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Rubén Amón

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Ordep Zehcnas y viceversa

La idea de cambiar los portavoces y de alterar la falsa jerarquía representan iniciativas meramente disuasorias

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Santi Otero)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Santi Otero)
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Poco se le reconoce a Sánchez su relación asombrosa con el presente. Un planteamiento filosófico y existencial que le permite sustraerse a las angustias del futuro con que tanto le atormentamos las plañideras. No existe el mañana para Sánchez. Emulando a Pessoa, el presidente del Gobierno cuida su jardín y se abstrae de la sombra de los árboles lejanos. Las legislativas se dirimirán cuando corresponda, pero no alteran las estrategias cotidianas. Incongruentes entre sí, de acuerdo. Pero resolutivas y eficaces en los ejercicios transformistas. Sánchez vive al día.

Es la razón por la que carece no ya de principios, sino de memoria. Ni siquiera expresa rencor hacia sus mayores adversarios (Patxi, Hernando, Oscar López). Los ha reciclado él mismo en la nueva ejecutiva socialista como sujetos instrumentales, marionetas de extraordinaria utilidad para fingir que Sánchez regresa a las esencias. Y para demostrar que el PSOE puede reaccionar a los comicios autonómicos y municipales con una transfusión del Gobierno al partidola ministra Pilar Alegría, la vicepresidenta Montero— de tal manera que la sesión de espiritismo organizada el sábado en Ferraz aspiraba a reanimar las baronías y los alcaldables.

Foto: Comité federal del PSOE. (EFE/Mariscal)

Sánchez ha renunciado al sanchismo para seguir siendo Sánchez. La paradoja explica los giros de guion que le exigen el instinto de supervivencia y el estímulo de la provisionalidad. Por eso no debe tomarse en serio ni la vena podemista que expuso en el debate sobre el estado de la nación ni la homilía burosocialista con que iluminó la entusiasta kermés sabatina. El problema del PSOE no consiste en la comunicación. Ni es Lastra. Ni Héctor Gómez. El problema del PSOE es que el PSOE no existe, precisamente porque Pedro Sánchez lo ha desollado a su conveniencia.

Define muy bien la idea Ignacio Varela con la analogía de la taxidermia. El PSOE es como un toro de lidia que se ha disecado. Se parece al PSOE en las hechuras, en las apariencias, en la cornamenta, pero se trata de un objeto inanimado, desnutrido. Bastaría abrirlo en canal para desenmarañar unas vísceras de paja, serrín y estopa. Una pieza de museo. Un placebo.

Es el motivo por el que resulta imposible resucitarlo. La idea de cambiar los portavoces y de alterar la falsa jerarquía representan iniciativas meramente disuasorias. Sitúan el problema donde no está, pero le funcionan a Sánchez como señuelos y ejercicios de equilibrismo. Ha camelado a sus socios de Gobierno y de legislatura en el debate sobre el estado de la nación. Y ha conseguido el sábado que los grandes rapsodas mediáticos le atribuyeran el mérito de haber inoculado en Ferraz una arenga de unidad y de entusiasmo.

La muerte del PSOE era necesaria para que Sánchez viviera. Ya se ocupó él mismo de vengar el aparato y la estructura que lo desahuciaron

Y no es que la propaganda autoinducida garantice la viabilidad electoral a un PSOE irreconocible ni su capacidad para reaccionar a la inercia victoriosa de Feijóo, pero la relación de Sánchez con el presente —fructífera, estrecha— le permite pavonear un estado de salud asombroso. Un partido (aparentemente) unido. Una coalición (aparentemente) estable.

La muerte del PSOE era necesaria para que Sánchez viviera. Ya se ocupó él mismo de vengar el aparato y la estructura que lo desahuciaron. El modelo bonapartista subordina el debate y la organización misma. Desautoriza la discrepancia. Y explica el martirio de los fusibles instrumentales. No fue decisión de Lastra inaugurar el gran abrazo con Bildu. Ni es culpa de Héctor Gómez la incapacidad para explicar los bandazos polifacéticos de Sánchez, pero la dimensión vampírica del líder socialista necesita sangre. Más todavía cuando la purga del PSOE, oficiada este sábado con asepsia y delicadeza, conmemora la matanza a machete con que Sánchez se deshizo de sus compadres más allegados. Ejecutar al amigo. Resucitar al enemigo.

Tanto le sirve a Pedro Sánchez un escenario como el otro para abrazarse a la permanente actualidad. Lo tiene escrito Robert Walser en las páginas de 'Los hermanos Tanner'. "No quiero un futuro. Lo que yo quiero es un presente. Me parece más valioso. Solo tenemos futuro cuando no tenemos presente y, cuando tenemos presente, nos olvidamos de pensar en el futuro".

Poco se le reconoce a Sánchez su relación asombrosa con el presente. Un planteamiento filosófico y existencial que le permite sustraerse a las angustias del futuro con que tanto le atormentamos las plañideras. No existe el mañana para Sánchez. Emulando a Pessoa, el presidente del Gobierno cuida su jardín y se abstrae de la sombra de los árboles lejanos. Las legislativas se dirimirán cuando corresponda, pero no alteran las estrategias cotidianas. Incongruentes entre sí, de acuerdo. Pero resolutivas y eficaces en los ejercicios transformistas. Sánchez vive al día.

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