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El debate de la vergüenza
La sesión parlamentaria de la crisis energética y económica degenera en un ataque de Sánchez contra la ignorancia, incompetencia y mala fe de Núñez Feijóo, abrumado por la agresividad y por las trampas de las reglas del juego
La campaña electoral de las elecciones legislativas comenzó este martes en el Senado. No con las ideas ni con los modelos, sino en el fango. Eligió Sánchez la superficie. Y consiguió poner de los nervios a Núñez Feijóo, cuya bisoñez en asuntos sanchistas explica la incredulidad y el desconcierto. El debate en miniatura sobre el estado de la nación degeneró en el debate sobre la idoneidad del candidato popular. Y en un escenario amañado.
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Pedro Sánchez, en efecto, abusó del tiempo y de las reglas del juego. Dispuso de muchos más minutos que Feijóo. Y demostró que el verdadero motivo del debate no atañía a la crisis económica y energética, sino al desprestigio del líder gallego. ¿Quieres que venga? Aquí me tienes, Alberto.
Se explica así la duración desproporcionada de los turnos de réplica. Y la beligerancia de los contenidos. Denunció la incompetencia y el desconocimiento del antagonista, forzándolo a bascular entre la insolvencia y la mala fe. Y le discutió incluso su reputación en la etapa de gobierno autonómico. Un ignorante sería Feijóo. Un político incapacitado.
Era la sorpresa que se había traído Sánchez al Senado. Una reacción agresiva que se prolongó con empecinamiento durante 45 minutos. Y que no tuvo cortapisas durante la sesión, porque el presidente del Gobierno no debía atenerse a la disciplina del cronómetro. Lo exprimió para concluir que Feijóo no puede gobernar España, menos aún en una situación de emergencia.
La declaración de guerra malogra los pactos de Estado y demuestra que Sánchez ha abandonado el eslogan de la ultraderecha para centrarse en la incompetencia de Feijóo. Se trata de ridiculizarlo y de caricaturizarlo. Y de reducirlo a una secuela nefasta de Pablo Casado. El aliado del Ibex. El ogro del feminismo. La marioneta de las grandes corporaciones.
Se habrá saciado Sánchez en su bilis y en su reloj, pero cabe preguntarse si la crisis que sacude al país y la incertidumbre de los hogares hubieran merecido un debate honesto y responsable sobre las cuestiones nucleares. Y sobre las soluciones que puedan consensuarse. Imposible. Tanto por la desmesura de PS como porque las condiciones de Feijóo a un gran acuerdo requieren que Sánchez elimine a los ministros de Unidas Podemos.
Sánchez y Feijóo coincidieron en el mismo lugar, pero no necesariamente en el mismo país. La euforia providencialista del presidente del Gobierno respecto al diagnóstico de España resultó tan elocuente como la descripción pesimista del líder popular. De hecho, la peculiaridad del debate en la Cámara Alta radicó precisamente en la autoridad inicial con que los duelistas fueron capaces de exponer sus discrepancias. Sánchez dibujaba el arcoíris de las cifras y los pronósticos. Feijóo lo retrataba en sus mayúsculas contradicciones. Empezando por la rebaja del IVA del gas, que el líder del PP propuso en abril y que Sánchez caricaturizó hasta que hace unos días resolvió adoptarla. Era la manera de recuperar la bala de plata. Y de contextualizarla en la amnesia con que Sánchez eludió mencionar la situación de los precios, la subida del paro, la ferocidad de la inflación, la dimensión de la deuda, la precariedad del crecimiento.
Le hubiera convenido a Pedro Sánchez haber aprovechado el encuentro con la ciudadanía en la Moncloa. La decisión de restringirlo a una farsa condescendiente y propagandística malogró la posibilidad de haberse entrenado antes del duelo senatorial con Feijóo. Los 'sparrings' del lunes resultaron inocuos. Sánchez los despachó como figurantes. Y perdió la oportunidad de intercambiar unas cuantas balas de fogueo.
Fue acaso la razón por la que los asesores del aparato socialista recomendaron calentar el duelo, exigiendo a Feijóo retirar la analogía entre Sánchez y el tirano protagonista de 'El otoño del patriarca' (García Márquez). El mensaje lo trasladó antes del debate la ministra portavoz, Rodríguez. Consideraba intolerable que el líder gallego hubiera acusado a PS de haber degradado la nación a un proyecto personal. Más que una transgresión, la reflexión de Núñez Feijóo se antoja una perogrullada. Una evidencia. España es para Sánchez un proyecto personal, en efecto. A veces coinciden los intereses. Y otras, discrepan o descarrilan.
El problema es cuando sobreviene la idealización. Y cuando Sánchez se recrea en un retrato eufórico de la realidad. Todos los problemas de España provienen de las contingencias imponderables. Y todas las soluciones provienen de su genialidad, de su audacia pionera. “Ya lo había dicho yo”, sostuvo el patriarca del estío en su perorata senatorial. E hizo una mezcolanza de cifras y pronósticos gracias a la cual los males que nos acechan —Putin, la inflación, la energía— se remedian con la clarividencia monclovense y con pequeños esfuerzos domésticos. Nada de apagones ni de racionamientos. Ni hablar de la recesión. Ni de los problemas de desempleo. Somos la excepción ibérica. El unicornio. La leche. Y Sánchez, el rey del gigavatio, el guardián del centeno, nos protege contra “el liberalismo obsceno”, “los poderosos”, “los cenáculos madrileños”, los “banqueros”, los “conspiradores mediáticos” y el apocalipsis.
No nos merecemos a Sánchez. No apreciamos la misión providencialista de nuestro patrón. Por eso nos puso a elegir entre el miedo y la esperanza. La esperanza es él. Y el miedo es Alberto Núñez Feijóo.
Ojalá España estuviera y fuera como la describe nuestro patriarca. Y no fuera ni estuviera como la describió Feijóo, pero no iba el líder popular a resignarse a la cabalística anestesiante de su adversario. Ni a la asimetría de las reglas del combate. Sánchez abría y cerraba sin límites de tiempo. Feijóo disponía de 15 minutos para hablar y de cinco para el turno de réplica. Semejantes desproporciones socavaron la credibilidad del debate. Y demostraron que Sánchez no comparecía delante de los españoles para hablar de la crisis y perseguir consensos, sino para demostrar y demostrarse que España es un proyecto personal.
La campaña electoral de las elecciones legislativas comenzó este martes en el Senado. No con las ideas ni con los modelos, sino en el fango. Eligió Sánchez la superficie. Y consiguió poner de los nervios a Núñez Feijóo, cuya bisoñez en asuntos sanchistas explica la incredulidad y el desconcierto. El debate en miniatura sobre el estado de la nación degeneró en el debate sobre la idoneidad del candidato popular. Y en un escenario amañado.
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