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Madrid y el terror de ETA
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Rubén Amón

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Madrid y el terror de ETA

El 25 aniversario de la ejecución de Miguel Ángel Blanco evoca la ferocidad con que ETA traumatizó la capital, hasta amontonar 123 cadáveres y someterla a un estado de psicosis

Foto: Monumento homenaje a las víctimas de ETA en la plaza de la República Dominicana de Madrid. (EFE/ Evaristo Amado)
Monumento homenaje a las víctimas de ETA en la plaza de la República Dominicana de Madrid. (EFE/ Evaristo Amado)
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“No lo entendéis porque no vivís allí”. Cuántas veces los 'foráneos' hemos tenido que resignarnos al principio discriminatorio con que los rapsodas 'abertzales' nos excluían de la comprensión del “problema vasco”. No podíamos entenderlo. Como el terrorismo de ETA fuera una terminal del exótico “problema kurdo”. Y como si los españoles que no residimos en Euskadi tuviéramos que concebir la barbarie con la condescendencia que le otorgaron algunos medios internacionales —la BBC, la prensa progre francesa— y no pocos líderes internacionales, fascinados los unos y los otros por la causa y la épica libertarias de los independentistas.

“Mi padre nació en Barakaldo”, solía responderle a los cómplices del movimiento supremacista. E incurría yo mismo en una absurda sugestión identitaria. Un padre de Barakaldo, aunque naciera allí accidentalmente, me revestía de mayor credibilidad de cuanto lo hacía una madre de Lanzarote. Y claro que lo entendíamos. Porque “el problema vasco” no se restringía a las fronteras de Euskadi. Escenificaba su terror en la geografía española. Y convertía Madrid en el escenario predilecto de los atentados. Madrid. La capital del estado opresor. El teatro de la propaganda criminal de ETA.

Foto: Ciudadanos portan carteles en apoyo a Miguel Ángel Blanco durante su secuestro en julio de 1997. (EFE)

El “problema vasco” era el “problema español” porque los afanes separatistas comprometían la unidad territorial. Y porque la barbarie se generalizó allí donde había una casa cuartel de la Guardia Civil. O un enemigo de Euskadi. O un juez. O un transeúnte. En Zaragoza. En Barcelona. En Málaga. Y, más que en ningún sitio, en Madrid. Tanto es así que los madrileños de una cierta edad y de una cierta memoria hemos adquirido una noción de la ciudad que se define en el inventario y orgullo de sus monumentos, es verdad, pero también en los escenarios de las grandes masacres etarras.

Sentimos un escalofrío cuando nos desplazamos por la plaza de Ramales. O por la confluencia de Guzmán el Bueno con San Francisco de Sales. O por la plaza de la República Dominicana. O por la glorieta de López de Hoyos. O por el Puente de Vallecas. O por la Terminal 4 de Barajas. ETA se desenvolvía con igual crueldad en los barrios pudientes que en los humildes. Y convirtió Madrid en la toponimia donde se produjeron más muertos (123), más atentados y más coches bomba. ¿Estábamos o no estábamos entonces capacitados para “entender” el problema vasco? Sufrirlo, lo sufríamos más que nadie. Y vivíamos bajo un estado de psicosis cuya elocuencia demostraba la ferocidad extraterritorial del terrorismo. Unas veces con atentados descomunales. Y otras con intervenciones quirúrgicas. Al magistrado Tomás y Valiente lo ejecutaron a quemarropa en su propio despacho.

Foto: Ciudadanos portan carteles en apoyo a Miguel Ángel Blanco durante su secuestro en julio de 1997. (EFE)

No tuvimos los madrileños opción de abstraernos al “problema vasco”. ETA nos involucró con sus serpientes, sus pistolas y sus explosivos. Militares y civiles. Adultos y niños. ETA reventó Madrid. Conviene recordarlo. No por morbosidad ni truculencia, sino porque la reconstrucción de la memoria amenaza con desdibujar el daño que ETA le hizo a la democracia y a la convivencia. Se conmemoran 25 años de la ejecución de Miguel Ángel Blanco. Y otros 25 de la inmensa manifestación con que Madrid reaccionó a la abyección y la barbarie, alzando las manos blancas.

“No lo entendéis porque no vivís allí”. Cuántas veces los 'foráneos' hemos tenido que resignarnos al principio discriminatorio con que los rapsodas 'abertzales' nos excluían de la comprensión del “problema vasco”. No podíamos entenderlo. Como el terrorismo de ETA fuera una terminal del exótico “problema kurdo”. Y como si los españoles que no residimos en Euskadi tuviéramos que concebir la barbarie con la condescendencia que le otorgaron algunos medios internacionales —la BBC, la prensa progre francesa— y no pocos líderes internacionales, fascinados los unos y los otros por la causa y la épica libertarias de los independentistas.

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