Es noticia
Un verano de euforia, un invierno de ruina
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

Un verano de euforia, un invierno de ruina

Los españoles hemos acordado una tregua hedonista para consumir los ahorros del covid y vengarnos de la pandemia, pero la burbuja de felicidad encubre una resaca catastrófica

Foto: Operación salida en Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
Operación salida en Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

La gloria de la operación salida predispone un estado euforia veraniega que la sociedad española —y no solo española— parece haberse concedido para anestesiarse de las penurias que conspiran en el horizonte invernal. Se trata de gozar los ahorros del covid y de vengarse de la pandemia, incluso cuando se multiplican los casos en sus nuevas variantes.

Se abre camino en las autopistas un ejercicio de hedonismo colectivo que neutraliza las previsiones apocalípticas. Lo demuestra el contraste de la subida del combustible y la orgía automovilística. Cuatro millones y medio de desplazamientos se han producido en el fin de semana, precisa la DGT. Y 44 millones viajarán en coche durante el mes de julio, así es que los españoles hemos adoptado un dinamismo estival que se abstrae de los mensajes intimidatorios de las estaciones de servicio. Dicho de otra manera: moverse en coche este verano resulta un 31% más caro que en 2021. Por eso, la cuestión no consiste en que el precio del litro de súper haya superado los dos euros, sino la hipótesis de que rebase los tres. Una escalada inflacionista que cohabita con el pacto tácito-nacional de las vacaciones. La cosa es emborracharse de gasolina. Y convertir el verano de 2022 acaso en el mejor de nuestra vida. Quemar las naves. Beber para olvidar. Cambiar la piel en la arena. Alcohol, alcohol, alcohol.

Foto: Gasolinera de Madrid. (EFE/Miguel Oses)

El contexto de la ebriedad equivale a la dimensión de la resaca. Porque no va a detenerse el incremento de los precios. Y porque no van a funcionar los parches y los cataplasmas con que Sánchez pretende reaccionar al empobrecimiento de los hogares. Una terapia que dispara el gasto público y que, paradójicamente, estimula el delirio inflacionario. Otra cuestión es que Sánchez quisiera tergiversar las dinámicas en la entrevista con Ferreras y que se concediera un ejercicio de indescriptible temeridad: el dato del 10,2% no es bueno, pero podría ser peor si se hubiera disparado al 15%, decía.

Se vislumbra un otoño siniestro y un invierno letal. Y se diría que unos y otros españoles —discúlpese la abstracción— hemos 'acordado' que la estación veraniega representa un armisticio epicúreo, un periodo de gracia, un derecho al sibaritismo y al jolgorio liberador. Como si fuéramos un toro enchiquerado al que urge sacudirse la oscuridad y la claustrofobia.

Es comprensible la disciplina del fingimiento. La sociedad española necesita una válvula de escape, el exorcismo de unos 'sanfermines' generales y generalizados. No hemos disfrutado unas vacaciones 'en condiciones' desde el estío de 2019. Y es verdad que el turismo, como el ladrillo, forma parte de los recursos esenciales de la economía nacional, pero tanto impresionan los problemas de personal en la hostelería —no hay camareros ni trabajadores cualificados del sector— como llama la atención el vuelo que ha adquirido la gran burbuja de la euforia estival. Llenazos en los hoteles. Playas a reventar. Precios superiores a los mejores años prepandémicos. Y la imagen inquietante que trasladan los primeros atascos al paso de las gasolineras desquiciadas, como si Mad Max estuviera a la vuelta de la esquina.

Foto: Foto: iStock.

Discrepan los economistas sobre el alcance de la (profunda) crisis que se avecina. Y puede que resulte frívolo u oportunista mencionar antecedentes históricos —1929— y recientes (2008), pero el masaje a la opinión pública ya ha introducido el fantasma de la recesión. Y la coartada perfecta para justificar la negligencia y la irresponsabilidad: Rusia y la guerra de Ucrania.

El conflicto va a demorarse más allá de lo deseable y de lo imaginable, así es que la tregua del verano implica una breve interrupción de la hostilidad que se avecina. La crisis energética. El suministro de cereales. Los gastos derivados de la defensa. El incremento de los tipos y de las hipotecas. El empobrecimiento de los hogares. Por la guerra y más allá de la guerra, toda vez que la inflación española reflejaba un 7,3% antes de pavonearse los tanques de Putin y de que Sánchez se ocultara en la excusa perfecta. Merecemos que se nos trate como adultos, pero estas obligaciones no contradicen la responsabilidad propia en la gestión de los recursos y de los apetitos. De otro modo terminaremos coreando aquella canción hedonista que escribió Juan de la Encina en la transición del XV al XVI: "Hoy comamos y bebamos y cantemos y folguemos… que mañana ayunaremos".

La gloria de la operación salida predispone un estado euforia veraniega que la sociedad española —y no solo española— parece haberse concedido para anestesiarse de las penurias que conspiran en el horizonte invernal. Se trata de gozar los ahorros del covid y de vengarse de la pandemia, incluso cuando se multiplican los casos en sus nuevas variantes.

Inflación
El redactor recomienda