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¿Se está empezando a hundir Vox?
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Rubén Amón

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¿Se está empezando a hundir Vox?

Las encuestas, el efecto Feijóo, el contratiempo en Andalucía y la gestión en Castilla y León desnutren las opciones de la ultraderecha en un escenario de crisis económica

Foto: El líder nacional de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Raúl Caro)
El líder nacional de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Raúl Caro)
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No hay que hacerse ilusiones, pero tampoco deben subestimarse los síntomas que describen la aparente decadencia de Vox. El esperpento de la gestión política en Castilla y León, el contratiempo electoral de Andalucía, el efecto Feijóo y la elocuencia adversa de las encuestas desdibujan las ambiciones megalómanas que se había creado Santiago Abascal.

Y no es que haya que tomarse en serio los sondeos que organiza Tezanos, pero el batacazo que el CIS atribuye a la extrema derecha —descendería hasta 12% y tendría menos votos que Unidas Podemos— forma parte de otros estudios demoscópicos similares que enfatizan el trasvase hacia el PP.

Es el escenario que otorga sentido a la irrupción de Núñez Feijóo. Y no porque el candidato de los populares haya incurrido en comportamientos miméticos con el populismo voxista a semejanza de Ayuso, sino porque se le observa como una alternativa verosímil a Pedro Sánchez.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal)

Que Vox haya consolidado un suelo de militantes exacerbados, patrioteros, cabreados, machotes y friquis no contradice que el verdadero motivo de su expansión electoral consistiera o consista en el combustible formidable del antisanchismo. Ahí radicaba la verdadera heterogeneidad del crecimiento de Abascal. Y la percepción de Pablo Casado como un líder insuficiente. Incluso la razón por la que Vox se nutría de tantos votantes provisionales de Ciudadanos. No caben partidos más alejados en su idiosincrasia y naturaleza política —el liberalismo frente a iliberalismo—, pero la bandera antinacionalista que alzó Albert Rivera y su antagonismo a Sánchez se reciclaron después en un votante/mutante voxista cuyo sentido de la fidelidad ha vuelto a ponerse ahora en entredicho.

Vox está en crisis. Y lo está demasiado pronto. Una razón consiste en las primeras experiencias de gobierno. La vicepresidencia de García Gallardo en Castilla y León se resiente de un sesgo ideológico y oscurantista que amenaza un modelo de sociedad perfectamente arraigado respecto a las libertades, el aborto, la homosexualidad, el ecologismo o el europeísmo.

Foto: La candidata de Vox, Macarena Olona. (EFE/Raúl Caro)
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Vox es un partido de calentón y de propaganda nacionalista. Y una formación política incapacitada para reaccionar a las emergencias de una crisis económica. Conviene recordar la posición temeraria contra las vacunas. O la concepción aldeana de la política en el contexto de la globalización, más allá del mesianismo con que Santiago Abascal pretendía redimirnos.

Ha pinchado Vox en Andalucía. Se ha malogrado la estrella de Macarena Olona. Y se ha resignado el partido ultra a una posición gregaria e irrelevante. De hecho, la mayoría absoluta de Juanma Moreno le ha permitido a Núñez Feijóo postularse como una opción aún más rotunda y verosímil en el ámbito nacional. Y no solo atrayendo para sí los sufragios que antaño formaban parte del territorio de Ciudadanos, sino acercando a los votantes del PSOE que han abjurado definitivamente de Pedro Sánchez.

Foto: Macarena Olona, en el salón de plenos del Parlamento andaluz, en presencia de Juan Marín y Jesús Aguirre. (EFE/Julio Muñoz)

La razón definitiva para conquistarlos radicaría en demostrar que Vox reviste un peso menor en el terreno de juego. Y no es probable que Núñez Feijóo se anote una mayoría absoluta —se lo impide la aritmética nacionalista—, pero el eventual desfondamiento de Abascal relativiza el chantaje o la extorsión de la extrema derecha en beneficio de la transversalidad del PP.

El eventual desfondamiento de Abascal relativiza el chantaje o la extorsión de la extrema derecha en beneficio de la transversalidad del PP

Es la diferencia entre Casado y Feijóo. Al primero se le percibía como una alternativa inconsistente. Demasiado débil para los voxistas. E inaceptable entre quienes dirimen su voto en el umbral socialdemócrata-liberal.

Feijóo, en cambio, ha adquirido una credibilidad monclovense que se explica en su capacitación, en su moderación y en la cualificación para liderar una crisis económica y social como la que se avecina. Es posible que el estado de psicosis conceda todavía un margen de reanimación del populismo —ha ocurrido en las legislativas francesas y Fratelli d’Italia lidera las encuestas italianas—, pero cuesta trabajo creer que las opciones experimentales y pirómanas prevalezcan ahora sobre la reputación de los bomberos.

No hay que hacerse ilusiones, pero tampoco deben subestimarse los síntomas que describen la aparente decadencia de Vox. El esperpento de la gestión política en Castilla y León, el contratiempo electoral de Andalucía, el efecto Feijóo y la elocuencia adversa de las encuestas desdibujan las ambiciones megalómanas que se había creado Santiago Abascal.

Santiago Abascal Vox
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