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Sánchez guiando al pueblo (sin el pueblo)
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Rubén Amón

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Sánchez guiando al pueblo (sin el pueblo)

El populismo define la última versión del presidente del Gobierno, necesitado de un antagonismo gigante —Feijóo, los facinerosos—, pero ya desprovisto de tiempo y de credibilidad

Foto: Sánchez en la reunión del Consejo Político Federal del PSOE. (EFE/Javier Belver)
Sánchez en la reunión del Consejo Político Federal del PSOE. (EFE/Javier Belver)
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La flexibilidad ideológica de Pedro Sánchez explica la naturalidad con que se ha convertido en condotiero populista. Se diría que ha adquirido la ambición iconográfica del cuadro más famoso de Delacroix. 'Pedro Sánchez guiando al pueblo', podría titularse la adaptación celtibérica del lienzo que se expone en el Louvre y que PS evoca con la mueca narcisista y el pecho descubierto.

Pedro se ha propuesto guiar al pueblo, en efecto, pero no está claro que el pueblo siga a Sánchez. Más bien proliferan los síntomas de lo contrario. La escasa audiencia de la entrevista en La 1 en 'prime time' (5,9%) es un buen ejemplo. También lo reflejan todas las encuestas con excepción de las que amaña Tezanos. Y lo acredita de forma elocuente la inercia del ciclo electoral en el Grand Slam autonómico —Madrid, Castilla y León, Andalucía—, más allá del contratiempo envenenado que alojan los comicios locales de primavera.

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La estrategia de reanimación monclovense consiste en el populismo. Y en suplantar al mayor de los exégetas, Pablo Iglesias. Se explica así la adopción de todos los clichés propagandísticos y la ordinariez de la demagogia. Sánchez se identifica con 'el pueblo'. Y se propone hablar en su nombre, defenderlo, convertirse en el curandero de sus angustias.

El planteamiento requiere la corpulencia del enemigo superlativo. Y el enemigo ya no es la ultraderecha de Santi Matamoros, sino los 'poderes oscuros', la banca, las compañías energéticas, los salones de azufre mediáticos, los siniestros supermercados. Y más todavía la marioneta que representa la abstracción del mal: Alberto Núñez Feijóo.

Foto: Feijóo clausura la interparlamentaria del PP. (EFE/Ismael Herrero)

Por esas razones necesita Sánchez demonizarlo. Y enfatizar una campaña de abuso político y manipulación institucional que aspira a desenmascarar al antagonista gallego. No podemos los españoles confiar en un arlequín de los poderosos ni entregarnos al mamporrero del Ibex. Feijóo sería el apóstol del capitalismo despiadado, el apocalíptico jinete del ultraliberalismo.

No va a resultarle sencillo a PS convencer a los ciudadanos, entre otras razones, porque la convivencia de cuatro años nos ha familiarizado con sus imposturas y disfraces. La gran ventaja de Sánchez ha sido la amnesia colectiva, pero su gran problema es la credibilidad. O la falta de credibilidad, precisamente por la volubilidad y provisionalidad de sus principios.

El esfuerzo de recuperar el crédito político no puede consistir en identificar con vehemencia al monstruoso enemigo que se avecina

Cuesta trabajo creerse el transformismo de Sánchez como 'defensor del pueblo'. Y como valedor de la "clase media trabajadora", en contraste con una clase media no trabajadora adscrita al demonio de Feijóo.

Estamos escarmentados de los mesías y de los líderes providenciales, razones por las cuales la batalla de la luz contra la oscuridad que ha emprendido Sánchez se resiente de la baja moral de la soldadesca y del escepticismo de un populacho descreído. Aspira el patriarca monclovense a una inversión radical de las inercias, pero la única manera de conseguirlo radicaría en la eficacia y la repercusión que las medidas económicas terminen adquiriendo en la concreción de la vida doméstica.

Y no es sencillo trasladar a la realidad las recetas milagreras ni los remedios de crecepelos. El esfuerzo de recuperar el crédito político y la pujanza electoral no puede consistir en identificar con ridícula vehemencia al monstruoso enemigo que se avecina, sino en la elocuencia de las soluciones, en la prosperidad de los bolsillos y en la sensibilidad con que puedan inculcarse o amortiguarse los esfuerzos de una situación extrema.

El lienzo de 'Pedro Sánchez guiando al pueblo' se caracteriza por que el gran timonel comparece en solitario, al frente de nadie

Sánchez se observa a sí mismo como un titán que reacciona a las contingencias imponderables. Contra él han conspirado la pandemia, la guerra y la crisis energética. Y contra él pretende alzarse ahora una siniestra alianza de facinerosos a la que pone rostro el 'monigote' de Feijóo.

Es el contexto en el que adquiere 'sentido' la misión redentora de Sánchez. Y el motivo por el que se cualifica a sí mismo como ajeno a todos los problemas y portador de todas las soluciones. Es el juego que alienta la corte de la Moncloa y la burbuja demoscópica que le ha creado Tezanos, pero el lienzo de 'Pedro Sánchez guiando al pueblo' se caracteriza por que el gran timonel comparece en solitario, al frente de nadie. A Sánchez no le falta ambición, ni instinto. Lo que no tiene es tiempo. Ni para que fertilicen los milagros, ni para que nos esconda los costurones del último disfraz.

La flexibilidad ideológica de Pedro Sánchez explica la naturalidad con que se ha convertido en condotiero populista. Se diría que ha adquirido la ambición iconográfica del cuadro más famoso de Delacroix. 'Pedro Sánchez guiando al pueblo', podría titularse la adaptación celtibérica del lienzo que se expone en el Louvre y que PS evoca con la mueca narcisista y el pecho descubierto.

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