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Rubén Amón

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Rubiales es el puto amo (y no dimite)

La opacidad del contrato, el conflicto de intereses, el blanqueo saudí y las relaciones inaceptables con Piqué contradicen que el presidente de la RFEF pueda seguir en el puesto, pese el victimismo de sus argumentos

Foto: Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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Enternecía descubrir que Luis Rubiales decidiera comparecer este miércoles después de haber recibido la autorización de… Arabia Saudí. Y que semejante aclaración —la hizo él mismo en los prolegómenos del encuentro— introdujera un relato arrogante, lastimero y victimista, de acuerdo con el cual la Supercopa saudí se organizó con ejemplaridad, rigor y transparencia.

O sea, que no dimite Rubi. Y que tampoco se le puede echar, pues la RFEF, aún dependiente del Consejo Superior de Deportes, se reconoce en unos ámbitos de autonomía que garantizan la incolumidad del presidente mientras se la garantice el órgano de la Asamblea General.

Y la Asamblea General la controla Rubiales a su antojo. Por eso, presumió este miércoles de la adhesión de sus miembros. Y, por eso también, celebró la solidaridad de las federaciones regionales, todas ellas leales al caciquismo con que el compadre de Piqué gobierna la institución deportiva.

Foto: Ilustración: EC Diseño.
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Se entiende así que le aplaudieran —le aclamaran— sus colegas durante la rueda de prensa, incluso que se conmovieran con los pasajes de mayor emoción. El problema es que todas las justificaciones exculpatorias del presidente de la RFEF no le sustraen a las evidencias de un escándalo que convierte al fútbol español en un juguete siniestro de Arabia, que se resiente de una opacidad nauseabunda y que expone un compadreo intolerable entre los negocios que prolongan las conversaciones de Rubi y de Geri.

Es tan aparatoso el conflicto de intereses de ambos que la fecunda amistad de la pareja tanto engendraba comisiones multimillonarias como intoxicaba las decisiones puramente deportivas. Geri le pide a Rubi jugar con España en los JJOO de Tokio. Porque le apetece sumarse a la expedición, aprovechando la cuota de tres futbolistas mayores de 21 años.

Y no es que carezca Geri de cualidades para defender el uniforme de la Roja —había dejado voluntariamente el equipo sénior en 2018—, pero el propio énfasis clandestino de las conversaciones —“esto lo tenemos que hacer muy en secreto” demuestra que el vínculo de Rubiales y Piqué funcionaba como una anomalía opaca y como una sociedad de intereses recíprocos.

Foto: Simeone, en la Supercopa disputada en Arabia. (EFE/Juanjo Martín)

Enternece evocar la rueda de prensa de Geri en Twitch el pasado lunes, cuando proclamaba soliviantado que su condición de profesional le permitía diferenciar claramente el futbolista del hombre de negocios. Mentía Piqué. Porque él mismo ha tergiversado las fronteras. Y ha convertido a Rubi en una suerte de peón sumiso —si es que no existen otras contrapartidas— desde el momento en que abusó de la amistad para recomendarse como futbolista.

No es la única excentricidad. Han venido a demostrar las informaciones de El Confi —ya que estamos con abreviaturas— que hubiera sido más beneficioso para las arcas de la RFEF la Supercopa en Qatar —otra democracia ateniense—, pero hubiera supuesto el sacrificio de la comisión de Geri. Y no es que Geri haya incurrido en un delito específico —aparentemente—, pero resulta asombroso que Rubi el indignado haya reconocido como mediador válido al capitán de uno de los clubes implicados en el contrato de la vergüenza. Conviene subrayarlo no solo por el tratamiento discriminatorio, sino porque uno de los márgenes de los ingresos variables dependía y depende del progreso del propio Barcelona en la competición.

Más lejos prosperan los blaugranas —y el Madrid—, más aumentaba —y aumenta— el variable de Rubiales en el megacontrato. Que no es un comisionista, sino el responsable mismo de las reglas del juego.

La evidencia del conflicto de intereses obligaba a Rubi a comportarse con mayor escrúpulo de cuanto ha demostrado

La evidencia del conflicto de intereses obligaba a Rubi a comportarse con mayor escrúpulo de cuanto ha demostrado. Porque la Federación que regenta como un alcaide es una institución ejemplar. Y porque él mismo ocultó al equipo federativo los detalles más bochornosos del contrato.

Y no hacía falta conocerse los pormenores de la trama contractual, la letra pequeña. Porque lo teníamos delante, el escándalo. O sea, la bufonada de los equipos españoles ofreciéndose a la ceremonia de blanqueo de la satrapía saudí. Una de las más abyectas del planeta. Y la más responsable, indudablemente, de haber propagado el terrorismo yihadista.

El negocio es el negocio, sostiene Geri. Y se ha llevado una comisión de 24 millones apelando a la consigna pecuniaria, pero aclárese que el contrato que corrompe la dignidad del fútbol español y mancilla la honra del Estado representa una limosna para las arcas de Arabia. Solo faltaba que hubiera intervenido Juancar el emérito. Se lo sugirió Geri a Rubi. No ya renunciando a los ideales republicanos y subordinando los objetivos independentistas, sino adhiriéndose a esta religión contemporánea del comisionismo que procuró al Borbón expatriado cobrarse el sablazo del Ave a La Meca.

De la Meca a la Ceca, Rubi elude la dimisión. El hedor de la operación saudí le obligaría a hacerlo, pero el criterio presidencialista con que desempeña el cargo federativo confirma las peores tradiciones de sus predecesores en el cargo, de “Pablo, Pablito, Pablete Porta”, al siniestro villarato, ya que hablamos de hábitos chusqueros y del folclore balompédico de la corrupción.

Foto: Fotografía de archivo del rey Juan Carlos. (EFE/Salvador Sas)

Es un disparate conceptual organizar la Supercopa de España… en Arabia, como son una vergüenza las dos razones que Rubi expuso para organizar la trama saudí. La primera consistía en el beneficio que el contrato iba a deparar al fútbol modesto, cuando el dinero se lo han repartido fundamentalmente el triángulo amoroso del Madrid, el Barça y Piqué.

Y la segunda radicaba en que esta clase de iniciativas filantrópicas servían no para blanquear las tiranías, sino para sensibilizarlas con los cánones democráticos que rigen en Occidente. Rubi y Geri ejercían de modelo de conducta. Y es verdad que las mujeres no pueden jugar al fútbol en Arabia, pero fue un bonito detalle que los jeques locales se abstuvieran de ejecutar a un reo en el descanso o de lapidar a una adúltera, bonitas tradiciones locales que nuestro fútbol ha contribuido a encubrir porque el negocio es el negocio. Y porque la realpolitik es la realpolitik.

Quiere decirse que la decisión de organizar la Supercopa proviene de las artimañas de Rubiales, pero no se explican sin la aquiescencia del Gobierno y sin valorarse los intereses del Estado. Y al Estado le convenía geopolíticamente que nuestros jugadores bailarán la danza del vientre en Riad. Interesa el matiz porque las presiones políticas sí que pueden influir en la posición inviolable de Rubiales. Más todavía cuando su argumento de amparo consiste en denunciar una conspiración siniestra.

No quiso hacerla explícita. Y no hace falta graduarse como alumno de Sherlock Holmes para identificar la pugna entre el presidente de la RFEF y el de la Liga (Javier Tebas), pero las hipotéticas razones o el oportunismo de este escándalo no pueden utilizarse como la excusa para taparlo.

Enternecía descubrir que Luis Rubiales decidiera comparecer este miércoles después de haber recibido la autorización de… Arabia Saudí. Y que semejante aclaración —la hizo él mismo en los prolegómenos del encuentro— introdujera un relato arrogante, lastimero y victimista, de acuerdo con el cual la Supercopa saudí se organizó con ejemplaridad, rigor y transparencia.

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