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Covid en NY: entre la psicosis y la euforia
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Rubén Amón

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Covid en NY: entre la psicosis y la euforia

Colas callejeras para hacerse test y para vacunarse, pero también para asistir a los espectáculos, visitar las tiendas y dar la bienvenida al nuevo alcalde de la ciudad, el segundo afroamericano de la historia

Foto: Celebración de Año Nuevo en Times Square. (Reuters)
Celebración de Año Nuevo en Times Square. (Reuters)
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Tiene sentido mencionar que he escrito este artículo a bordo de un Boeing de American Airlines que recorría la ruta de Nueva York a Madrid. Y no por tratarse del Air Force One ni de ninguna travesía histórica, sino porque la proliferación de cancelaciones a cuenta del coronavirus amenazaba la suspensión del viaje.

La cepa ómicron ha diezmado el personal de las compañías aéreas, igual que sucede con el personal sanitario, los bomberos, los policías y muchos otros funcionarios de un país poderosamente débil que expone cifras alucinantes de contagios, hospitalizaciones y rebrotes negacionistas.

¿Ejemplo? Estuve el jueves viendo a los Nets de Brooklyn contra los Sixers. Llegó a tiempo de incorporarse la estrella Kevin Durant después de haber 'expiado' el protocolo de aislamiento, pero no alcanzó a jugar Kyrie Irving porque el 'playmaker' se niega a vacunarse. No puede jugar los partidos de casa porque la normativa neoyorquina exige la pauta de vacunación completa a los visitantes del Barclays Center, seas un puto espectador o pertenezcas a la estirpe de los jugadores sagrados.

Foto: Aeropuerto de Los Ángeles. (EFE)

Las medidas restrictivas no contradicen que los Nets disputen los partidos con el pabellón abarrotado. Es obligatoria la mascarilla, pero la disciplina pierde sentido cuando los asistentes se despojan de ella para comer y beber en sus asientos. Prevalece la relajación. Y no por falta de iniciativas informativas, pedagógicas y sanitarias. Incluido entre estas últimas un asombroso despliegue de 'tiendas de campaña' donde los transeúntes pueden realizarse gratuitamente un test de antígenos o una PCR.

Es la razón por la que llama la atención el ajetreo de colas en las calles nucleares de Manhattan (y de otros barrios). Lugareños y turistas se incorporan a ellas con paciencia, igual que hacen para velar el acceso a las tiendas más cotizadas y a los teatros señeros de Broadway.

La psicosis y la asepsia sugestionan un estado de excepción, pero los neoyorquinos y los visitantes no se resignan a la capitulación

Un buen ejemplo consiste en la parsimonia con que avanza la fila de espectadores de 'Hamilton', a unos metros de Times Square. Me atuve a la disciplina de enseñar el carné de vacunación, tal como ocurre con los restaurantes y los espacio de ocio. Me pidieron identificarme con el DNI. Y me sellaron la muñeca para consentirme la entrada al vestíbulo. Era imposible remediar allí el amontonamiento de espectadores. Y era improbable que pudiera ahuyentarse la ferocidad de la variante ómicron en un enjambre tan atractivo. Fingíamos un estado de inmunidad.

Es la paradoja de Nueva York en el umbral del nuevo año. La psicosis y la asepsia sugestionan un estado de excepción, pero los neoyorquinos y los visitantes —cifras masivas de ocupación turística, restaurantes abarrotados— no se resignan a la capitulación. El ocio y la diversión predisponen un estado de abandono, por mucho que la policía de la ciudad organizara una imponente jaula de seguridad para evitar una invasión de Times Square en la noche del 31. Más que NY, parecía una ciudad en estado de sitio.

Foto: El asesor sanitario de la Casa Blanca, Anthony Fauci. (Reuters/ Kevin Lamarque)

Las colas acechaban la plaza del reloj. Y los controles de identidad y de vacunación aspiraban a restringir el acceso a 15.000 personas. Se trataba de controlar una epidemia masiva, pero sorprende que el alcalde De Blasio diera por buenas las celebraciones cuando NY había registrado 75.000 nuevos positivos la vigilia de Año Nuevo. Un récord desconocido desde la aparición del coronavirus y una prueba de la velocidad con que se extienden los contagios en EEUU: tres millones en la última semana.

No será problema de De Blasio responsabilizarse de la resaca. Acaba de ocupar su puesto el segundo alcalde negro de la historia. Demócrata, como lo fue Jesse Jackson en el periodo 1991-1997, pero Eric Adams, he aquí el nombre, responde a un perfil más autoritario. Porque fue capitán de policía en NY. Porque ha prometido limpiar las calles de toda violencia. Y porque se ha expuesto a sí mismo como modelo de superación. Niño pobre de Queens. Ejemplo de meritocracia. Y artífice de una campaña que ha calado entre los afroamericanos y en las élites de la ciudad, aunque la línea ortodoxa del Partido Demócrata observa en Adams ciertas pulsiones republicanas, y conspira para descarrilarlo de otras ambiciones extemporáneas.

Foto: El candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, Eric Adams, habla con los medios tras reunirse con el presidente Joe Biden. (EFE)

Es Nueva York un trampolín y una plataforma para hacer política nacional. Y para distraer los reproches que está recibiendo la Administración Biden. La popularidad del presidente ha caído del 56% al 45%. Y lo sigue haciendo por la precariedad con que EEUU encara el tsunami ómicron, bien sea por la desigualdad de la campaña de vacunación —el promedio entre adultos es del 62%—, bien por no haberse cumplido la promesa de poner a disposición de los americanos los test suficientes.

El Partido Republicano reprocha a Biden la subestimación de la variante ómicron y la improvisación —¿nos suena?—, aunque también ha provocado enorme desconcierto que las autoridades sanitarias hayan restringido a cinco días el periodo de cuarentena de los positivos asintomáticos. Cumplido el periodo, no tienen siquiera que realizarse un test. Basta con llevar puesta la protección de la mascarilla y cuidar lo que se pueda el perímetro personal.

No es sencillo encontrar el equilibrio entre las medidas de clausura y las de apertura. Los colegios van a recuperar la actividad lectiva, la economía corre el riesgo de griparse y el sistema sanitario se expone a un colapso —la curva de ingresos hospitalarios se añade a la falta de personal—, pero la doctrina implícita vigente se define en una suerte de 'flexiguridad'. Un difícil equilibrio entre la cautela y la temeridad. Y una percepción peligrosamente desdramatizada de la ómicron que aspira a la inmunidad de rebaño y a la que ponía voz un experto de la cadena FOX: “Esta variante se va a convertir en la mejor vacuna para quienes no han querido ponérsela”.

Tiene sentido mencionar que he escrito este artículo a bordo de un Boeing de American Airlines que recorría la ruta de Nueva York a Madrid. Y no por tratarse del Air Force One ni de ninguna travesía histórica, sino porque la proliferación de cancelaciones a cuenta del coronavirus amenazaba la suspensión del viaje.

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