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Rubén Amón

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¿Dónde se han ido los votantes de Cs?

La fuga del electorado naranja se refleja en la abstención, pero también en el regreso a la horquilla bipartidista y hasta la opción beligerante de un partido tan incompatible como Vox

Foto: El candidato de Ciudadanos a la Junta de Castilla y León, Francisco Igea. (EFE/Nacho Gallego)
El candidato de Ciudadanos a la Junta de Castilla y León, Francisco Igea. (EFE/Nacho Gallego)
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Se le está quedando largo el plural a Ciudadanos. Podría llamarse Ciudadano, en alusión al único escaño que ha conservado Francisco Igea por la circunscripción de Valladolid. Se le ha puesto cara del general Custer. Una perspectiva derrotista desde la que debe impresionarle la elocuencia con que se han extinguido los votantes naranjas. Eran 205.000 en 2019 y ahora son 150.000 menos.

Resulta sintomático que el resultado de Cs —una procuraduría— sea idéntico al fracaso de Unidas Podemos, más o menos como si los comicios del 13-F alojaran el golpe de gracia a los símbolos extintos de la nueva política. Se han jibarizado. Y puede que Cs hubiera desaparecido del mapa o del todo si no llega a significarse la campaña 'personal' de Francisco Igea.

Foto: El candidato de Cs, Francisco Igea. (EFE/J. C. Castillo)

Era un buen candidato, incluso se anotó con holgura la victoria en los debates televisados, pero la reputación del doctor Igea entre los vecinos de Valladolid y sus recetas contra la epidemia de la polarización tanto reflejan un éxito particular como resultan insuficientes para remediar la escapatoria masiva de los votantes anaranjados.

¿Dónde se han ido? ¿Cómo es posible que el número de escaños que desciende Cs se corresponda prácticamente con el ascenso de Vox? Parece tentador concluir que se ha producido un trasvase, más todavía cuando el PP ha subido muy poco y cuando el PSOE ha bajado muy mucho, pero no es tan sencillo acreditar que la fuga de Ciudadanos se haya dirigido precisamente hacia el rebaño que pastorea el mayor antagonista.

Foto: El candidato de Ciudadanos a la presidencia de Castilla y León, Francisco Igea. (EFE/Iván Toma) Opinión

No caben criaturas políticas más opuestas. Un partido liberal frente a otro ultraconservador. Un partido laico frente a otro confesional. Un modelo europeísta frente a uno claramente euroescéptico. Un agrupación política que defiende la legalización de la eutanasia y el aborto en oposición a otra que los considera ejemplos de la cultura de la muerte.

Y podríamos seguir añadiendo diferencias mayúsculas, sobre el estatalismo, la separación de poderes, la globalización, el populismo, pero la volatilidad del votante de Cs también explica la fragilidad de las convicciones ideológicas. Es muy probable que una parte del caladero naranja se identificara sencillamente con el antisanchismo, con el combate al nacionalismo, con la virulencia de los ataques a la extrema izquierda.

Y es muy posible que algunos electores naranjas hayan encontrado en Vox toda la beligerancia que ha perdido el partido de Arrimadas, aunque también cabe pensar que los exvotantes de Ciudadanos más moderados se han resignado al bipartidismo y hasta a la ventana de las marcas regionales.

La virtud de la idiosincrasia de Cs refleja también su límite. Me refiero al principio de militancia. Es muy difícil transformarse en un 'hooligan' del centro. La polarización incita a los extremos tanto como malogra las opciones moderadas. Por eso se muestran tan aguerridos los votantes de Vox, exacerbados en las emociones y en los ritos de una hinchada política.

Foto: antiago Abascal en un acto de Vox en Zamora. (EFE/Mariam A. Montesinos) Opinión
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El partido de Abascal ha jugado en Castilla y León sin programa y sin candidato. No los ha necesitado para beneficiarse de la excitación coyuntural que implican la antipolítica y el desprestigio de las opciones convencionales. Un partido descarado, oscurantista y friqui. Una opción masculina —el 62% de sus votantes son varones— que se abastece del cabreo y que reclama un líder fuerte, un país seguro y una España españolísima.

Ciudadanos no ha tenido tiempo de consolidar su electorado. Y no solo por el inventario de los errores estratégicos que se le amontonan —de la ceguera de Rivera a los pactos unívocos con el PP, pasando por el liderazgo timorato de Inés Arrimadas—, sino porque la agitación de los extremos que ha inducido Sánchez con su política temeraria ha roto en pedazos la bisagra del centro.

¿Dónde se han ido entonces los votantes de Ciudadanos? El diagnóstico es bastante impreciso, o tan impreciso y provisional como el votante de Cs, de tal manera que conviene considerar hasta qué punto cuántos de quienes mostraron fervor al proyecto fallido de Albert Rivera lo que han hecho este pasado domingo es quedarse en casa.

Se le está quedando largo el plural a Ciudadanos. Podría llamarse Ciudadano, en alusión al único escaño que ha conservado Francisco Igea por la circunscripción de Valladolid. Se le ha puesto cara del general Custer. Una perspectiva derrotista desde la que debe impresionarle la elocuencia con que se han extinguido los votantes naranjas. Eran 205.000 en 2019 y ahora son 150.000 menos.

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