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La caverna de Santiago Abascal
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Rubén Amón

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La caverna de Santiago Abascal

El líder de Vox radicaliza su mensaje para distanciarse de Casado y organiza en Ifema un delirante festival de coros y danzas, testosterona patriotera y folklore ultraderechista

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
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Suele reprocharse a los partidos políticos el incumplimiento de su programa electoral. Se les afean las promesas fallidas. Y se les restriegan las peripecias malogradas entre el idealismo y el voluntarismo. La 'ventaja' de Vox frente a todos ellos consiste en que la ejecución de su programa político resultaría una desgracia. Por eso tiene sentido esperar que las promesas de Abascal nunca se cumplan, preservarnos de la caverna que él mismo aspira a custodiar con sus maneras de alcaide y sus resabios nacionalcatólicos.

Fue ayer cuando el líder ultraderechista clausuró en Ifema una reconstrucción de la España cañí. La de los coros y danzas. La nacionalista y devota. Muy católica y muy poco cristiana. La España de las singularidades folclóricas. La de los clichés supremacistas. La de los faroles y las faralaes. La de Manolo Escobar. La del tronío. La del NO-DO.

Cualquier parodia nunca hubiera llegado tan lejos —acaso la fiesta del PCE organizada hace unas semanas—, pero no conviene subestimar la militancia que atrae la distopía de Vox, como no conviene descuidar los espacios de afinidad que expuso Pablo Casado en el ruedo de Valencia, por ejemplo, respecto al modelo confesional y a la involución de consensos sociales, incluidos el aborto, la eutanasia, los límites de los derechos LGTBI.

No le gustan a Abascal ni el euro ni Europa. No les gustan a sus fanáticos ni la inmigración ni que las mujeres se pongan la minifalda en los toros

Es la razón por la que Abascal necesitaba este domingo diferenciarse de los populares, incluso reprocharle a Casado la sumisión al sistema y la falta de cojones. Santi los tiene más grandes que Babieca. Se le amontona la testosterona. Y necesita expandirla por medio de la mística patriotera y de ultraderecha folk: "Miente con descaro y nunca llegará a ningún Gobierno", reprochaba a Casado el mesías de Vox entre el delirio de sus partidarios.

La España que Abascal sueña no existe, ni falta que hace, pero la kermés de Ifema ha resucitado un teatrillo patriotero que discrimina la globalización, la ilustración, la universalidad. Se trataba de oficiar un aquelarre de supersticiones, milagrerías e instintos. Y de reducir la iconografía de la patria a un festival de sanfermines extemporáneos, bailes regionales, gigantes y cabezudos, moros y cristianos, machotes y cipotudos.

No le gustan a Abascal ni el euro ni Europa. No les gustan a sus fanáticos ni la inmigración ni que las mujeres se pongan la minifalda en los toros. Enfatizan el uno y los otros el heroísmo de los colonizadores, pero reniegan de quienes se aventuran en el viaje de vuelta. Y recelan de cualquier síntoma de cosmopolitismo o de mestizaje. El extranjero es el enemigo. El islam es la némesis. Ceuta y Melilla representan los últimos bastiones de la resistencia.

Foto: Foto: EFE.

La supremacía españolista —España para los españoles, los españoles para España— describe una involución que predispone la radicalidad del discurso abascaliano. Vox no puede permitirse asemejarse al PP ni al sistema, de tal manera que le urge significarse en extremos distintivos. El caso más elocuente y más lamentable es el del posicionamiento antivacunas, punta de lanza de las teorías conspiranoicas y demostración inequívoca de la catástrofe que supondría el liderazgo nacional de Abascal. ¿Se hubiera opuesto a la campaña de vacunación? ¿Se la habría desaconsejado a los compatriotas? ¿Los habría condenado a las UCI y a los cementerios? ¿Cuántos de los miles de seguidores congregados en Ifema hubieran enfermado de haberse atenido al rechazo de las vacunas?

Vox es un partido estrafalario y peligroso que conspira contra el progreso y que envenena a la sociedad en la coreografía siniestra de la xenofobia, el machismo, el nacionalismo, el antieuropeísmo, la homofobia, el oscurantismo y la resistencia a las evidencias del cambio climático.

Nada mejor que el mesianismo Abascal para excitar los instintos y estimular las emociones. Y nadie mejor que un 'sheriff' extemporáneo para ahuyentar los enemigos que él mismo ha sobredimensionado y hasta creado. Le gustaría que España fuera la Hungría de Orbán, la Polonia de Ley y Justicia.

Foto:  El presidente de Vox, Santiago Abascal, ha presentado este domingo la "Agenda España". (EFE)

Una España costumbrista, de curas impunes y de grises sin cuartel.

Santiago Abascal convoca el miedo, la psicosis. Y se expone a sí mismo como redentor justiciero. Y como uno de aquellos pastores evangélicos que llevaban un crucifijo en una mano y un revólver en la otra. Por eso no queda mucho tiempo para que el líder de Vox ejerza la apología del creacionismo. Y que se defina a sí mismo como exégeta de la voluntad de Dios.

La estrategia política de la extrema derecha puede resultar arriesgada y contraproducente respecto a la expectativa electoral, a no ser que la verborrea aglutine el voto antisistema en todas sus direcciones. Los partidarios de Vox revisten cada vez mayor euforia y fervor hacia el condotiero, pero también corren el peligro de convertirse en una opción marginal y minoritaria. Es un partido —un antipartido— de suelo muy sólido y de techo bastante bajo. Una alternativa que realmente no aspira a convertirse en alternativa. Le conviene sustraerse al ejercicio del poder y de la gestión. Le interesa abrumar con la doctrina y la palabrería. No puede gobernarse España desde la ideología retrógrada de Vox ni con la nostalgia imperial, pero Santiago Abascal es perfectamente consciente de su influencia y de su papel necesario en el 'asalto' de Pablo Casado a la Moncloa.

Se entiende así la habilidad política con que Sánchez alerta de un pacto implícito entre ambos. Y se entiende mucho menos la contumacia con que el líder del PP se resiste a distanciarse categóricamente de la extrema derecha. La necesita menos de lo que cree. Abascal hará todo lo posible por echar a Sánchez. No ya apoyando incondicionalmente la investidura de Casado, sino eludiendo la tentación de formar una coalición o de entrar en el Gobierno. El objetivo radica en evitar la fagocitación y conservar intacta la idiosincrasia antisistema, la ferocidad parlamentaria y la capacidad condicionante. Porque Abascal aspira a convertir a Casado en su rehén.

Suele reprocharse a los partidos políticos el incumplimiento de su programa electoral. Se les afean las promesas fallidas. Y se les restriegan las peripecias malogradas entre el idealismo y el voluntarismo. La 'ventaja' de Vox frente a todos ellos consiste en que la ejecución de su programa político resultaría una desgracia. Por eso tiene sentido esperar que las promesas de Abascal nunca se cumplan, preservarnos de la caverna que él mismo aspira a custodiar con sus maneras de alcaide y sus resabios nacionalcatólicos.

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