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Por qué Casado da miedo

El líder popular cierra en falso y con ardor populista una convención fallida que consolida el temor de un proyecto conservador, confesional y expuesto al chantaje de Vox

Foto: El líder del PP, Pablo Casado, y quien fuese su mentor, el expresidente José María Aznar. (EFE)
El líder del PP, Pablo Casado, y quien fuese su mentor, el expresidente José María Aznar. (EFE)
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La euforia fingida con que Pablo Casado ha clausurado la convención 'pepera' en la plaza de toros de Valencia recuerda a los macarrones con bicarbonato que recetaba Groucho Marx en 'Una noche en la ópera': provocaban y curaban la indigestión al mismo tiempo.

Quiere decirse que el aspirante a la Moncloa ha tratado de cerrar en falso la misma crisis que él había abierto, no ya incapaz de gestionar el fenómeno Ayuso y de corregir el recelo de los barones al burocratismo jacobino, sino expuesto a toda la incertidumbre de su modelo político e ideológico.

Consumó este domingo en la arena valenciana un ejercicio de ardor populista y de connotación patriotera. Prometió traer a Puigdemont como si fuera un cazarrecompensas. Se convirtió en cancerbero de Ceuta y Melilla. Acudió a todos los clichés migratorios. Introdujo el volantazo a la regresión social. Y se trajo 9.000 personas en autobuses para simular el augurio de una victoria que no encubre todas las dudas de su liderazgo.

placeholder Una plaza de toros llena para la convención del PP. (EFE)
Una plaza de toros llena para la convención del PP. (EFE)

No han contribuido a disiparlas estos días ni la vanidad de Aznar, ni la condena a Sarkozy por financiación ilegal ni la conversión de Vargas Llosa a la doctrina totalitaria: “Lo importante en unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”, proclamó el escritor en la fiesta de los chivos.

Casado es un jerarca (¿?) cuya energía política no proviene de sus aptitudes ni de la credibilidad, sino del poder genérico del antisanchismo y de los complejos que le provoca la testosterona de Santiago Abascal.

No se atreve Casado a distanciarse de Vox pese al oportunismo de algunas declaraciones disuasorias. Y no se atreve porque necesita a la extrema derecha para llegar a la Moncloa. Y porque, peor aún, le identifican sensibilidades parecidas, desde el patrioterismo y la aspiración del Estado confesional hasta la sintonía respecto el aborto, la eutanasia y el patriarcado.

"En esta convención hay menos representantes femeninos que en cualquier consejo de administración del Ibex"

De otro modo, no se hubiera malogrado el debate de las mujeres que se organizó en el contexto de la convención. Y no solo porque se las aislara en una especie de gueto y de mesa redonda folclórica, sino porque una de las ponentes, Paula Gómez de la Bárcena, directora de Inspiring Girls, se vio obligada a exponer las evidencias: “En esta convención hay menos representantes femeninos que en cualquier consejo de administración del Ibex”.

Tenía razón. La proporción de varones era tan abrumadora (75%) como descriptiva de una pátina de rancio conservadurismo. No resulta verosímil el liberalismo de Casado. Ni existe coincidencia entre su evidente juventud y su no menos flagrante moralismo e intervencionismo de vieja escuela. Es la razón por la que resulta preocupante e inquietante la alternativa a Pedro Sánchez que sobrentiende la alianza del PP y Vox. Ya se ocupa el presidente socialista de estimular la sugestión y la psicosis hacia la extrema derecha, pero la estrategia alarmista hacia la ferocidad del monstruo bicéfalo no contradice que el votante moderado, centrado, pragmático, pueda sentirse en estado de congoja respecto al pacto siniestro de Casado y Abascal.

placeholder El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)

Necesitan sumar energías para desbancar a Sánchez. Y no hace falta siquiera que Vox se adhiera al Gobierno del líder popular. Hacerlo supondría un clásico ejercicio de absorción, de sumisión. Y no hacerlo, en cambio, permite al 'sheriff' Abascal condicionar la legislatura sin comprometer su idiosincrasia antisistema, antivacunas, antipolítica y antiprogresista.

El camino de Casado hacia la Moncloa no se lo despejan los méritos, sino el hartazgo que engendra el sanchismo. La convención no ha coronado al candidato deseable, sino al único posible. Y no por ausencia de banquillo ni de alternativas más ilusionantes —Núñez Feijóo, Juanma Moreno, Díaz Ayuso—, sino porque el presidente del partido es automática y orgánicamente el candidato a la Moncloa. Dispone de la última bala para conseguirlo. Y ha venido a convenirse que Génova termina premiando la perseverancia de la tercera oportunidad. Les sucedió a Aznar y a Mariano Rajoy.

Y puede ocurrirle a Casado, pero la hipótesis de Pablo en la Moncloa ha adquirido ya un cierto estremecimiento. Las posiciones del PP respecto a consensos sociales —aborto, derechos LGTBI, feminismo— se añaden al chantaje oscurantista de Vox y al pavor que sobrentiende la gestión autoritaria/patriotera de la crisis territorial en Cataluña. Sánchez es un pésimo presidente. Y Casado categoriza un modelo regresivo al que han dado aspecto de aquelarre las viejas glorias convocadas en la convención. Antes de ponerse a gobernar España, a Pablo Casado le convendría aprender a gestionar su partido.

La euforia fingida con que Pablo Casado ha clausurado la convención 'pepera' en la plaza de toros de Valencia recuerda a los macarrones con bicarbonato que recetaba Groucho Marx en 'Una noche en la ópera': provocaban y curaban la indigestión al mismo tiempo.

Santiago Abascal Pablo Casado
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