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¿Cuántos gobiernos va a derribar la inflación?
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Rubén Amón

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¿Cuántos gobiernos va a derribar la inflación?

Los casos de Boris y Supermario son diferentes, pero describen un escenario de incertidumbre continental que reanima un nuevo brote de los populismos y que supone una bomba de relojería en la inestable estabilidad de Sánchez

Foto: Ibex 35, principal índice bursátil en la bolsa española. (EFE/Altea Tejido)
Ibex 35, principal índice bursátil en la bolsa española. (EFE/Altea Tejido)
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Puede que la principal cualidad de Pedro Sánchez consista en la estabilidad política que él mismo ha adquirido, sobre todo considerando la precariedad aritmética en que se desenvuelve el pacto de investidura y la heterogeneidad orgánica de la coalición Frankenstein. No ha perdido Sánchez una sola votación relevante ni un proyecto legislativo decisivo. Ni siquiera cuando sus aliados más afines se propusieron sabotearlo. Tanto le ha resultado útil el sufragio siniestro de Bildu como le ha convenido la ayuda del PP, tanto en las obligaciones internacionales de la defensa como en las afinidades respecto a la ley audiovisual o la prostitución.

Y no parece viable que Sánchez vaya a sucederse a sí mismo una vez concluida la legislatura, pero sí resulta evidente que va a agotarla hasta los últimos límites sin grandes sobresaltos. Todo lo contrario de cuanto le ha sucedido a Boris Johnson en Reino Unido. Y de cuanto puede ocurrirle a Mario Draghi en Italia, de tal manera que la crisis económica, las angustias energéticas y el desasosiego de la sociedad sugieren el peligro de una crisis política continental que aboca a la caída de los gobiernos y que reanima el vigor de los populismos.

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Ha sucedido en Francia con las elecciones legislativas, un contrapeso feroz a la victoria de Macron en los comicios presidenciales y una exhibición de la fortaleza de las opciones radicales a babor y a estribor. De hecho, la crisis política italiana que se verifica en la inmediatez expone la euforia de los sondeos no hacia al exhausto Movimento 5 Stelle, sino a la plataforma xenófoba y patriotera de Fratelli d’Italia. Tuvimos a su lideresa, Giorgia Meloni, en la campaña andaluza de Vox. Y sobrevino un discurso oscurantista y regresivo que cuestionaba el aborto, el matrimonio gay y el feminismo. Y que proponía, a cambio, un proyecto confesional, antieuropeísta y anticlimático, más o menos como si la respuesta a la crisis que se avecina estuviera en el fervor nacionalista y en la nostalgia de la lira. Italia para los italianos.

La caída de Johnson nada tiene que ver con la de Draghi, pero la una y la otra predisponen un escenario de inestabilidad continental que beneficia la prosperidad de las soluciones populistas. Y puede que la UE se haya quitado un peso de encima con la evacuación temporizada del 'premier' británico —a ver si se marcha de verdad—, pero el eventual sacrificio de Draghi —la sociedad civil presiona para que se quede— concierne y afecta a la línea medular de la estabilidad comunitaria. Porque la economía italiana pesa mucho en el balance de la UE. Porque Supermario remedió la gran angustia existencial del euro. Y porque el motivo último de su dimisión consiste en el rechazo de 5 Stelle al rigor de las medidas anticrisis como pretexto de una crisis interna. Quizá la mayor expectativa de alivio —o la principal superstición— consista en la peculiaridad de la política italiana. Que se define genéticamente en la inestabilidad. Y que se caracteriza en el protagonismo de las figuras extraparlamentarias. Ni Monti, antaño, ni Draghi, ahora, pasaron por las urnas.

placeholder El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE/Angelo Carconi)
El primer ministro italiano, Mario Draghi. (EFE/Angelo Carconi)

Tampoco tenían un partido que los representara. Se los escogió por su capacitación técnica, por su ortodoxia. Se explica así la contundencia con que el presidente Mattarella se niega a aceptar la dimisión de Draghi. El subidón de la extrema derecha en un escenario de crisis —las elecciones están previstas en 2023—, la cualificación del primer ministro y el valor simbólico de su caída —en Italia y en la UE— prevalecen sobre la provisionalidad y equilibrismo con que Draghi lidera un pentapartito de aliados ideológicamente incompatibles, pero subordinados o disciplinados, hasta ahora, a los rigores de la concentración nacional.

Parecía que la UE había logrado reanimarse en la perspectiva de la guerra de Ucrania. Porque se demostraba la necesidad de una política económica, energética, migratoria y defensiva común. Puede que se hubieran sobrevalorado al mismo tiempo la paciencia y la resignación de los ciudadanos, expuestos ahora a una tensión inflacionaria y a una depauperación de la economía doméstica. Reaparece el recelo al sistema. No solo con la baja participación en los comicios —la mitad del electorado francés se quedó en casa en las legislativas—, sino con la aparición de nuevos fenómenos populistas que sustituyen otros movimientos mesiánicos fallidos y que desquician la UE con su inercia pendular.

El cambio de guardia en Moncloa se explica en la alternativa de un líder centrado y sensato, Feijóo, pero la amenaza de Sánchez es la economía

La expectativa posibilista consiste en lo contrario. O sea, apelar el 'efecto bandera' para convertir la sugestión y la psicosis en argumentos de cohesión, pero no está claro que los ciudadanos estén dispuestos a un nuevo esfuerzo de resignación o de mansedumbre, después de haber amortiguado la ferocidad de la pandemia, las consecuencias de la guerra ucraniana y la sumisión al tótem del termostato o de la gasolina.

Son las razones que han puesto precio a la cabeza de Sánchez, más allá de las aberraciones con Bildu, de la extorsión a las instituciones y de la degradación del PSOE. El cambio de guardia en Moncloa se explica en la alternativa de un líder centrado y sensato, Núñez Feijóo, pero la gran amenaza de Sánchez proviene del castigo a la gestión de la economía. Y de la ineficacia de las medidas ideológicas con que cree haber resuelto sus problemas de autoestima, de tal manera que la bomba de la inflación se está cobrando gobiernos europeos de primer orden, pero también está dejando sin tiempo —"tic, tac, tic, tac", diría Iglesias— la era del narcisismo sanchista.

Puede que la principal cualidad de Pedro Sánchez consista en la estabilidad política que él mismo ha adquirido, sobre todo considerando la precariedad aritmética en que se desenvuelve el pacto de investidura y la heterogeneidad orgánica de la coalición Frankenstein. No ha perdido Sánchez una sola votación relevante ni un proyecto legislativo decisivo. Ni siquiera cuando sus aliados más afines se propusieron sabotearlo. Tanto le ha resultado útil el sufragio siniestro de Bildu como le ha convenido la ayuda del PP, tanto en las obligaciones internacionales de la defensa como en las afinidades respecto a la ley audiovisual o la prostitución.

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