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Madrid, la OTAN y el estado de excepción
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Rubén Amón

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Madrid, la OTAN y el estado de excepción

Los vecinos de la capital estamos invitados a un ejercicio de disciplina y de comprensión que puede aliviarse con el teletrabajo y el recurso al transporte público, pensando en la recompensa lúdica del Orgullo Gay

Foto: Dispositivo de seguridad de la Guardia Civil en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas. (EFE/ Chema Moya)
Dispositivo de seguridad de la Guardia Civil en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas. (EFE/ Chema Moya)
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Estamos invitados los madrileños a un ejercicio de paciencia y de resignación extremos, sobre todo porque la cumbre de la OTAN nos familiariza con un estado de excepción. Tres días de caos. Un blindaje integral que nos reclama un esfuerzo de comprensión. Y no solo por la zona cero militarizada en que se va a convertir IFEMA —el escenario concreto de la cumbre— sino por la congestión de la ciudad. Las delegaciones se alojan en el centro. El Museo del Prado va a cerrarse. Y la presencia de Biden sugestiona una psicosis que redunda en la congoja capitalina.

El problema de la convivencia no consiste en las manifestaciones ni en las protestas que suelen organizarse cuando se presenta en una ciudad la categoría abstracta de “los poderosos”. De hecho, la 'mani' que promovieron este domingo los pacifistas de Unidas Podemos se malogró en su propio ridículo. Por la escasez de asistencia. Y por el infantilismo de las consignas.

La “mani” de los pacifistas de UP se malogró en su propio ridículo. Por la escasez de asistencia. Y por el infantilismo de las consignas

La OTAN tiene más sentido que nunca. Vladimir Putin se lo ha otorgado con la agresión militar y territorial de Ucrania. La guerra está en el umbral de los países comunitarios. Inquieta sobremanera a los estados bálticos. Y explica los trámites de adhesión urgente que han solicitado Suecia y Finlandia, de tal manera que Sánchez es el anfitrión de una cumbre decisiva, “histórica”. Por la amenaza de Putin. Y porque los estados miembros de la Alianza están convocados al rearme, al incremento presupuestario de Defensa.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Stephanie Lecocq)

Es la manera de sugestionar la condescendencia de los madrileños en estos días traumáticos que se avecinan. La ciudad va a convertirse en intransitable. Se va a acordonar la periferia… y el centro. Y se nos va a exigir un ejercicio de comprensión. No ya involucrando a Madrid en la solidaridad geopolítica y geoestratégica, sino reclamando una tolerancia extrema de las incomodidades. Por eso conviene desplazarse con transporte público —hasta donde se se pueda, como se pueda— y por la misma razón debe fomentarse más que nunca el teletrabajo. Entrenados estamos. La pandemia y las novedades del nuevo régimen laboral nos han preparado a esta clase de eventualidades, independientemente del recelo o del hastío que puedan engendrar en la opinión pública los privilegios con que van a desenvolverse los mandatarios convocados en Madrid. Y sus cónyuges y amantes.

La ciudad va a convertirse en intransitable. Se va a acordonar la periferia… y el centro. Y se nos va a exigir un ejercicio de comprensión

Es la aportación de los vecinos de la villa a un acontecimiento extraordinario. Una disciplina ciudadana a la que Madrid pondrá “remedio” con la catarsis lúdica del Orgullo Gay. Y volverá a paralizarse la ciudad en cuestión de unos días, pero con una fiesta popular y compensatoria cuya idiosincrasia jaranera solo molesta a los concejales de Vox y al ala ultramontana de los populares. Hubieran querido unos y otros acotar el desfile en la Casa de Campo. Restringirlo en una zona periférica, como si los “manifestantes” del Orgullo fueran un peligro o hicieran apología de la perversión. Mejor hacer el amor que la guerra, quede claro, pero la elasticidad de Madrid y sus cualidades en materia de tolerancia tanto predispone el ajetreo de los generales de la Alianza como los activistas del orgullo. O del Orgullo.

Estamos invitados los madrileños a un ejercicio de paciencia y de resignación extremos, sobre todo porque la cumbre de la OTAN nos familiariza con un estado de excepción. Tres días de caos. Un blindaje integral que nos reclama un esfuerzo de comprensión. Y no solo por la zona cero militarizada en que se va a convertir IFEMA —el escenario concreto de la cumbre— sino por la congestión de la ciudad. Las delegaciones se alojan en el centro. El Museo del Prado va a cerrarse. Y la presencia de Biden sugestiona una psicosis que redunda en la congoja capitalina.

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