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No hay agua ni luz en la Cuesta de Moyano
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Rubén Amón

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No hay agua ni luz en la Cuesta de Moyano

La feria permanente del libro madrileño recupera vigor después de la pandemia, pero todavía se resiente del desamparo y la precariedad

Foto: La Cuesta de Moyano. (EFE/ Diego Fernández)
La Cuesta de Moyano. (EFE/ Diego Fernández)
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Ha caído en mis manos un documento fechado en 1925 que reivindica una ubicación honrosa de la Feria Permanente del libro. Figura Pío Baroja entre los muchos firmantes del manifiesto. Y alude a la conveniencia de adecentar el lugar en el que intercambian intereses los bibliómanos y los titulares de las casetas, “pasando las mejores horas de nuestras vidas”.

Es el embrión de la Cuesta de Moyano. Y la expectativa de adquirir una cierta dignidad en la vida cultural madrileña, aunque la carta en cuestión, escrita de manera alambicada y no exenta de comas en mal sitio ni de tildes ausentes, refleja la eterna provisionalidad del mercadillo librero. Tiene sentido enfatizar la eternidad porque la Cuesta de Moyano va camino de cumplir un siglo. Y porque el tiempo siempre funciona a favor de los fenómenos tradicionales. Pero también tiene sentido destacar la provisionalidad porque la “Cuesta” nunca termina de resolver sus incertidumbres, ni siquiera en 2022, cuando la notoriedad institucional del área en que se emplaza -el llamado, con cierta cursilería, Paisaje de la Luz- ha sido reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial.

Foto: La Cuesta de Moyano en su reapertura el pasado mes de mayo (EFE)

Resulta que los libreros llevan un año sin agua. Y que el suministro de luz, ya que de luz hablamos, es tan precario que las bombillas apenas alcanzan a señalizar los puestos cuando sobreviene la oscuridad. Los días se alargan en primavera, es verdad, en beneficio del rito, pero tendría sentido que una locación de semejante idiosincrasia no dependiera de las contingencias.

No ha existido una más grave que la pandemia del covid, hasta el extremo de que las casetas tuvieron que clausurarse tres meses. Impresionan el dato y el periodo porque el único cierre registrado hasta entonces consistió en la excepción de cinco días durante la Guerra Civil. Se puso muy cuesta arriba el porvenir de la Cuesta con el coronavirus. Y es verdad que la crisis sanitaria puede considerarse resuelta, pero intervienen otros factores que amenazan los hábitos bibliómanos, desde la hostilidad y beligerancia histórica del Jardín Botánico hasta los suculentos catálogos de internet.

Las casetas, además, se exponen al vandalismo y a la “profanación” de los grafiteros, aunque la deficiencia más llamativa acaso consista en los puestos que permanecen cerrados -cuatro, de momento- porque capitularon sus titulares y porque el Ayuntamiento todavía no las ha sacado a concurso. Tiene sentido reabrirlas de urgencia para reanimar la Cuesta. Y para estimular el ajetreo de los turistas y los bibliófilos, no ya aprovechando la proyección movilizadora de las redes sociales y la perfecta ubicación de la “feria permanente”, sino agradeciéndose la implicación de los escritores y culturetas que se han convertido en activistas de la pendiente.

Foto: Almudena Grandes. (EFE/ Archivo/ Luca Piergiovanni) Opinión
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Rosa Montero forma parte de ellos y concita multitudes cada vez que acude a firmar sus libros. Puede decirse lo mismo de Javier Sierra, de Pedro Simón, de Antonio Lucas. Y de otros “protectores” -Sergio del Molino, Carmen Iglesias, Javier Rioyo, Guillermo Altares, Isabel Vázquez, Karina Sainz Borgo, Christina Rosenvinge, Mara Torres- a quienes se nos concedió un merecidísimo homenaje el pasado viernes en e Hotel Inglés, al abrigo del Barrio de las Letras. Se nos ungió como socios de honor de la asociación Somos la Cuesta. Y se nos administró el facsímil del documento que he mencionado al inicio. Tiene interés leerlo casi un siglo después por su énfasis reivindicativo, aunque también llaman la atención los defectos de puntuación y la escasísima cualificación mercadotécnica de los redactores.

“Los que suscriben, amantes de todo cuanto redunde en beneficio de la cultura y amor al libro, y enterados de la Iniciativa del Excmo. Ayuntamiento de construir una Feria Permanente, por cuya idea, no solo de enaltecer la capital de España, sino de cumplir con un sacratisimo deber de iniciar en la instrucción a todos aquellos, que a pesar de sus deseos, y que de esta forma verían colmados sus anhelos, a mas de hacerles presente su más reconocida gratitud; verían con sumo gusto que la instalación de dicha Feria, fuese en sitio bien visible y de facil acceso, tanto a los que en los referidos puestos vemos pasar las mejores horas de nuestra vida en busca de un libro deseado, como aquellos otro, que sin pensar, van aficionandose a guardar y tratar con todo cariño el libro. La instalación presente hecha como prueba, a mas estar en sitio poco a proposito, hace su acceso, sumamente difícil”.

Ha caído en mis manos un documento fechado en 1925 que reivindica una ubicación honrosa de la Feria Permanente del libro. Figura Pío Baroja entre los muchos firmantes del manifiesto. Y alude a la conveniencia de adecentar el lugar en el que intercambian intereses los bibliómanos y los titulares de las casetas, “pasando las mejores horas de nuestras vidas”.

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