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¿Por qué los peones de Putin triunfan en Europa?

La clasificación de Marine Le Pen, las victorias de Orbán y de Vucic, más la buena salud del populismo, demuestran que la indignación, la inflación y el empobrecimiento han crecido con la pandemia y con la guerra

Foto: Marine Le Pen. (EFE/EPA/Caroline Blumerg)
Marine Le Pen. (EFE/EPA/Caroline Blumerg)
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Marine Le Pen disputará a Emmanuel Macron el trono de Francia. No es la favorita, pero el resultado de la primera vuelta y las expectativas de la segunda predisponen un escenario inquietante que refleja la notoriedad de los aliados de Putin en una semana de congoja.

La 'victoria' de Marine Le Pen, en efecto, redunda en las que ya habían conseguido Viktor Orbán en Hungría y Aleksandar Vucic en Serbia. Se congratuló de su resultado Vladímir Putin, consciente de que sus peones malogran la unidad de Europa en las sanciones y en la estrategia punitiva.

Necesita el zar el despliegue de sus troyanos. Y ponerle obstáculos al proyecto de reanimación de la UE y de la OTAN, que parecían haber engendrado la brutalidad y la desproporción de la anexión de Ucrania.

Había llegado a convenirse que la okupación de un país vulnerable estimulaba la necesidad de una reacción integradora. Europa se avenía a articular una política común de energía, defensa e inmigración. La exhibición del orgullo comunitario aspiraba a relativizar los movimientos eurófobos y los fenómenos populistas, pero la buena salud de Vox —montaraz y radical como nunca— y el desenlace de los comicios en Budapest, Belgrado y París contradicen el entusiasmo y suscitan un cambio de percepción sobre la manera en que la opinión pública percibe las prioridades.

A Le Pen no le ha repercutido negativamente ni sus vínculos con Putin ni las pruebas que documentan la financiación del Kremlin

Se han empobrecido los ciudadanos con la pandemia y con la guerra, tanto como se ha deteriorado la credibilidad del sistema, pese a la eficacia de la UE en la gestión del ciclo catastrófico. El agujero negro del bolsillo y la incertidumbre prevalecen sobre la sensibilidad de las causas.

A Marine Le Pen, por ejemplo, no le han repercutido negativamente ni sus vínculos históricos con Putin ni las pruebas que documentan la financiación del Kremlin. Tampoco le perjudicó el escepticismo hacia las vacunas. Ella misma se convirtió en la 'representante' de los fenómenos callejeros que denunciaban la restricción de libertades y de movimientos.

Más allá del hundimiento de la política convencional, el motivo de la revancha lepenista no es otro que el desencanto social, el empobrecimiento, la crisis laboral y hasta las revueltas de los indignados. No es que Le Pen haya logrado representarlos. Es que lo ha hecho rebasando el techo ideológico y cultural de la extrema derecha. E instalándose como la esperanza de la clase obrera y la respuesta a la oleada inflacionaria. Marine Le Pen no ha descuidado el paradigma patriotero ni identitario, la Francia orgullosa de antaño, blanca, católica y pura, pero ha enfatizado la pérdida adquisitiva de sus compatriotas y se ha convertido en una solución verosímil a una nación convulsa que abomina de los sindicatos y de los partidos clásicos —se han derrumbado los socialistas y los conservadores— y que considera a Le Pen la mejor candidata a llevar puesto tanto el chaleco amarillo como la bandera de la nostalgia.

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Por esa razón, representa una amenaza al triunfo de Macron en la segunda vuelta. Y por el mismo argumento cambió el nombre y la actitud de su partido. No era lo mismo la beligerancia del Frente Nacional —la marca xenófoba de su padre— que el proyecto integrador de la Reagrupación Nacional, con sus destellos nacionalistas y populistas, aunque sin la carga confesional que despliega la franquicia española de Vox.

Así se ha presentado a las urnas. 'Reagrupando' el antisistema, la antipolítica y la eurofobia, de acuerdo, pero también rentabilizando la falta de respuesta de Macron a los problemas de la inseguridad, la inmigración, el radicalismo islamista y la crisis económica. Quiere decirse que a Marine Le Pen se le está poniendo cara de Donald Trump en las elecciones de la sorpresa. Y que la hipótesis de una victoria sobre Emmanuel Macron empieza a cotizarse en las casas de apuestas, sobre todo si prospera el fantasma abstracto de la abstención. Cuidado con la distopía resultante. Y con el instante solemne en que la presidenta Le Pen decida que su primer viaje de Estado sea a Moscú para estrechar la mano de Putin.

El problema de simpatizar con el presidente ruso consiste precisamente en la devoción de un modelo autoritario y nacionalista que reniega del Estado de derecho, de los contrapoderes. Y que abjura de las libertades, no digamos cuando conciernen a las minorías y cuando se perciben como ejemplos de las sociedades 'degeneradas', carentes de orden y de disciplina.

Foto: Fotograma de la entrega de la llave de Madrid a Putin en febrero de 2006. (Telemadrid) Opinión

Decía el zar que el problema de Occidente radica en el distanciamiento de la clase dirigente y los ciudadanos. Puede tener razón. El problema es la solución que él propone y que representa el caso de Orbán (y de Le Pen) en cuanto categorías providencialistas y populistas. El pueblo… son ellos, de tal manera que los procesos electorales —tantas veces amañados en el caso de Rusia— se convierten en un rito dramatúrgico de aclamación popular.

Nadie como Vladímir tiene razones para observar desde la capital del imperio el desgaste del frente europeo. Fue Putin quien engañó a Macron en los prolegómenos de la guerra. Y es Macron el favorito precario de una segunda vuelta que Marine Le Pen puede aprovechar para atraerse a la extrema derecha y la extrema izquierda bajo la fórmula de la reagrupación y arrastrando a todos los votantes desorientados o desamparados que deambulen por el medio. Se ha quebrado el frente republicano. Y se ha convertido Marine en la reencarnación del cuadro de Delacroix.

Marine Le Pen disputará a Emmanuel Macron el trono de Francia. No es la favorita, pero el resultado de la primera vuelta y las expectativas de la segunda predisponen un escenario inquietante que refleja la notoriedad de los aliados de Putin en una semana de congoja.

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