de ERC no basta para procurarle una mayoría parlamentaria —ya tiene aprobados los Presupuestos—, pero sí le previenen de un referéndum incendiario.

Foto: El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE)

Casi dos horas estuvieron reunidos Sánchez y Aragonès en soledad y a puerta cerrada. Enfatizando los galones. Y hasta revistiendo la reunión de honores protocolarios y espesor institucional, pero los esfuerzos litúrgicos difícilmente encubren las evidencias. La primera consiste en que la mesa de gobiernos es, en realidad, una mesa de partidos, un artificio instrumental que amalgama las posiciones de PSOE, UP y ERC. La segunda radica en que la mesa carece de operatividad y de representatividad, independientemente de la propaganda con que el presidente español y el otro presidente español otorgaron a sus respectivas comparecencias invocando el “diálogo” y reconociendo, al mismo tiempo, el problema de las posiciones “radicalmente alejadas”.

El abrazo de Sánchez deja sin aire a Pere Aragonès. Porque identifica al traidor de la causa soberanista. Y porque la expulsión de los representantes de Junts en la fallida mesa bilateral precipita una crisis en el Gobierno catalán que expone o amenaza la caducidad de la legislatura.

El 'gran summit' degeneró en una timba de trileros. Y adquirió un aspecto famélico y ridículo. Nada de cuanto sucedía tenía valor ni sentido alguno, entre otras razones porque el sabotaje de Puigdemont malograba los acuerdos y los desacuerdos. Pere Aragonès y sus consejeros no representaban al Gobierno catalán. Se representaban a sí mismos. Y no podían asumir ni las bravuconadas más convencionales que hicieron pesar este miércoles —amnistía, referéndum de autodeterminación— ni las cuestiones más prosaicas que pudieran plantearse. Menos aún después de haberse malogrado y saboteado un proyecto tan rotundo, específico y necesario como el aeropuerto de Barcelona. ¿Qué acuerdos pueden contraerse en términos de inversión y de prosperidad cuando acaban de declinarse los 1.700 millones de euros de la operación?

La pregunta explica el énfasis con que Sánchez remarcó el argumento de los fondos europeos. Se trata de camelar al independentismo con dinero

La pregunta explica el énfasis con que Sánchez remarcó el argumento seductor de los fondos europeos. Se trata de camelar al independentismo con el dinero. Y de prometer infraestructuras e inversiones, pero el gatillazo de El Prat expone al mismo tiempo la resistencia con que el soberanismo ortodoxo desconfía de la 'agenda para el reencuentro'.

En realidad, la mesa bilateral es un agravio comparativo, un privilegio discriminatorio, una vergüenza política, pero la evidencia de haberse desactivado nada más convocarse relativiza el precio electoral que podía costarle a Sánchez exponerse al chantaje, contener la ferocidad del soberanismo y perjudicar el enfoque mesetario de la campaña municipal y autonómica que se avecina. Sánchez dijo este miércoles que no son los catalanes quienes deciden su porvenir, sino todos los españoles.

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¿Se acabó el problema entonces? Carles Puigdemont ha socorrido a Sánchez en un pasaje delicadísimo de la legislatura, pero no conviene subestimar la venganza del patriarca desterrado. La guerra civil del soberanismo provoca una peligrosa división entre los 'aliados' que garantizan la mayoría a la coalición gubernamental. Y puede ser, incluso, el origen de la plena reactivación del conflicto. Entre tanto, Sánchez gana otra meta volante. Etapa a etapa. Partido a partido.

No ha hecho falta una mesa octogonal, ni cuadrada, ni redonda. Eran las opciones que había mencionado Miquel Iceta cuando se le ocurrió comparar la cumbre bilateral de este miércoles con las conversaciones posbélicas de Vietnam, acaso subestimando la artillería que contenía la premonición.

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