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Rubén Amón

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Pablo Iglesias vuelve al cole

El regreso del líder fallido a la Complu representa el último episodio de una agonía que se explica mucho más en sus errores que en las conspiraciones

Foto: El exsecretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE/Sergio Pérez)
El exsecretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE/Sergio Pérez)
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Debe resultarle gratificante a Villarejo reconocerse en todas las fechorías que se le atribuyen, como debe resultarle a Pablo Iglesias más atractivo aún relacionar su declive con el hedor de las conspiraciones. Existir, existen las cloacas, pero Torrente no ha acabado con la monarquía ni con el PP, del mismo modo que Iglesias II no puede diluir sus responsabilidades en las aguas fecales de la nación.

Por eso conviene diferenciar los motivos secundarios de su agonía política de aquellos esenciales y nucleares. Pablo Iglesias es responsable único de su efímero mesianismo. Y solo él y sus decisiones explican la montaña rusa de la que se sintió timonel hasta acabar en una vía muerta.

Foto: El exvicepresidente del Gobierno y ex secretario general de Podemos Pablo Iglesias. (EFE/Juanjo Martín) Opinión

Regresa a la universidad Pablo. A la 'Complu' como él mismo dice, entre el coloquialismo y la cursilería, características ambas —el coloquialismo y la cursilería— de una trayectoria menguante cuyo mecanismo acelerador se identifica en la megalomanía, en la vanidad, en el personalismo, en la arrogancia y en la traición a los principios asamblearios que prometió preservar. Iglesias ha sido un condotiero fallido. Y un agitador del sistema que terminó mamando de él. El desafío a la casta se malogró con el chalé de Galapagar, pero más grave que las ambiciones inmobiliarias —legítimas, si no fuera porque él mismo se dedicaba a condenarlas cuando las emprendían otros—resultó improvisar un referéndum para que los militantes le consintieran el derecho a la dacha.

Era la manera con que Iglesias trivializaba el concepto plebiscitario. Y el pecado original de una ejecutoria que destilaba providencialismo, nepotismo y macherío, hasta el extremo de que Podemos se mostraba indisociable de su líder. Iglesias había creado el "movimiento" e Iglesias lo destruyó, más o menos como sucedió con Albert Rivera y Ciudadanos. Dos superlíderes que se vieron a sí mismos en la Moncloa. Y que malgastaron el mayúsculo caudal electoral que les entregaron las urnas, no por culpa de las conspiraciones ni de las cloacas, sino por la negligencia y los errores estratégicos. La nueva política adquirió los peores hábitos de la antigua. Y predispuso un modelo bonapartista que ha desnaturalizado la expectativa de una alternativa al elefantiásico e inagotable bipartidismo.

Foto: El exlíder de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE/Juanjo Martín) Opinión

Iglesias no puede esconderse en Villarejo ni en Ferreras para sustraerse al trastorno de las tácticas equivocadas. Suya fue la sumisión de convertirse en marioneta de Sánchez en el vasallaje del Gobierno de coalición. Suya fue la pretensión —y la ridiculez— de neutralizar a Ayuso. Y suya fue la decisión de ungir unilateralmente a Yolanda Díaz.

Iglesias dinamitaba su propio partido con un fichaje exterior. Y aspiraba incluso a controlar la izquierda de izquierda desde sus propias terminales mediáticas, aunque el salto de Iglesias a los medios también se resiente del amateurismo y del narcisismo, por mucho que jaleen las homilías los militantes crédulos que aún escuchan el tuteo de un radiopredicador trasnochado y victimista.

Foto: Pablo Iglesias, antes anunciar su dimisión. (EFE)

Vuelve a la Complu Iglesias. Allí fue profesor entre 2003 y 2014. Y allí regresa después de haber fracasado en la política. Puede que le resulte complicada la transición, la adaptación de las masas a las misas, pero también es muy probable que los libros le devuelvan el fervor a la teoría.

Porque en los libros caben la existencia de Dios y la dictadura del proletariado. El problema es conducir a la práctica los manuales peronistas. Y toparse no ya con los monstruos del Ibex o con el pendejo de Villarejo, sino con la condición humana misma. Y con los recelos de los humanos hacia los vendedores de crecepelos.

Al fin y al cabo, Iglesias desaprovechó el papel coyuntural que la sociedad le había dado. Un accidente que permite evocar aquella escena de 'Tiempos modernos' en la que Chaplin recoge una baliza del suelo. Se ha desprendido de un camión que transporta unos cristales, pero el mero hecho de agitarla sorprende a Charlot liderando una manifestación multitudinaria, como si el proletariado estuviera a la busca de un autor. Y como si valiera para encabezar la marcha el primero que pasaba por allí.

Debe resultarle gratificante a Villarejo reconocerse en todas las fechorías que se le atribuyen, como debe resultarle a Pablo Iglesias más atractivo aún relacionar su declive con el hedor de las conspiraciones. Existir, existen las cloacas, pero Torrente no ha acabado con la monarquía ni con el PP, del mismo modo que Iglesias II no puede diluir sus responsabilidades en las aguas fecales de la nación.

Universidad Complutense de Madrid Política
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